01 - Ami, el niño de las estrellas (español online)



Ami, El niño de las estrellas

Enrique Barrios

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Índice

PRIMERA PARTE
Capítulo 1 Primer encuentro
Capítulo 2 Pedrito volador
Capítulo 3 No te pre-ocupes
Capítulo 4 ¡La policía!
Capítulo 5 ¡¡¡Raptado por los extraterrestres!!!
Capítulo 6 Una cuestión de medidas
Capítulo 7 Luces en el cielo

SEGUNDA PARTE
Capítulo 8 ¡Ophir!
Capítulo 9 La ley fundamental
Capítulo 10 Confraternidad interplanetaria
Capítulo 11 Bajo las aguas
Capítulo 12 Nuevos tiempos
Capítulo 13 Una princesa azul
Capítulo 14 ¡Hasta tu regreso, Ami!



Es difícil, a los trece años, escribir un libro. A esta edad nadie entiende mucho de literatura... ni le interesa especialmente; pero tengo que hacerlo porque Ami dijo que si quería volver a verlo debería relatar en un libro todo lo que viví a su lado.

Me advirtió que muy pocas personas iban a entenderme, porque para la gran mayoría es más fácil creer en las cosas horribles que en las maravillosas.

Para evitarme problemas me recomendó decir que todo es una fantasía, imaginación y nada más. Le haré caso: esto es un cuento.

Advertencia

(Dirigida sólo a quienes creen que el Universo y la vida son algo horrendo, y que el Autor de todo seguro que no existe, o que es un malvado...)

No sigas leyendo, no te va a gustar: lo que viene es maravilloso.



Dedicado a los «niños» de cualquier edad

y de cualquier pueblo

de esta redonda y hermosa Patria, esos futuros constructores y herederos de una nueva Tierra

sin divisiones entre hermanos


Primera parte

Capítulo 1

Primer encuentro

Todo comenzó un atardecer de verano, en un tranquilo y pequeño pueblo de playa donde vamos de vacaciones con mi

abuela casi todos los años. Siempre nos quedamos en una pequeña cabaña de madera con varios pinos y arbustos en el patio, y por delante un jardín lleno de flores. Se encuentra en las afueras, cerca del mar, en un sendero que lleva hacia la playa.

A mi abuela le gusta salir de vacaciones los últimos días del verano porque es más tranquilo y más barato.

Comenzó a oscurecer. Yo estaba sobre unas rocas altas junto a la playa solitaria contemplando el mar. De pronto vi en el cielo una fuerte luz roja sobre mí, que venía descendiendo, cambiando de colores y arrojando chispas. Al principio pensé que sería una bengala o un cohete de fuegos artificiales, pero cuando estuvo más bajo comprendí que no era así porque llegó a tener el tamaño de una avioneta, o de algo mayor aún...

Ami, el niño de las estrellas

Cayó suavemente al mar a unos cincuenta metros de la orilla, frente a mí, y sin emitir ningún sonido... A pesar de lo curioso del hecho, creí haber sido testigo de una especie de desastre aéreo.

Busqué con la mirada algún paracaidista en el cielo; no lo había, nada perturbaba el silencio y la tranquilidad de la playa. Esperé un poco para ver si divisaba alguna otra cosa, pero no vi nada más; entonces pensé que aquello había sido algo así como un aerolito, aunque igual no me sentí muy tranquilo; una sensación rara flotaba en el ambiente.

Cuando ya me iba apareció algo blanco y movedizo en el punto en donde había caído el objeto: alguien venía nadando hacia las rocas, lo cual me indicó que aquello sí que había sido un desastre aéreo, definitivamente.

Me puse muy nervioso, se acercaba un sobreviviente de la catástrofe y yo no sabía qué hacer; busqué a otros con la mirada, pero no había nadie más. No supe si quedarme allí o tratar de bajar hasta las rocas, junto al agua, para ayudarle; pero la altura era mucha, yo iba a tardar bastante en llegar abajo, y esa persona parecía gozar de buena salud, a juzgar por su manera enérgica y veloz de nadar.

Al acercarse más me di cuenta de que se trataba de un chico, a pesar de que su pelo era de color blanco. Llegó a las rocas, salió del agua y antes de comenzar a subir me lanzó una mirada amistosa y una sonrisa. Pensé que estaba feliz de haberse salvado; la situación no parecía dramática para él, y eso me calmó un poco.

Comenzó a escalar ágilmente. Cuando estuvo en lo alto, frente a mí, se sacudió el agua del abundante cabello y me hizo un alegre guiño de complicidad; entonces me tranquilicé definitivamente. Vino a sentarse en un saliente de piedra cercano, suspiró

con resignación y se puso a mirar las estrellas que comenzaban a brillar en el cielo, como si nada hubiese sucedido.

Parecía más o menos de mi edad, un poco menor y algo más bajito. Pensé que venía disfrazado porque, aparte del color de su pelo, vestía un traje como de buzo, blanco, ajustado a su cuerpo, hecho de algún material impermeable, deduje, ya que no estaba mojado, y terminaba en un par de botas también blancas y de gruesas suelas. Pude haber comprendido que es imposible nadar tan ágilmente con unas botas así, pero no lo hice.

En el pecho llevaba un emblema color oro, un corazón alado. Entonces pensé que su atuendo no era un disfraz, sino el uniforme de alguna organización o club deportivo juvenil relacionado con aviones.

Su cinturón, también dorado, tenía a cada flanco varios instrumentos que parecían radios o teléfonos móviles, y en el centro una hebilla grande, brillante y muy vistosa. Me dieron ganas de tener un cinturón igual de llamativo, aunque no supe si me hubiera atrevido a usarlo en la calle, ya que eso era más para una fiesta de disfraces o un carnaval, o un club como el suyo.

Me senté a su lado. Pasamos unos momentos en silencio. Como no hablaba, le pregunté qué le había sucedido.

—Aterrizaje forzoso –contestó sonriendo.

Era simpático, tenía un acento bastante extraño, sus ojos eran grandes y amistosos. Como él era un chico, pensé que el piloto tendría que ser una persona mayor.

—¿Y el piloto? –le pregunté, mirando hacia el mar.

—Aquí está, sentado junto a ti.

—¡GUAU! –exclamé, porque aquello me maravilló. ¡Ese chico era un campeón! ¡A mi edad ya podía pilotar aviones! Aunque luego pensé que no era muy diestro aún, por lo del accidente... Como a él parecía no importarle mucho, imaginé que sus padres serían muy ricos.

Ami, el niño de las estrellas

—¿No venía nadie más contigo?

—No.

—Menos mal...

Él sonrió y no dijo nada.

Fue llegando la noche y tuve frío. Él se dio cuenta, porque me preguntó:

—¿Tienes frío?

—Sí, un poco.

—La temperatura está agradable –me dijo sonriendo; entonces sentí que realmente no hacía ningún frío, y ni cuenta me di de ese súbito cambio en mí.

Después de unos minutos le pregunté qué iba a hacer.

—Cumplir con la misión –respondió, sin dejar de mirar hacia el cielo.

Pensé que estaba frente a un chico importante, no como yo, un simple estudiante en vacaciones. Él tenía un avión, un uniforme y una misión, tal vez algo secreto... Pero por otro lado no era más que un muchacho... No me atreví a preguntarle a qué club pertenecía ni de qué se trataba su misión; me infundía algo así como respeto o temor, a pesar de lo pequeño; era diferente, demasiado silencioso. Tal vez quedó un poco atontado por efecto del accidente.

—¿Qué pasará ahora que se perdió el avión?

—¿Qué?... ¡Pero si no se ha perdido nada! –respondió alegre, y me dejó más confundido aún.

—¿No se perdió? ¿No se rompió entero?

—No.

—¿Es posible sacarlo del agua? –pregunté.

—Oh, sí, por supuesto que se puede sacar del agua. –Me observó con simpatía y agregó:– ¿Cómo te llamas?

—Pedro –dije, pero algo comenzaba a no gustarme: aparte de estar como en la luna, ese chico no respondía claramente

a mis preguntas y me cambiaba el tema. Me pareció que se hacía el misterioso, el «mayor que yo», y eso no me estaba haciendo ninguna gracia. Él se dio cuenta de mi molestia y le pareció divertido el asunto.

—Calma, Pedro, calma. ¿Cuántos años tienes?

—Trece... casi. ¿Y tú?

Rió muy suavemente; su risa me recordó a la de un bebé cuando le hacen cosquillas, pero sentí que intentaba ponerse sobre mí debido a que pilotaba un avión y yo no, y eso no me gustaba; sin embargo, era simpático, agradable, no podía molestarme seriamente con él.

—Tengo más años de los que tú imaginarías –afirmó entre sonrisas. Extrajo del cinturón uno de los aparatos; era una calculadora, la encendió y aparecieron unos signos luminosos, desconocidos para mí. Sacó unas cuentas y al ver el resultado se puso a reír y dijo–: No, no, si te lo digo no me lo creerías.

Llegó la noche y apareció una bonita luna llena que iluminaba el mar y toda la playa. Él permanecía mirando el panorama, el cielo, las estrellas y la luna, siempre en silencio, como si yo no existiese. Entonces comencé a sospechar que ese chico no era de aquí, que venía de lejos, de quién sabe dónde; pero cada vez me iban gustando menos sus silencios, sus misterios.

Miré su rostro; no podía tener más de once años, pero insinuaba ser mucho mayor, y era piloto de avión... ¿No sería un enano?

—Hay gente que cree en los extraterrestres... –expresó de manera casi distraída.

Pensé un buen rato antes de abrir la boca. Él me observaba con los ojos llenos de curiosidad y de luz, parecía que las estrellas de la noche se reflejaban en sus pupilas, se veía demasiado radiante para ser normal. Recordé su avión en llamas cayendo al mar, aunque según él, no estaba roto... Eso era algo

muy curioso, igual que su manera de aparecer ante mí, y su calculadora con signos raros, su acento extraño, su pelo, su traje... Además, seamos sinceros: ¡los-niños-NO-pilotan-aviones!...

—¿E-eres... extra... terrestre?... –le pregunté mientras sentía que el vello de mi nuca amenazaba con erizarse.

—Y si lo fuera, ¿te daría miedo?

Fue entonces cuando supe que sí venía de otro mundo. Me asusté, pero su mirada infundía ánimo.

—¿E-eres... malo? –pregunté tímidamente; él rió.

—Tal vez tú seas más diablillo que yo.

Me sorprendí mucho con su insinuación. Yo era un chico que no daba problemas a nadie, que sacaba buenas notas, que llegaba a ser más bien aburrido...

—¿Por qué dices eso?

—Porque eres terrícola.

Comprendí entonces que quiso decir que los terrícolas no somos muy buenos, y eso me molestó un poco, pero preferí ignorarlo por el momento. Decidí ser muy cauteloso con aquel alien que pretendía rebajar mi autoestima planetaria...

Pero ¿era real que yo estaba hablando con un ser de otro mundo? Por momentos no lo podía creer.

—¿De verdad eres un alienígena?

—Calma, calma, ¡que no cunda el pánico! –me confortó riendo, bromeando, y señaló hacia las estrellas mientras me decía–: Este Universo está lleno de vida, millones de mundos están habitados, hay mucha gente buena por allá arriba.

Sus palabras produjeron un extraño efecto en mí. Cuando dijo aquello, casi pude «ver» esos millones de mundos habitados por gente buena, y se me quitaron el temor y la desconfianza. Decidí aceptar sin más trámite que él era un ser de otro planeta, sobre todo porque parecía amistoso e inofensivo. Pero todavía me seguía molestando algo: ¡había ofendido a mi especie!

—¿Por qué dices que los terrícolas somos malos? –pregunté, mientras él seguía mirando el cielo.

—Qué bárbaro se ve el firmamento desde la Tierra... Esta atmósfera le otorga un brillo, un color...

Volví a sentirme mal, peor ahora porque no me estaba respondiendo, otra vez. Además, no me gusta que crean que soy malo porque no es así; al contrario, yo quería ser cazador, pero no de animales, pobrecitos, sino de malvados, cazadores de animales incluidos, para meterlos a todos en un gran agujero, echarles tierra encima y que así no haya más maldad en el mundo.

—Allá, en las Pléyades, hay una civilización tan avanzada que... No, no me creerías...

—No todos somos malos aquí.

—Mira esa estrella, así era hace un millón de años, pero ya no existe. Una civilización de esa región colonizó el Cordón de Zeta Reticulis y ahora vive en...

—Repito que no todos somos malos aquí. ¿Por qué dijiste que somos unos canallas, eh? –le interrumpí.

—Yo no he dicho eso –respondió sin dejar de mirar el cielo; le brillaba la mirada–. Es un milagro...

—¡Sí que lo dijiste!

Como levanté la voz, logré sacarlo de sus ensueños; para mí, se comportaba igual que una vecina mía cuando contempla a su ídolo de la pantalla; está loquita por él. Me miró con atención, no parecía molesto conmigo.

—Quise decir que, comparado con otros mundos, en este no hay demasiada bondad ni solidaridad.

—¿Ves? Estás diciendo que somos una porquería...

—Tampoco quise decir eso, Pedrito. –Volvió a reír y me quiso dar unas palmaditas en la cabeza. Aquello me gustó menos aún. Retiré la cabeza; me molesta que me traten como a un niño, sobre todo otro chico, o como a un tonto, porque soy uno de los

más inteligentes y aplicados de mi colegio, incluso gané un torneo estudiantil de ajedrez y salió mi nombre en el periódico, en la sección «El Deporte en los Colegios», en la subsección

«Ajedrez», en la sub-subsección «Juvenil». Además, iba a cumplir ¡trece años!...

—Si este planeta es TAN malo, ¿qué haces aquí entonces, EH?

—¿Te has fijado cómo se refleja la luna en el mar? Continuaba ignorándome y cambiando de tema.

—¿Viniste a decirme que me fije en el reflejo de la luna?...

—Tal vez... ¿Te diste cuenta de que estamos flotando en el Universo?

Cuando dijo eso, con mi disgusto nublándome la cabeza, creí comprender la verdad, olvidé de un plumazo todas las evidencias que tenía y de pronto me pareció que ese mocoso estaba loco. ¡Claro! Se creía extraterrestre, por eso decía cosas tan absurdas. Era un muchacho rico y chiflado, que quería engañar a otros con sus historias fantásticas, con ese traje que se habría mandado hacer gracias a sus millones. A lo mejor ni siquiera tenía ningún avión el farsante ese, tal vez siempre estuvo en el agua y desde allí lanzó una bengala que me hizo confundir, o qué sé yo qué otro truco. Quise irme a casa, me sentí mal por haber creído sus historias fantásticas por unos minutos. O tal vez había estado tomándome el pelo para reírse... «Extraterrestre»... ¡y yo me lo creí! Me dio vergüenza y rabia, conmigo mismo y con él. Me dieron ganas de darle un buen golpe en la nariz.

—¿Te parece muy fea mi nariz?...

Quedé paralizado, sentí temor. ¿Me había leído el pensamiento?...

Lo miré y me pareció que sonreía victorioso y burlesco, y eso no me gustó, preferí creer que aquello fue una casualidad, una coincidencia entre lo que yo pensé y lo que él dijo. O tal vez fuera verdad, pero tenía que comprobarlo; quizá sí que estaba

ante un ser de otro mundo después de todo, un alienígena que podía leer el pensamiento... ¿O tal vez estaba ante un loco?

Una idea genial me vino a la cabeza:

—¡Adivina qué estoy pensando! –dije, y me puse a imaginar un pastel de cumpleaños.

—¿Por qué crees que puedo adivinar tus pensamientos?

–preguntó él.

—No, por nada...

Le hizo gracia mi torpe disimulo.

—¿No te basta con las pruebas que ya tienes?

Yo no estaba dispuesto a ceder un milímetro. Si no mencionaba el pastel de cumple, ¡nada!

—¿Pruebas? ¿Qué pruebas? ¿Pruebas de qué? Estiró las piernas y apoyó los codos sobre la roca.

—Mira, Pedrito, hay otro tipo de realidades, otros seres, mundos más sutiles, con puertas sutiles para inteligencias sutiles...

—¿Y qué rayos significa sutiles? –pregunté, haciéndome el tonto.

—¿CON CUÁNTAS VELITAS?... –dijo sonriendo.

Fue como un golpe en el estómago. Me dieron ganas de llorar, me sentí tonto y torpe.

Cuando me repuse le pedí que me disculpara por haber dudado de él, pero no estaba disgustado, no me hizo ningún caso y se puso a reír.

Decidí no volver a desconfiar de él.

ACmapítulo 2 i

Pedrito volador

—Tengo que irme, ya es tarde. Ven a casa, mi abuela se alegrará de conocer a un chico de otro mundo.

—No mezclemos personas mayores en nuestra amistad por ahora –dijo, arrugando la nariz entre sonrisas.

—Pero tengo que irme...

—Tu buena y simpática abuela duerme profundamente; no te echará de menos si conversamos un rato.

Otra vez me causaba sorpresa y admiración. ¿Cómo sabía que mi abuela estaba durmiendo?... Entonces recordé que era un alienígena que podía conocer los pensamientos ajenos y quién sabe qué más.

—No sólo eso, Pedro –dijo al leer mi mente–; además, desde mi nave la vi a punto de quedarse dormida.

Luego exclamó con entusiasmo:

—¡Vamos a pasear por la playa! –Se incorporó de un salto, corrió hasta el borde de la altísima roca y... ¡se lanzó al vacío!

Pensé que se iba a matar. Fui corriendo lleno de angustia a echar un vistazo hacia el abismo. No pude creer lo que vi: ¡él descendía lentamente, planeando en el aire con los brazos extendidos, como una gaviota!

Pero de inmediato recordé que no debía sorprenderme demasiado por nada de lo que hiciera aquel alegre y extraordinario ser de las estrellas. Bajé de la roca como pude, con gran cuidado, y me uní a él en la playa.

—¡¿Cómo hiciste eso?!

—Sintiéndome como un ave –respondió, y se puso a correr alegremente por entre el mar y la arena.

Pensé que me hubiera gustado actuar como él, pero yo no podía sentirme tan libre y alegre así como así.

—¡Sí que puedes! –Otra vez me había captado el pensamiento. Vino a mi lado intentando animarme y dijo con gran entusiasmo–: ¡Vamos a correr y saltar como pájaros!

Me tomó de la mano y sentí una gran energía en el brazo, en todo el cuerpo, y comenzamos a correr por la playa.

—¡Ahora, saltemos!

Él lograba elevarse mucho más que yo y me impulsaba hacia arriba con su mano. Parecía suspenderse en el aire unos momentos antes de caer sobre la arena. Continuábamos corriendo y cada cierto trecho saltábamos.

—¡Somos aves; somos aves! –me animaba, me embriagaba. Poco a poco fui dejando de pensar como de costumbre, fui cambiando; ya no era yo mismo, el de siempre. Animado por el chico de blanco, fui modificando mi forma de pensar, fui decidiéndome a ser liviano como una pluma, estaba poco a poco

aceptando la idea de ser un ave.

—¡Ahora, arriba!

Constaté maravillado que comenzábamos a mantenernos en el aire durante algunos instantes, caíamos suavemente y continuábamos corriendo, para luego volver a elevarnos. Cada vez lo hacíamos mejor, y eso me sorprendía.

—No te sorprendas, tú puedes. ¡Ahora!

Con cada nuevo intento resultaba más fácil lograrlo. Íbamos corriendo y saltando como en cámara lenta por la orilla de la playa, bajo la noche llena de luna y de estrellas. Parecía otra forma de existir, otro mundo.

—¡Con amor por el vuelo! –me animaba. Un poco más adelante me soltó la mano.

—¡Tú puedes solo, sí que puedes! –No dejaba de transmitirme confianza mientras corría a mi lado.

—¡Ahora!

Nos elevábamos lentamente, esta vez sin tocarnos, nos manteníamos en el aire varios segundos con los brazos extendidos y comenzábamos a caer de forma muy suave, como si planeáramos.

—¡Qué extraordinario!

—¡Bravo, bravo! –me felicitaba.

No sé cuánto tiempo jugamos esa noche. Para mí fue como un sueño. Cuando me sentí cansado me lancé sobre la arena jadeando y riendo feliz. Había sido algo fabuloso, una experiencia inolvidable. No se lo dije, pero interiormente le di las gracias a mi fantástico amigo por haberme permitido realizar cosas que yo creía imposibles.

No sabía todavía nada acerca de las sorpresas que me tenía preparadas aquella noche increíble...

Las luces de un pueblo costero, más grande que el nuestro, brillaban al otro lado de la bahía. Mi amigo, tendido sobre la arena bañada por la claridad de nuestro satélite natural, contemplaba con deleite, extasiado, esos movedizos reflejos sobre las aguas nocturnas; luego se regocijaba mirando la luna llena.

—¡Qué maravilla, no se cae! –reía–. ¡Este mundo tuyo es espectacular!

Yo nunca había pensado que lo fuera, pero ahora que él lo decía... sí, era magnífico tener estrellas, mar, playa y una luna tan redonda y brillante allí suspendida, y además... no se caía.

—¿Tu mundo no es bonito? –pregunté.

Suspiró mirando hacia un punto del cielo a nuestra derecha.

—Oh, sí, también lo es, pero todos nosotros lo sabemos, y lo cuidamos...

Recordé que me había insinuado que los terrícolas no somos demasiado buenos, y creí comprender una de las razones: nosotros no valoramos nuestro planeta ni lo cuidamos; ellos sí que lo hacen con el suyo.

—¿Cómo te llamas?

Le hizo gracia mi pregunta.

—No tiene sentido que te lo diga.

—¿Por qué, es un secreto?

—¡Qué va! Es sólo que no existen en tu lengua los sonidos de mi nombre, así que no vas a poder pronunciarlo.

—¿Hablas otro idioma? ¿Cómo aprendiste castellano?

—No lo hablo ni lo comprendo, a menos que tenga esto

–respondió mientras tomaba un aparato de su cinturón.

—Esto es un «traductor». Este instrumento explora tu cerebro a la velocidad de la luz y me transmite lo que piensas y quieres decir; así puedo comprenderte, y cuando voy a decir algo, «traduce» mi intención y me hace mover los labios y la lengua como lo harías tú, bueno, casi como tú, nada es perfecto.

Guardó el «traductor» y se puso a contemplar el mar mientras abrazaba sus rodillas sentado en la arena.

—Entonces es así como te enteras de lo que pienso... Vaya, yo creía que eras telépata.

—Pues no, aunque también estoy haciendo progresos en mis prácticas de telepatía pura, sin «traductor».

—¿Cómo puedo llamarte entonces?

—¿Qué tal «Amigo»? Porque eso es lo que soy: un amigo de todos.

Yo pensé un poco y luego se me ocurrió una idea bárbara:

—Te llamaré «Ami», es más corto y parece un nombre de verdad.

Me miró con alegría y exclamó:

—¡Es un nombre perfecto, Pedro! –y me dio un abrazo. Yo sentí que en ese momento sellaba una nueva y muy especial amistad, y así iba a ser.

—¿Cómo se llama tu planeta?

—¡Puf!... tampoco. No hay equivalencia de sonidos, pero está por allí. –Apuntó hacia unas estrellas.

Mientras Ami observaba el cielo me puse a pensar en las películas de invasores extraterrestres que había visto tantas veces en la televisión, en el cine y en Internet.

—¿Cuándo nos van a invadir? Mi pregunta le hizo gracia.

—¿Por qué piensas que vamos a invadirles?

—No sé, en las películas los alienígenas siempre lo hacen.

¿Eres tú uno de ésos?

Su risa fue tan alegre que me contagió y me hizo sentir ridículo por mi desconfianza. Después traté de justificarme:

—Es que... en la tele...

—¡Claro, la televisión terrícola!... ¡Veamos una de invasores! –dijo entusiasmado mientras de la hebilla de su cinturón sacaba otro aparato. Apretó un botón y apareció una pantalla encendida. Era un pequeño televisor en colores y sorprendentemente claro y nítido. Ami hacía zapping con rapidez. Lo más asombroso era que en esa zona se captaban tres estaciones y nada más, pero en esa pantallita iban apareciendo una multitud: películas, programas en vivo, noticieros, comerciales; todo en diferentes idiomas y por personas de distintas nacionalidades.

¿Cómo podía ver tantas estaciones del mundo sin estar abonado a ningún cable?...

—Las de invasores son muy ridículas –decía divertido.

—¿Cuántas estaciones puedes sintonizar?

—Todas las que están transmitiendo en este momento en tu planeta.

—¡¿Todas?!...

—Todas.

—¡¿En todo el mundo?!

—Claro, esto recibe las señales que captan nuestros propios... digamos «satélites», invisibles para ustedes, naturalmente.

¡Aquí hay una, en Australia, mira!

Aparecían unos seres con cabezas de pulpo y muchos ojos saltones surcados de venitas rojas. Disparaban rayos verdes contra

una multitud de aterrorizados seres humanos. Mi amigo parecía divertirse con ese film.

—¡Qué barbaridad! ¿No te parece cómico?

—No, ¿por qué?

—¡Porque esos monstruos no existen más que en las monstruosas imaginaciones de quienes crean esas películas!

Me dejó pensando, pero al final no me convenció. Yo me había pasado la vida entera viendo todo tipo de seres espaciales malvados y espantosos en la pantalla como para que pudiera borrármelos de un solo golpe.

—Pero si aquí mismo en la Tierra hay iguanas, cocodrilos, pulpos, tiburones, ¿por qué no van a existir seres malvados y feísimos en otros mundos?

Sonrió y me dijo:

—Pedro, date cuenta de que «malvados» es una cosa y

«feos» es otra. No todo lo que a ti te parece feo es malvado ni todo lo que te parece bonito es bueno, pero te aseguro que no hay por allá arriba seres inteligentes, feos o bonitos para ti, interesados en hacer algún daño a tu mundo. Es más, quienes por su avance científico son capaces de llegar hasta aquí sólo desean su bien.

No le hice caso; era su opinión contra kilómetros de cinta cinematográfica que yo había visto antes.

—¿Tú conoces todo el Universo, Ami?

—¡Todo el Universo!... Claro que no.

—Entonces tal vez existan mundos que tú no conoces, con seres inteligentes malvados. –Se rió a todo pulmón al escuchar aquello.

—¡«Inteligentes-malvados»!... Eso es como decir «buenosmalos» o «gordos-flacos» o «lindos-feos». ¡Son cosas opuestas, Pedro!

Yo no podía comprender. ¿Y esos científicos locos y perversos que inventan armas para destruir el mundo, ésos que son combatidos por los superhéroes?

Ami captó mi pensamiento y me explicó:

—Ésos no son inteligentes, son locos; además, son pura fantasía, películas, cómics, y nada más.

—Bueno, pero es posible que exista un mundo de científicos locos que podrían destruirnos.

—Aparte de los de la Tierra, imposible.

—¿Por qué?

—Porque quienes son locos destruyen sus propias civilizaciones antes de obtener el nivel científico necesario para abandonar sus planetas y partir a invadir otros mundos, y eso grábatelo bien en la cabecita. ¿Quieres que te lo repita?

—No.

—Entonces no lo haré, pero no olvides que quienes son locos destruyen sus propias civilizaciones antes de obtener el nivel científico necesario para abandonar sus planetas y partir a invadir otros mundos.

—¡Ya, ya, no te pongas pesado con eso!

—Y quienes lograron ese nivel lo hicieron porque antes dejaron de ser locos; en consecuencia, ya no desean hacer daño a nadie, porque sólo los locos quieren hacer daño a quienes nada malo les hacen... La verdadera inteligencia va de la mano de la bondad, o no es inteligencia. Así que quienes pueden llegar hasta aquí no son «el lobo feroz», Pedrito.

Ami parecía querer pintarme un nuevo Universo, uno color de rosa, y no le creí demasiado; pensé que podrían existir algunos planetas habitados por locos que no son tan locos, es decir, por gente inteligente, fría, científica y eficiente, y al mismo tiempo malvada, cruel. Él, por supuesto, pudo ver lo que yo estaba pensando y, como siempre, le hizo mucha gracia.

—Ahora se trata de «locos-inteligentes»... Eres todo un caso, Pedrito. ¿Y dónde están esos locos tan locos, tan inteligentes, tan fríos, tan feos y tan malvados, que jamás han venido a destruir ninguna civilización terrestre? –me preguntó con cara de inocencia fingida. Yo pensé un poco antes de responder, pero no encontré ninguna señal de maldad alienígena en nuestra historia.

—Bueno, no lo sé...

—¡Simple «paranoia cósmica terrícola»! –exclamó, y se puso a reír.

Encontré que podía tener razón, pero de todas maneras no me sentía tan seguro acerca de la «inocencia» de todos los habitantes del espacio exterior. Allá arriba los habría buenos, como Ami, y también malos, igual que aquí abajo.

Él procuró tranquilizarme:

—Créeme, Pedrito, en el Universo hay «coladores» que no dejan pasar lo inferior a sistemas de existencia superiores, o si no se crearían terribles desastres en el Universo, ¿no te parece?

—Esteee... claro... –Muchas veces yo no le entendía muy bien.

—Algunos dicen «como es arriba es abajo», queriendo indicar que si aquí hay maldad, allá también la habrá; pero allá arriba no es tan igual que aquí abajo, como no es igual un barrio tranquilo que otro lleno de maleantes. Cuando las civilizaciones llegan a cierto nivel de desarrollo, ya no hay más horrores, no más maleantes, la gente ya no es tan dañina. Es muchísimo más fácil llegar a conocer la tecnología necesaria para construir bombas que naves intergalácticas, y si una civilización no ha llegado a desarrollar la solidaridad, la sabiduría ni la bondad, y consigue un alto nivel científico, más tarde o más temprano utilizará ese conocimiento contra sí misma, mucho antes de poder partir a otros mundos. El Universo no es «suicida», no permite que lo que vaya en contra del sentido superior de la vida, del mismo Universo, sobreviva o prospere por mucho tiempo.

—Pero en algún planeta podrían haberse salvado algunos bichos malos, por casualidad...

—¿Casualidad? Nada es casual, Pedro; el Universo es el reflejo de un orden superior perfecto, todo tiene una causa definida y un propósito preciso, hay leyes matemáticas que se cumplen en todos los terrenos, incluso en la evolución de las civilizaciones del Universo. Pero, en definitiva, todas las civilizaciones planetarias insensibles ante la solidaridad universal se autodestruyen si alcanzan un alto nivel tecnológico y no logran superar su dureza de entendimiento, su falta de lógica superior. En otras palabras, cuando el nivel científico de un mundo supera demasiado su nivel de solidaridad, ese mundo se autodestruye.

—¿Nivel de solidaridad?

Yo podía entender claramente lo que es el nivel científico de una civilización, pero no comprendía qué era ese «nivel de solidaridad».

—La solidaridad tiene sus raíces en el amor, Pedro. Podemos decir que solidaridad es amor, afecto o cariño. La solidaridad, el afecto, el cariño o el amor que irradian los seres es una energía de cierta clase, una energía muy fina, la más fina que existe, y puede ser medida por instrumentos como los que nosotros tenemos.

—¿En serio?

—Claro, porque el amor es una fuerza, una vibración que penetra todo el Universo, que hizo posible el Universo, como verás después; podría decirse que el amor es una «vitamina» que la vida, que los organismos necesitan, y más necesitan mientras mayor es su evolución.

—¿Cómo es eso?

—Un perro o un delfín necesitan más afecto que un gusano o una bacteria.

—Ah, seguro.

—Y un ser humano todavía más.

—¡Es verdad!

Cuando vi tan claro aquello no me sentí tan mal como antes por mi temor a que... casi me avergüenza confesarlo... Bueno, esto es secreto, shhh... (el miedo de que nadie me quiera)... Pero ahora comprendía que necesitar mayor afecto no es señal de debilidad, sino de mayor lejanía de la bacteria y del gusano. ¡Qué bien!

—Así es, Pedro; y también de las fieras.

—De acuerdo, Ami; gracias por la lección.

—De nada. Y las civilizaciones también necesitan de esa energía llamada solidaridad, amor, afecto o cariño. Si el nivel de solidaridad de un mundo es bajo, hay infelicidad colectiva, odio, violencia, división y guerras; y si hay al mismo tiempo un alto nivel de capacidad destructiva... ¿Comprendes lo que podría pasar, Pedrito?

—Claro, que podría originarse un buen desastre... ¿Y qué quieres decirme con eso?

—Debo decirte muchas cosas, pero vamos poco a poco. Sigamos con tus dudas.

Yo todavía no podía creer que no existieran locos o monstruos invasores en el espacio, siendo infinito de grande. Le hablé acerca de una película en la que unos «extraterrestres-lagartos» dominaban muchos planetas porque estaban muy bien organizados. Él dijo:

—Sin solidaridad, ninguna civilización puede sobrevivir por largo tiempo. Para alcanzar el nivel tecnológico que permite llegar a otros mundos en minutos se necesita de muchísimo mayor desarrollo científico que el que hay en este planeta. Les falta mucho tiempo aún, y para sobrevivir tanto tiempo deben necesariamente alcanzar una forma de organización benevolente, afectuosa, justa para todos, equitativa, o terminarán por destruirse por culpa del mal uso de la ciencia y la tecnología; y ustedes

ya lo están haciendo, y cada día más, y más rápidamente... por si no te has dado cuenta.

—Tienes razón, le estamos dando una feroz paliza a nuestro pobre planeta...

—Por falta de solidaridad, Pedro. Todos los males de este mundo están allí por falta de esa «vitamina», nada más. No existe un sistema de organización sin solidaridad que permita sobrevivir mucho tiempo a ninguna civilización, así que... saca tus propias conclusiones acerca del futuro que le espera a tu planeta si todo sigue igual...

—¿Y por qué no puede sobrevivir una civilización sin solidaridad?

—Porque a nivel universal existe una sola forma perfecta de organización, capaz de garantizar la supervivencia y el bienestar colectivos. Ninguna otra alternativa existe en todo el Universo. Se alcanza de manera natural cuando una civilización se acerca a la solidaridad, cuando ya no ignora las necesidades materiales, culturales, espirituales y afectivas de todas las personas y de todo su entorno, flora y fauna, tierra, agua y aire, y esto sólo sucede cuando una civilización evoluciona.

—¿Y entonces la gente deja de ser mala?

—Naturalmente. Los habitantes de los mundos que han construido civilizaciones planetarias solidarias son pacíficos, no hacen daño a nadie; al contrario, procuran ayudar a quienes puedan, porque a mayor crecimiento interior, aumenta la necesidad de ayudar a los demás. Una inteligencia mayor y más amorosa que la nuestra inventó todo esto.

Después logró explicármelo mejor, pero en esos momentos yo seguía con la duda acerca de los monstruos inteligentes y malvados, disfrazados de seres pacíficos y hasta con una bella apariencia tal vez.

—¡«Míster Paranoia» ve demasiada televisión! –exclamó Ami riendo, y luego agregó:– Trata de elevar tus pensamientos, Pedrito. Mientras estemos pensando en posibilidades horrendas, no estaremos a la altura necesaria para encontrarnos con realidades más elevadas, más hermosas y benignas; realidades que siempre han estado allí, esperando que elevemos nuestra mirada para revelarse ante nuestros ojos.

—A veces pareces poeta, Ami, y me cuesta comprenderte.

¿Existe otra gente mala en el Universo, aparte de la de la Tierra?

—Bien, para comenzar, nosotros no dividimos a la gente entre «buena» y «mala». Unos están más avanzados y otros no tanto, eso es todo.

—Está bien. Entonces, ¿existen en algún lugar seres tan poco avanzados como los de aquí?

—Claro que sí, y mucho menos también. Existen mundos en los que tú no podrías sobrevivir ni media hora. Aquí mismo en la Tierra hace un millón de años esto era un infierno, bueno, no para las criaturas que vivían felices ahí, sino que lo sería para nosotros. Hay planetas habitados por terribles monstruos.

—¿Ves, ves? –exclamé triunfante–. Tú mismo lo reconoces; yo tenía razón: a esos monstruos me refería.

—Pero no te preocupes, ya que ellos viven en mundos mucho más atrasados que éste; sus toscas mentes no les permiten siquiera conocer la rueda, así que no van a llegar hasta aquí antes de que dejen de ser peligrosos, si es que no desaparecen en el intento, víctimas de su propia medicina.

Eso era tranquilizador.

—Entonces, después de todo, no somos los terrícolas los más malos del Universo...

—No; ¡pero tú eres uno de los más paranoicos de la galaxia! Reímos como buenos amigos.

ACmapítulo 3 i

No te pre-ocupes

—¿Sabes? Aquí «cerquita», en un planeta de Sirio hay unas playas color violeta, son espléndidas. Ah, si vieras lo que es un

atardecer con esos soles gigantes...

—¿Viajas a la velocidad de la luz? Mi pregunta le pareció cómica.

—Si viajara tan lento me habría hecho viejo antes de poder llegar hasta aquí.

—¿A qué velocidad viajas entonces?

—Nosotros en general no «viajamos»; más bien, nos

«situamos».

—¿Qué?...

—Nos «situamos», simplemente aparecemos en el lugar al que deseamos llegar.

—¡¿En forma instantánea?!...

—Bueno, algo hay que esperar, los instrumentos de abordo deben efectuar cálculos complejos; pero de un lado a otro de la galaxia tardaría... –tomó su calculadora del cinturón e hizo unas cuentas– según tus medidas de tiempo... una hora y media, y de una galaxia a otra tardaría un poco más.

—¡Qué bárbaro! ¿Cómo lo consigues?

—El tiempo y el espacio se estiiiiiran y se acooortan... Las cosas no son lo que parecen...

—No te entiendo; sé más claro, por favor.

—¿Puedes explicar a un bebé por qué dos más dos son cuatro?

—No –respondí–. Ni yo mismo lo sé.

—Yo tampoco puedo explicarte cosas que tienen que ver con la contracción y curvatura del espacio-tiempo, ni falta que hace. Fíjate cómo se deslizan esas pequeñas aves por la arena, parecen flotar... ¡Qué extraordinario!

Ami estaba contemplando unas aves que corrían rapidísimo por la arena húmeda recogiendo algún alimento que las olas depositaban allí. Movían sus patitas de forma tan veloz que no se les veían, y por eso parecían deslizarse o flotar sobre la arena.

Yo recordé que era tarde.

—Tengo que irme, mi abuela...

—No pasa nada; todavía duerme.

—Estoy preocupado.

—¿Preocupado? Qué tontería.

—¿Por qué?

—Pre significa «antes de», así que yo no me pre-ocupo; yo me ocupo.

—No te entiendo, Ami.

—No vivas imaginando problemas que no han ocurrido ni van a suceder; disfruta del presente, la vida hay que aprovecharla, elige siempre poner en tu mente lo agradable en lugar de lo desagradable. Cuando aparezca un problema real, entonces

simplemente ocúpate de él, pero no te pre-ocupes cuando todo está bien.

—Creo que tienes razón, pero...

—¿Te parecería bien que estuviésemos preocupados imaginando que podría venir un tsunami y devorarnos? Sería tonto no disfrutar de este momento, de esta noche tan bonita. Observa esas aves que corren sin preocuparse. ¿Por qué echar a perder este momento por algo que no existe?

—Pero mi abuela sí que existe...

—Sí, y no hay ningún problema con ella. ¿No te parece más inteligente disfrutar del momento?

—Sí, pero... estoy preocupado.

—Ah, este incorregible «Míster Paranoia»... Está bien, veámosla.

Tomó su aparato televisor y comenzó a manipularlo. En la pantalla apareció el camino que lleva hacia mi casa. Las imágenes iban avanzando por entre los árboles y las rocas del sendero. Todo se veía en colores e iluminado como si fuese de día. Penetramos a través de la pared de la casa y apareció mi abuela durmiendo profundamente en su cama; hasta se oía su respiración. ¡Aquel aparato era increíble!

—Duerme como un angelito –comentó Ami riendo.

—¿No es una película?

—No. Esto es «en vivo y en directo». Vamos al comedor.

La imagen atravesó la pared del dormitorio y apareció el comedor. Allí estaba la mesa con su mantel de cuadros grandes, y en el lugar que yo ocupo estaba servida mi cena. Mi abuela la había dejado en un plato cubierto por otro, invertido.

—¡Eso se parece a mi ovni! –bromeó–. Veamos qué te tienen para cenar. –Operó algo en el aparato y el plato superior se hizo transparente como el vidrio. Apareció un trozo de carne con papas fritas.

—¡Bof! –exclamó Ami con asco–. ¡Cómo pueden comer un cadáver!

—¿Cadáver?

—Cadáver de vaca, vaca muerta. ¿Te vas a comer un pedazo de vaca muerta?... –Así como él lo pintaba me dio asco a mí también.

—¿Cómo funciona este aparato? ¿Dónde está la cámara?

–le pregunté muy intrigado.

—No necesita cámara. Este cacharro lanza haces, selecciona y ordena, filtra, codifica, descodifica, amplifica y proyecta. Sencillo, ¿no?

Al parecer se estaba burlando de mí.

—¿Por qué ahí se ve de día, siendo ahora de noche?

—Hay otras «luces» que tu ojo no puede ver; este aparato sí que las capta.

—¡Qué complicado!

—Para nada. Yo mismo me construí este cachivache.

—¡Tú mismo!

—Es sumamente anticuado, pero le tengo cariño. Es un recuerdo, un trabajo de la escuela primaria.

—¡Ustedes son unos genios!

—Por supuesto que no. ¿Sabes multiplicar?

—Claro –respondí.

—Entonces tú eres un genio, para uno que no sabe hacerlo. Todo es cuestión de grados. Una radio a pilas o una linterna es un milagro para un aborigen de las selvas.

—Tienes razón. ¿Crees tú que algún día podremos tener aquí en la Tierra inventos como el tuyo?

Se puso serio por vez primera. Me dirigió una mirada que denotaba cierta tristeza y dijo:

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? ¡Tú lo sabes todo!

—No todo. El futuro no lo conoce nadie, afortunadamente.

—¿Por qué dices «afortunadamente»?

—Imagínate, la vida no tendría ningún sentido si se conociera el futuro. ¿Te gustaría saber de antemano el resultado del partido que estás viendo?

—No, se perdería toda la emoción –respondí.

—¿Te gusta escuchar un chiste que ya conoces?

—Tampoco, eso me aburre.

—¿Te gustaría saber qué regalo vas a recibir para tu cumpleaños?

—Eso menos todavía, se pierde la sorpresa.

Me parecía ameno su modo de enseñar, con ejemplos claros.

—La vida perdería todo su sentido si se conociera el futuro. Uno puede solamente calcular posibilidades.

—¿Cómo es eso?

—Por ejemplo, calcular las posibilidades o probabilidades que tiene la Tierra de salvarse…

—¡Salvarse!... ¿Tan en peligro estamos?...

—Recuerda la contaminación, el efecto invernadero, las nuevas epidemias, el clima (que se volvió loco), el terrorismo, las guerras, las bombas...

—¿O sea, que podemos desaparecer, como sucedió en los mundos de los malvados?...

—Hay muchas posibilidades. La relación entre ciencia y solidaridad en tu planeta está tremendamente inclinada hacia el lado de la ciencia, de la tecnología, olvidando el corazón, el bienestar y la felicidad de la gente y de las demás criaturas, de la naturaleza entera.

—¿Y eso es muy peligroso?

—¡Por supuesto! Muchas civilizaciones como ésta se han perdido por ese mismo motivo. Ustedes están en un punto crítico de su evolución; son momentos delicados, peligrosos.

Me asusté. Yo no había pensado seriamente en la posibilidad de una tercera guerra mundial, de una amenaza planetaria por parte del terrorismo o de una catástrofe ecológica. Me quedé largo rato meditando. De pronto se me ocurrió una idea fantástica, capaz de solucionar todos los males de este mundo:

—¡Hagan algo ustedes! –dije entusiasmado.

—¿Algo como qué?

—¡No sé, bajar mil naves y decirles a los presidentes que no hagan la guerra y no contaminen, algo así!

Ami sonrió.

—Imposible.

—¿Por qué?

—Tenemos varias buenas razones para no interferir en la evolución de este mundo o de cualquier otro.

—Dime una al menos.

—Bien. UNA: si hiciéramos algo como eso, en primer lugar habría mucho terror, infartos, paranoia colectiva, por culpa justamente de esas películas de invasores que nos pintan como si fuésemos unos sapos horribles y malvados, y nosotros no tenemos corazones de piedra, no podemos provocar algo semejante.

—Bah... No creo que sea para tanto, ya la gente está preparada. Pienso que si deciden bajar en un parque de cualquier ciudad y emiten una declaración amistosa...

—Bien, es verdad que debido a todo lo que hemos trabajado para ir facilitando un acercamiento, ya no sería tan grave, pero igual no podemos hacerlo porque todavía existen millones de personas que serían presa del pánico. Además, en esa declaración amistosa tendríamos que decirles que no somos partidarios de las armas, y, DOS: si les dijésemos por ejemplo: «Transformen sus armas en instrumentos de trabajo», pensarían que es un plan extraterrestre para debilitarlos y luego dominar el planeta.

—Creo que... que sí.

—Y supongamos que lleguen a comprender que somos inofensivos, de todos modos no soltarían las armas.

—¿Por qué?

—Porque tendrían temor de los otros países. ¿Quién va a desarmarse primero?

—¡Pero tienen que tener confianza!

—Quienes dirigen las naciones de este mundo no pueden tener demasiada confianza en los demás gobernantes, y con razón, porque algunos no son muy fraternales ni honestos y tienen ganas de dominar todo lo que puedan, así que, TRES: si nosotros colaboramos en el desarme de un país, podríamos estar metiendo la pata a fondo, dejándolo a merced de vecinos poco fraternales. Mejor no meterse en eso, ¿no te parece?

Yo estaba realmente intranquilo. Seguí buscando una solución para evitar la guerra y salvar a la humanidad...

Después de mucho pensar, lo único que se me ocurrió fue que los extraterrestres podrían por la fuerza tomar el poder en la Tierra, destruir las bombas y las fábricas que contaminan y obligarnos a vivir en paz. Se lo dije.

Cuando terminó de reír aseguró que yo no podía dejar de ser terrícola para pensar, y que todavía tenía ganas de sepultar vivos a todos los malvados del mundo, igual que en mis fantasías infantiles.

—«Por la fuerza, destruir, obligar», todo eso es prehistoria para nosotros. La libertad humana es algo sagrado, tanto la nuestra como la ajena, cada persona es valiosa y su voluntad es respetada; hacer otra cosa sería violencia, palabra que proviene de

«violar», lo cual es algo completamente opuesto a nuestro espíritu.

—¿Entonces ustedes no hacen la guerr...?

Todavía no terminaba de hacer esa pregunta cuando me sentí tonto por haberla hecho. Me miró con cariño y, poniéndome la mano sobre el hombro, dijo:

—Nosotros no podemos hacer ninguna guerra, Pedro.

—¿No?... ¿Por qué?

—Porque amamos.

—No comprendo... ¿A quién aman?

—A todos, a todo, a la gente, a la naturaleza, a los animales, a la vida. Quien ama no puede hacer daño a aquello que ama, así que olvídate de guerras o invasiones de parte nuestra. Nosotros no estamos aquí para destruir ni para hacer sufrir a nadie, sino para construir y ayudar.

Me sorprendió mucho su respuesta; esa gente era increíble de buena. Él se puso a reír al percibir lo que yo pensaba.

—No somos buenos, sino normales; los que no son tan normales son los de por aquí...

—¿Nosotros? ¿Por qué?

—Porque están un poco locos, claro; no viven de acuerdo con las leyes naturales, que son un reflejo de la Voluntad de quien inventó todo esto. ¿Has visto alguna otra especie, aparte de la humana, que se dedique a hacer guerras contra otros de su misma especie?

Luego de pensar un poco dije que no.

—¿Ves? Eso es locura, igual que dañar a la naturaleza, cosa que tampoco ninguna otra criatura hace; pero a ustedes les parece normal porque no viven según las leyes universales o naturales. Algunos tan locos están que ni siquiera creen que existe una inteligencia y un propósito preciso detrás del Universo.

Supe que hablaba de Dios, y yo era creyente... bueno, un poco; pero me habían enseñado a tener más miedo que otra cosa; además, últimamente estaba dudando, estaba llegando a pensar que sólo los religiosos creían en Dios, y también la gente sin mucha cultura, porque tengo un tío que es físico nuclear de la universidad y dice que «a Dios lo mató el intelecto».

—Tu tío es un tonto –aseguró Ami sonriendo, después de percibir mis pensamientos.

—No me parece; está considerado como uno de los hombres más inteligentes del país.

—Es un tonto –insistió–. ¿Puede una manzana matar al manzano? ¿Puede una ola matar al mar?

—Yo había pensado que…

—Te equivocaste. Dios existe.

Me puse a pensar en Dios un poco arrepentido por haber puesto en duda su existencia.

—¡Oye, quítale la barba y la túnica blanca!

Ami reía porque había visto mis imágenes mentales.

—Entonces… ¿no tiene barba? ¿Dios se afeita? Mi amigo espacial se regocijaba con mi confusión.

—Ése es un dios demasiado terrícola –comentó.

—¿Por qué?

—Porque tiene la apariencia de un terrícola.

¿Qué me estaba queriendo decir, que Dios no tiene apariencia humana sino de alguna raza extraterrestre? Él se enteró de lo que yo pensaba; después de reír tomó una ramita y dibujó una figura humana sobre la arena.

—En mundos como el tuyo o el mío, y en otros parecidos, el modelo humano básico es el mismo, o sea, cabeza, tronco y extremidades, pero hay pequeñas variaciones en cada uno: altura, color de la piel, forma de las orejas; pequeñas diferencias. Aquí mismo las hay entre los distintos tipos humanos de este planeta.

—Es verdad, pero tú pareces un chico terrícola normal.

¿Cómo es posible?

—Yo parezco terrestre porque la gente de mi planeta se parece mucho a los niños de la Tierra, por eso justamente estoy en misión aquí, para no asustar a nadie con mi aspecto, aunque ya no soy un niño, por eso tengo el pelo blanco. Pero en otros mundos sus habitantes tienen formas diferentes, de acuerdo con las características del planeta; por ejemplo, en mundos en los que sólo hay agua, ¿para qué necesitarían piernas? Allí la gente tiene forma de pez, porque es lo que conviene a las circunstancias, lo más práctico.

—¡Como las sirenas!

—Algo así, pero Dios no tiene la cara ni la forma de un hombre de tu mundo o el mío ni de ningún otro mundo del Universo.

—¿No?... ¿Y cara de qué tiene entonces?

—Ven, vamos a pasear y te explico.

Comenzamos a caminar por el sendero hacia el pueblo. Me puso el brazo sobre el hombro, y sentí en él al hermano que nunca tuve. Unas aves nocturnas pasaron graznando a lo lejos.

Ami pareció deleitarse con esos sonidos, aspiró el aire marino y dijo:

—Dios no tiene apariencia humana, no tiene forma alguna, no es una persona como tú o yo. Es un Espíritu, un Ser infinito que lo penetra todo, que es pura inteligencia creadora, puro amor.

Su rostro brillaba en la noche al hablar del Creador, lo cual lograba emocionarme, a pesar de que no soy del tipo religioso.

—¡Ah!

—Por eso el Universo es tan maravilloso.

Yo pensé en los habitantes de los mundos atrasados que él había mencionado antes, y también en la gente mala de este mismo planeta, en esos que habría que echar a un pozo bien hondo, y no me pareció que el Universo fuese algo tan maravilloso después de todo.

—¿Y los malos?

—Ellos llegarán a ser buenos algún día.

—Mejor hubieran nacido buenos desde el principio; así no habría nada malo por ninguna parte.

—Si no se conociera lo malo, ¿cómo se podría disfrutar de lo bueno; cómo se podría valorar? –preguntó Ami.

—No entiendo bien.

—¿No te parece magnífico poder mirar, ver?

—No sé, nunca lo había pensado... Creo que sí.

—Si hubieras sido ciego de nacimiento y de pronto adquirieras la vista, entonces sí que te parecería magnífico poder ver.

—¡Ah, claro!

—Es igual que quienes han vivido existencias duras, violentas; cuando se superan y alcanzan una vida más armoniosa y pacífica la valoran mucho más, porque lo que cuesta conseguir se cuida más que lo que llega sin esfuerzo. Es lindo avanzar, ir superándose, aprendiendo a solucionar los problemas y crecer en todo

sentido; eso produce orgullo sano. En cambio, quienes nacieron sin problemas no pueden valorar adecuadamente lo que tienen.

Íbamos caminando por el sendero iluminado por la luna y bordeado de árboles, plantas y follaje. Pasamos por mi casa.

—Espérame aquí un momento.

Entré silenciosamente a buscar una prenda de lana para abrigarme. Vi mi plato cubierto esperándome sobre la mesa. Me sentí poderoso porque ya sabía lo que había en él sin necesidad de retirar el plato superior, pero me entró una pequeña duda y eché un vistazo para cerciorarme: sí, era lo mismo que había visto a través del pequeño televisor de mi amigo, pero no tenía hambre todavía. Volví al lado de Ami, y continuamos caminando y conversando. Aún no aparecían las primeras calles del pueblo ni las luces del alumbrado público.

Él lo contemplaba todo mientras hablaba.

—¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? –me preguntó de improviso.

—No, ¿qué?

—Estás caminando, puedes caminar.

—Ah, sí; claro, ¿y eso qué tiene de extraordinario?

—Para ti nada, pero hay quienes han sido inválidos y luego de meses o años de ejercicios de rehabilitación lograron volver a caminar. Para ellos sí que es extraordinario poder hacerlo, y lo agradecen, lo disfrutan; en cambio, tú caminas y miras sin darte cuenta de nada, sin encontrar nada especial cuando lo haces.

—Tienes razón, Ami. Tú me enseñas muchas cosas nuevas, gracias.

—¡De nada, señor! Para eso estamos aquí –dijo alegremente mientras me guiñaba un ojo.

Capítulo 4

¡La policía!

Llegamos a la primera calle iluminada por el alumbrado público. Serían las once de la noche. Me parecía una emocionante y arriesgada aventura pasear tan tarde por el pueblo, pero

me sentía protegido al lado de Ami.

Mientras caminábamos, él se detenía a contemplar la luna entre las hojas de los árboles; a veces me decía que escuchásemos el croar de las ranas, el canto de los grillos nocturnos, el rumor lejano del oleaje. Se detenía a aspirar el aroma de los pinos, de las cortezas de los árboles, de la tierra; se ponía a observar una casa que le parecía bonita, una calle o un rincón en una esquina.

—Mira qué bellos esos farolitos... como para pintarlos. Fíjate cómo cae la luz sobre esa enredadera. Y esas antenitas recortadas contra la luna... La vida es para disfrutarla sanamente, Pedro. Trata de poner atención a todo lo que ella te brinda;

el lado mágico de las cosas se encuentra a cada instante, pero no solemos prestar la atención necesaria a las cosas simples. Intenta percibir y sentir, en lugar de pensar. El sentido profundo de la vida se encuentra más allá del pensamiento. ¿Sabes, Pedrito? La vida es un cuento de hadas hecho realidad, es un don muy valioso que se te brinda porque «alguien» te ama...

Su energía, sus palabras, me hicieron ver las cosas desde un nuevo punto de vista. Ahora me parecía increíble que ese mundo que estaba contemplando fuese el habitual, el de todos los días, al que jamás prestaba atención; ahora me daba cuenta de que yo era una especie de milagro, que vivía en un lugar parecido al paraíso, y que no lo había notado jamás antes porque estuve todo el tiempo algo así como «dormido», enfrascado en asuntos mentales, sin darme cuenta de nada más.

Llegamos a la plaza del pueblo. Unos jóvenes estaban en la puerta de una discoteca, otros conversaban en el centro de la plaza. El lugar estaba tranquilo, especialmente ahora que la temporada veraniega había llegado a su fin. Nadie se fijaba en nosotros, a pesar del traje y el pelo de Ami; tal vez pensaban que se trataría de un disfraz inocente. Imaginé qué pasaría si supieran la clase de «niño» que paseaba por allí; nos rodearían, y vendrían los periodistas y la televisión.

—No, gracias –dijo Ami, leyendo mi mente–. No quiero transformarme en mártir...

No comprendí qué quiso decir.

—Primero, me llevarían preso por haber entrado «ilegalmente» en este país. Luego pensarían que soy espía y me torturarían para obtener información acerca de nuestros «planes de invasión» y, sobre todo, de nuestros avances científicos, para ver cómo convertirlos en armas... Después de haberme exprimido como a un limón, con métodos no muy amorosos, los médicos

querrían echar un vistazo al interior de mi lindo cuerpecito... No, gracias.

Ami reía mientras relataba una película tan horrible, aunque reconocí que era posible y me sentí intranquilo por él, y peor cuando se le ocurrió acercarse muy alegre a conversar con los chicos de la plaza... Se lo impedí; nos sentamos solos en un lugar más retirado.

—«Míster Paranoia» eternamente pre-ocupado –dijo riendo. No le hice caso y me puse a pensar que los extraterrestres deberían ir mostrándose poco a poco para que la gente se fuera

habituando a ellos, y luego, un día, presentarse abiertamente.

—Algo parecido estamos haciendo, damos pistas, señales, a veces en gran cantidad, «oleadas de ovnis»; a veces muy poco, de acuerdo con cierto plan, ya te explicaré mejor; pero mostrarnos abiertamente... Te di tres razones por las que no es conveniente hacerlo, lo cual indica que eso está prohibido por las leyes.

—¿Por qué leyes?

—Las leyes universales. En los mundos más avanzados hay normas generales que todos debemos respetar, una de las cuales es la de no interferir en los mundos no evolucionados.

—¿Mundos no evolucionados?...

—Llamamos así a los mundos que no tienen una civilización planetaria benigna, y no la tienen porque no viven de acuerdo con la ley fundamental del Universo.

—¿Y qué significa todo eso?

—Que los mundos que viven de acuerdo a esa ley ya dejaron de estar divididos por fronteras, tienen un solo gobierno y comparten todo lo que tienen en fraternidad, paz y armonía. Eso es vivir de acuerdo con la ley fundamental del Universo, así es un mundo evolucionado.

—No entiendo mucho. ¿Cuál es esa ley del fundamento... de qué?

—¿Ves? No la conoces –se burlaba de mí riendo–. ¡No eres evolucionado!

—Pero yo soy muy joven todavía, creo que los adultos sí que la conocen, los científicos, los presidentes...

Ami rió a carcajadas.

—¿Adultos, científicos, presidentes?... ¡Ésos menos que nadie!

—¿¡Dirigen países y no la conocen!?...

—Bueno, así son las cosas en tu mundo, por eso no hay tanta felicidad en él como debería haber.

—¿Cuál es esa ley?

—Te la diré más adelante.

—¿En serio? –Me entusiasmé al pensar que conocería algo que casi todos ignoran.

—Si te portas bien –bromeó.

Comencé a meditar en esa prohibición de intervenir en los planetas no evolucionados y me di cuenta de que algo no cuadraba:

—¡Entonces tú estás violando ese reglamento!... –expresé con sorpresa–.

—¡Bravo! No pasaste por alto ese detalle.

—Claro que no. Primero dices que está prohibido intervenir; sin embargo, tú estás hablando conmigo. Eso es intervenir,

¿o no?

—Esto no es intervenir en el desarrollo evolutivo de la humanidad de la Tierra. Mostrarse abiertamente, comunicarse de manera masiva, como quieres tú, eso sí que lo sería. ¿Y sabes tú por qué otra razón está prohibido intervenir?

—Ni idea.

—CUATRO: si lo hiciéramos, aparte de los desastres que ya te mencioné, podrían suceder las catástrofes más espantosas de la historia de este mundo.

Me asusté.

—¿Qué catástrofes, Ami?

—Al enterarse de los sistemas económicos, científicos, sociales y religiosos que nosotros utilizamos, la gente querría imitarnos, todos nos verían como el ejemplo a seguir y perderían el respeto por quienes les dirigen, por sus tradiciones y creencias, y por los sistemas que utilizan para organizarse; entonces se podrían venir abajo todos los poderes de este mundo, y eso pondría en peligro la estabilidad de tu civilización. Los poderosos se volverían locos al ver que pierden sus privilegios y... sería un caos, tal vez el fin de todo lo que ha logrado tu gente hasta hoy.

—Y entonces ustedes, que son tan buenos, intervendrian para evitar ese final tan feo y arreglar todas nuestras cosas –dije, un poco en broma.

—Lo cual sería trampa, como si a un estudiante le hiciera otro el examen. ¿Te gustaría que otro alumno se presentara por ti a tus exámenes y los aprobara?

—No, yo perdería la satisfacción de haberlo logrado por mí mismo.

—Y si nosotros les arreglásemos todo, CINCO: sería la humanidad entera la que perdería la satisfacción legítima de

haberse superado por sus propios medios hasta alcanzar un nivel superior de civilización, ¿no crees?

—Tienes razón, no había pensado en eso.

—Por muchos motivos no podemos intervenir más allá de lo permitido, Pedro. Este contacto mío contigo es parte de un plan de ayuda.

—Explícate mejor, por favor.

—El plan de ayuda es una especie de «medicina» que debemos ir administrando de manera dosificada, suave, sutilmente, muy sutilmente.

—¿Cuál es esa «medicina»?

—Información.

—¿Información? ¿Qué información?

—Bueno, nosotros siempre hemos estado rondando por aquí, desde tiempos muy remotos, pero fue sólo después de la primera bomba atómica cuando permitimos que ustedes tuviesen masivamente indicios de nuestra existencia.

—O sea, los «ovnis»...

—Correcto. Eso se hizo y se hace para que vayan teniendo evidencias de que no son los únicos seres inteligentes del Universo y para que sospechen que estamos al tanto de sus recientes descubrimientos bélicos. Y quien tenga capacidad deductiva podrá además considerar la idea de que no somos agresivos, y que si nosotros, que somos más avanzados, no somos violentos, ellos tampoco deberían serlo.

—¿Y por qué ustedes se toman tantas molestias? –pregunté. Él me miró con afecto y dijo:

—No son molestias, sino un agrado, porque la solidaridad es algo natural y universal, y a mayor evolución, mayor solidaridad. Nosotros no podemos evitar ayudar a quienes lo necesiten porque sentimos que ellos y nosotros somos lo mismo. ¿Te agrada

la idea de que haya tanta gente pasando hambre y desamparo en los países pobres de este mundo?

—No, por supuesto.

—Pero ellos son gente de otros pueblos, no debería afectarte...

—Pero me afecta, aunque tengan otra apariencia física y hablen otras lenguas, pobre gente...

—¿Ves? La solidaridad es algo natural, brota por sí misma. A muchísima gente tampoco le gusta lo que sucede en esos lugares y tratan de hacer algo. Algunos se van a esos países pobres a ayudar en lo que puedan; lo hacen sólo por solidaridad. Nosotros también estamos aquí motivados por la misma fuerza: solidaridad, así de sencillo. Entre otras cosas, nos gustaría que comprendan que un gran poder, por ejemplo la energía nuclear u otras mucho más poderosas, es algo muy delicado y peligroso, algo que jamás debe ser empleado para destruir, menos todavía en contra de la misma especie, y no sólo por ustedes, porque en manos violentas esas energías podrían afectar incluso a otros mundos, provocando indeseables desajustes cósmicos, de posibles repercusiones a nivel galáctico...

—¡GUAU!

—Sí, señor, aunque no por ahora, pero la ciencia avanza, así que tenemos que estar atentos, por supuesto. ¿No te parece lógico?

—Sí, totalmente, voy comprendiendo.

—Por otro lado, establecemos pequeños contactos con algunas personas, como yo contigo; también enviamos «mensajes» telepáticamente. Esos «mensajes» están en el aire, como las ondas de radio, llegan a todas las personas, pero algunas tienen

«receptores» adecuados para captarlos; otras no tanto. Todo lo que hacemos es para entregarles información o ayuda.

—Vaya, y uno ni se entera... Pienso que podrían mostrarse un poco más, aunque no sea masivamente si no pueden hacerlo, pero un poco más.

—Por ahora no podemos mostrarnos demasiado, Pedro.

—¿Por qué?

—Porque ya el Universo les ha dado suficiente información orientada a la necesidad de un cambio interior y planetario, al aumento de la solidaridad, porque eso es lo único que necesitan para que tu mundo cambie favorablemente y se terminen los peligros que lo amenazan.

—No me he enterado de esa información que mencionaste...

—Porque no te has interesado por el tema, pero se han escrito millones de páginas inspiradas por nosotros, muchos libros y algunas películas. Por eso, SEIS: ahora habría que poner en práctica lo que ya se sabe, para solucionar los asuntos personales y terrestres, que tan a mal traer están, y no pensar tanto en el fenómeno extraterrestre. No queremos convertirnos en droga de evasión...

—¿Droga de evasión?...

—Sí, como si el fenómeno «ovni» fuese una forma de escape de la realidad, una fantasía. No queremos ser eso, sino todo lo contrario, es decir, impulsarles a afrontar sus problemas, a superarlos.

—Entiendo, eso tiene sentido.

—Además, SIETE: en ciertos períodos debemos limitar los avistamientos colectivos al mínimo indispensable porque no queremos que algunos gobiernos se vuelvan paranoicos y dediquen grandes sumas de dinero a investigarnos, ni que inventen justificaciones para armarse más, cuando tanta gente pasa hambre y todo tipo de necesidades, y hay tanto por resolver.

—Eso sí que lo comprendo muy bien; gracias por tanta consideración hacia los pobres, Ami.

—Es nuestro deber, de nada. Y por otra parte, OCHO: con oleadas y retiradas globales esperamos que sean capaces de comprender que todo lo que se ve o no se ve en sus cielos está bajo una misma autoridad, que nada de lo que puedan ver es casual, que todo obedece a un plan.

—O sea, que no hay «naves independientes» buscando uranio o cosas así...

—Hay investigación científica, por supuesto, pero no

«independiente». Nada en nuestros mundos deja de estar supeditado al propósito general, y de acuerdo con eso, se coordina la visibilidad o invisibilidad de todo lo que se mueva en sus cielos.

—¿Y cuándo podrán aparecer abiertamente ante todo el mundo?

—Cuando vivan civilizadamente se producirá ese «gran encuentro», si es que lo logran, no puede ser antes. Nuestro respeto por la libertad ajena se basa en la solidaridad universal, que a su vez tiene sus raíces en el amor.

—Pero ustedes podrían hacer algo para que lleguemos rápido a ese «gran encuentro»...

—Ya te dije que no podemos intervenir más allá de ciertos límites. Así como sus biólogos no tocan nada que pueda afectar la evolución de muchas especies de la Tierra a las que quieren proteger, excepto procurando quitar la contaminación de origen humano que pueda rodearlas y afectarlas... Igual; nuestro trabajo aquí es igual, y aquí la mayor contaminación está en el alma, de ahí nuestros mensajes orientados a una mayor elevación de alma o coherencia interior, personal y colectiva. La evolución es algo muy delicado, Pedro, se parece un poco a la educación de un niño, no se puede intervenir más allá de ciertos límites, y hay que hacerlo muy cuidadosamente; por eso sólo podemos «sugerir» cosas, sutilmente y a través de personas «especiales», como tú.

—¿Como yo? ¿Qué tengo yo de especial?

—Tal vez más adelante te lo diga; por el momento sólo debes saber que tienes cierta «condición», y no necesariamente

«cualidad». Yo debo irme pronto, Pedro. ¿Te gustaría volver a verme?

—Claro que sí, sería fantástico, me caes muy bien.

—Y tú también a mí, eres un compinche bárbaro; pero si quieres que vuelva debes escribir un libro relatando lo que viviste y aprendiste junto a mí; para eso he venido, eso también es parte del plan de ayuda.

—¿Yo escribir un libro?... ¡Pero si no sé escribir libros!

–protesté, pero él no me hizo caso.

—Hazlo como si fuese un cuento, una fantasía; porque si no pueden pensar que eres un mentiroso o un loco. Además, otro consejo: debes escribirlo para los jóvenes en general porque ustedes, aparte de ser el futuro de la humanidad, están más predispuestos a realizar los cambios necesarios para comenzar a vivir con una nueva consciencia planetaria, la cual posibilitará la existencia de un mundo mejor, y los jóvenes necesitan orientación para algo tan importante, ¿no te parece? –dijo, guiñándome un ojo.

Sí, me pareció, aunque escribir yo solo una obra literaria me sonó como una tarea descomunal. Pero él «leyó» mis preocupaciones y antes de que yo respondiese, sugirió:

—Pídele ayuda a ese primo tuyo que es aficionado a escribir, ese que trabaja en un banco. Tú relatas y él toma nota; así será mejor porque él utilizará una redacción y un vocabulario más preciso que el tuyo.

Al parecer, Ami sabía más de mí que yo mismo.

—Ese libro será también información. Más de lo que hacemos no nos está permitido, y te diré algo interesante: ¿no te parece bueno que no exista la menor posibilidad de que una

civilización avanzada, pero de malvados, como tú dices, venga a invadir la Tierra?

—Sí, claro.

—¿Ves? NUEVE: eso se debe a que nunca hemos ayudado a ningún violento a desarrollarse...

Encontré que eso también tenía sentido.

—Si aquí en la Tierra no superan la división, el materialismo ciego y la violencia, y nosotros les ayudásemos, pronto estarían utilizando sus nuevos conocimientos científicos para intentar dominar, explotar y conquistar a otras civilizaciones del espacio, igual como lo han hecho siempre entre ustedes mismos.

—Tienes razón, creo que terminaríamos por llevar nuestras «lindas costumbres» a todas partes.

—Claro, pero los mundos evolucionados son lugares realmente civilizados, lugares de confraternidad, de cooperación. Además, hay otro tipo de energías, muy poderosas. La energía atómica al lado de ellas es como un fósforo al lado del sol.

—¡Guau!

—Pues sí, a ella me refería antes cuando hablé de repercusiones a nivel galáctico; por eso no podemos correr el riesgo de ayudar a que un mundo poco solidario, como el tuyo, llegue a poseer esa energía y a poner en peligro la paz de los mundos evolucionados, y menos que llegue a producir un descalabro cósmico...

—Estoy muy intranquilo, Ami.

—¿Por el peligro de descalabro cósmico, Pedro?

—No, porque creo que ya es demasiado tarde.

—¿Tarde para salvar a la humanidad?

—No, para acostarme.

Ami se desternilló de la risa.

—Tranquilo, Pedro. Vamos a ver a tu abuela.

Tomó el pequeño televisor de la hebilla de su cinturón y ella apareció durmiendo con la boca entreabierta.

—Disfruta realmente del sueño –bromeó.

—Estoy cansado. Quisiera dormir yo también.

—Bueno, vamos –dijo resignado.

Caminábamos hacia mi casa cuando nos encontramos con un vehículo de la policía. Los agentes vieron dos chicos solos a esas horas de la noche, detuvieron el automóvil, bajaron y vinieron ha-

cia nosotros. Me dio mucho miedo de que capturasen a mi nuevo amigo, que lo encarcelasen y lo sometiesen a las torturas que él mencionó antes.

—¿Qué hacen ustedes a estas horas por aquí? –dijo uno de ellos, alumbrándonos la cara con una linterna.

—Caminar, disfrutar de la vida –contestó muy tranquilo Ami–. ¿Y ustedes? ¿Trabajando? ¿Cazando malandrines? –y rió como de costumbre.

Yo me asusté aún más de lo que estaba al ver la confianza que Ami se estaba tomando frente a los policías; sin embargo, a ellos les hizo gracia su actitud y rieron con él. Intenté reír yo también pero debido a mis nervios no pude hacerlo.

—¿De dónde sacaste ese traje?

—De mi planeta –respondió con desplante total, delatándose, dejándome muerto de miedo.

—Ah, eres un marciano.

—Marciano no; pero soy extraterrestre.

Él respondía con alegría y despreocupación mientras mi terror aumentaba.

—¿Y dónde está tu ovni? –preguntó uno de ellos, observando a Ami con cierto aire paternal. Creía que se trataba de un juego infantil; sin embargo, Ami sólo decía toda la verdad.

—Lo tengo oculto bajo el mar. ¿Verdad, Pedro?

¡Y ahora me metía a mí en el baile!... Yo no sabía qué hacer. Procuré sonreír y sólo me salió una mueca bastante idiota, no me atreví a decir la verdad por temor a que lo metiesen preso.

—¿Y no tienes pistola de rayos?

Los uniformados disfrutaban del diálogo; Ami también, pero yo estaba cada vez más desesperado.

—No la necesito; nosotros no atacamos a nadie, somos buenos.

—¿Y si te sale un malo con un revólver como éste? –el policía le mostró el arma fingiendo verse amenazante.

—Si me va a atacar, lo paralizo con mi fuerza mental.

—¡Qué interesante! A ver, paralízanos a nosotros.

—Encantado, ustedes lo pidieron. El efecto les durará unos diez minutos.

Los tres reían muy divertidos. De pronto, Ami se quedó quieto, se puso muy serio y los miró fijamente. Con una voz extraña, sonora y autoritaria les ordenó:

—Quédense inmóviles durante diez minutos. No pueden, no pueden moverse... ¡Ya! –Chasqueó los dedos y los polis se quedaron paralizados con una sonrisa en la cara, en la posición en la que estaban.

—¿Ves, Pedrito? Así hay que decir algunas verdades en los mundos no evolucionados, como si fuera un juego o una fantasía

–me explicó mientras les tocaba la nariz o les tiraba suavemente de los bigotes a los policías; éstos lucían una sonrisa petrificada

en la cara, que comenzó a parecerme trágica. Todo lo que Ami hacía aumentaba mi temor.

—¡Huyamos, alejémonos de aquí, pueden despertar!

–expresé, tratando de no hablar muy fuerte.

—No te pre-ocupes, tranquilo, que todavía falta mucho para que se cumplan los diez minutos –dijo, y les intercambió las gorras para jugar un poco; se las puso con las viseras hacia atrás.

Yo sólo quería estar muy lejos de allí y de ese extraterrestre tan loco, tan imprudente.

— ¡Vamos, vamos, Ami!

—«Míster Paranoia» pre-ocupado otra vez, en lugar de disfrutar del momento –expresó mientras les descargaba las armas y lanzaba las balas lejos–. Bien, vamos –dijo sin entusiasmo, se acercó a los rostros de los sonrientes policías, y con la misma voz anterior les ordenó–: Cuando despierten habrán olvidado para siempre a estos dos chicos.

Al llegar a la primera esquina doblamos hacia la playa y nos alejamos del lugar. Me sentí mucho más tranquilo.

—¡¿Cómo hiciste eso?!

—Hipnosis.

—¡Hipnosis, qué genial!...

—Bah, no es para tanto; cualquiera puede.

—No me parece, escuché decir que no todas las personas son hipnotizables. Pudo haberte tocado una de ellas.

—Todo el mundo es hipnotizable –dijo–, y no sólo eso; además, casi todos están hipnotizados.

—¿Qué quieres decir? Yo no estoy hipnotizado, estoy despierto. –Ami se rió bastante de mi afirmación.

—¿Recuerdas cuando veníamos por el sendero?

—Sí, lo recuerdo.

—Allí todo te parecía diferente, todo te resultaba bonito, y creíste haber estado dormido por no haberte dado cuenta antes, ¿no?

—Ah, sí... Parece que ahí sí que venía hipnotizado... ¡Tal vez tú me hipnotizaste!

—¡Estabas despierto! Ahora estás dormido, creyendo que todo es peligroso, feo. Estás hipnotizado, no escuchas el mar, no percibes los aromas de la noche, no tomas consciencia de tu caminar ni de tu vista, no disfrutas de tu respiración. Estás hipnotizado, y lo que es peor, negativamente.

—¿Negativamente?

—Hay ideas feas que no tienen base real, son sueños, fantasías, miedos sin justificación; son delirios, locura, y como además no son ideas bonitas, ni siquiera son una locura linda, sino una pesadilla.

—¿Como qué ideas, Ami?

—Como lo que pasa por la cabeza de tanta gente de este mundo un millón de veces al día, como tus pre-ocupaciones con los policías y con tus monstruos espaciales –rió, y me contagió, luego detuvo su caminar, miró hacia el mar y dijo–: Y también como las ideas de la gente que cree que la guerra, que asesinar a otros seres humanos es algo que tiene justificación, que es algo

«glorioso», ¡incluso que Dios les ordena matar!..., o que matando y causando dolor, también a civiles, a niños, mujeres y ancianos, Dios estará complacido con ellos, tanto que se irán al quinto cielo... ¡Eso es hipnosis, Pedro! y del tipo pesadilla; eso es locura, incoherencia y contradicción total ante la solidaridad humana y universal, ante cualquier religión y ante Dios, que es Amor.

—Tienes toda la razón, Ami.

—Y también hay pesadillas más comunes, Pedro; grandes contingentes humanos viven aterrorizados ante la existencia,

temiendo perder la salud, el trabajo, el ser amado, la vida; otros aseguran que el mundo y hasta el espacio están poblados de enemigos y, como creen eso, viven armados, llenos de cadenas, cerrojos, perros guardianes y pólizas de seguros. Otros viven temiendo a los espectros, al diablo, a los extraterrestres, a la idea de que la Tierra va a chocar con otro planeta y cosas así de feas. Todo eso es «hipnosis», Pedro, y casi todos aquí están hipnotizados, dormidos de una u otra forma, en un ensueño o en otro, por lo general del color de las pesadillas y con el miedo como música de fondo...

—¿Y no pueden despertar?

—Cuando alguien es capaz de ver que su desarmonía u oscuridad interior le impide el acceso a realidades más gratas, puede que también comprenda que si quiere vivir una realidad más feliz, deberá emprender el camino del crecimiento personal, buscando la superación de sus defectos, la armonización con el fluir de la vida universal y con sus leyes, todo eso lleva al despertar. Una persona relativamente despierta siente que la vida es hermosa, que es una oportunidad extraordinaria para amar, disfrutar, crecer y ayudar a otros, aunque haya momentos duros.

Sus palabras me hicieron recordar algo muy triste, cuando me quedé sin padres. Yo era un bebé, por suerte, y no los recuerdo. Mi abuela se encargó de mí y me dio su cariño; pero hubiera preferido ser un chico corriente, con una familia normal. Qué se va a hacer...

Ami continuó explicando:

—Una persona en el camino del crecimiento personal valora también los problemas y adversidades de su vida, porque sabe que las dificultades son pruebas que nos hacen crecer interiormente, que son parte del camino del despertar.

Algo me hizo clic por alguna parte cuando Ami dijo aquello.

—Y no olvida que los momentos amargos son muy pocos comparados con los momentos gratos; por eso disfruta su vida muchísimo más, en las buenas y en las malas.

Yo no era así ni había visto a mucha gente así, a nadie en realidad, a menos que estuviese actuando, posando para una foto o filmando una película. Él se enteró de lo que yo pensaba.

—No juzgues a los demás por lo que tú les ves por fuera, que de lo que hay por dentro no sabes nada ni es asunto tuyo. Ocúpate de lo que puedas mejorar en ti y no te pre-ocupes por lo que otros hagan o parezcan ser. Deberías aprovechar tu propia vida, que es linda y corta... Y pensar que algunos interrumpen su proceso evolutivo y se suicidan por cualquier pequeña dificultad. ¿Te das cuenta de qué tremendo? ¡Se suicidan! En lugar de hacer esfuerzos por encontrar la enseñanza encerrada en una situación límite y tratar de resolver el conflicto...

Ami comenzaba a hablar de una forma difícil de comprender y todavía me asustaba el recuerdo del encuentro que habíamos tenido momentos antes.

—¿Cómo fue que esos policías no se molestaron con tus bromas?

—Porque les toqué el lado bueno, el lado infantil.

—¡Pero ellos son policías!

Me miró como si acabara de decir una estupidez.

—Toda la gente tiene un lado infantil debajo de sus pesadillas, Pedrito, casi nadie es tan tonto como para no poder salir ni un segundo de su «mala onda» –dijo riendo–. Si quieres vamos a una cárcel y buscamos al peor criminal...

—No, muchísimas gracias...

—La mayor parte de la gente de este planeta está dormida, es cierto, pero a pesar de eso es más buena que mala.

—¿En serio?...

—Claro, hay más amor que odio en ellas.

—Eso no se nota mucho...

—Sucede que todos creen estar en lo correcto cuando piensan lo que piensan o hacen lo que hacen, y es lógico, no se puede vivir creyendo que uno está equivocado. Algunos lo están de manera garrafal, y hacen cosas muy feas, pero no es maldad, es error, ignorancia, sueño, hipnosis. Sin embargo, y a pesar de todo, si les llegas por el lado bueno, en general te devuelven lo bueno de ellos; pero si les llegas por el lado malo puedes esperar su lado peor.

—Entonces, si las personas no son tan malas, ¿por qué hay más infelicidad que felicidad en este mundo?

—Porque las formas de pensar, de vivir y convivir actuales corresponden a muy antiguas circunstancias históricas, cuando había lejanía, desconocimiento, división y desconfianza entre los pueblos; cuando vivían aterrorizados los unos de los otros, amurallados, encastillados, pensando sólo en la guerra, en la conquista o la defensa. En aquel tiempo la consigna era: «El desconocido o diferente es un peligro», y muchas veces lo era en realidad. Pero las cosas ahora son muy diferentes, las circunstancias han evolucionado espectacularmente en poco tiempo, los pueblos se conocen mejor, ahora están intercomunicados y emprenden iniciativas en pro del bien común, porque se han dado cuenta de que estar unidos y en paz es bueno para todos.

—Es verdad, Ami.

—Sin embargo, los sistemas mentales de antes, fundamentados en el viejo «el desconocido o diferente es un peligro», continúan presentes en varios terrenos, reflejándose en las leyes, en las costumbres, en los sistemas sociales y económicos que fomentan o toleran la división, la competencia, el egoísmo, la superficialidad, la deshonestidad y la desconfianza entre las personas, organizaciones y pueblos. Esas formas mentales del pasado obligan a vivir de acuerdo con condiciones que ya no son reales,

prácticas ni convenientes para los nuevos tiempos; pero si las vamos evolucionando hacia formas de pensar nuevas, adaptadas a la necesidad global actual, la vida será más grata y más feliz.

—¿Qué formas de pensar nuevas deberíamos adoptar?

—Por ejemplo, «el desconocido o diferente podría ser mi amigo»..., en vez de transformarlo gratuitamente en tu enemigo sin conocerlo; a lo mejor por hacer eso te pierdes al amigo más grande del mundo...

Comprendí que Ami nos proponía un cambio mental muy grande, muy difícil, pero que tenía razón.

—Si elegimos una actitud positiva, generosa, honesta y afectuosa hacia todos, conocidos o no, diferentes o no, en lugar de una actitud automática de rechazo, desconfianza, desafío o frialdad, eso es capaz de transformar positivamente la sociedad y hacer a la gente más feliz, porque simultáneamente irán cambiando de forma gradual las leyes, las costumbres y los sistemas sociales y económicos, todo lo cual finalmente puede llegar a producir un cambio espectacular en el destino de la humanidad.

En realidad, en esos momentos yo no comprendía con demasiada claridad todo lo que Ami me iba diciendo, pero más tarde, al recordarlo, se me hizo más fácil de entender, mucho después de su partida; sólo entonces pude orientar a mi primo para que escribiese más o menos como Ami se expresó.

ACmapítulo 5 i

¡¡¡Raptado por los

extraterrestres!!!

—Ya llegamos a tu casa. ¿Te vas a dormir?

—Sí. Estoy realmente agotado, no puedo más. ¿Y tú, qué

vas a hacer?

—Volveré a la nave. Iré a dar una vuelta por las estrellas...

—¿Sí?... ¡Qué bieeeeennnn! –exclamé maravillado.

—Quería invitarte, pero si estás tan cansado...

Ante una posibilidad tan extraordinaria como la de ir a pasear en un «platillo volador» se me fue todo el cansancio, estaba fresco y lleno de vitalidad.

—¡Ahora ya no! ¿En serio?... ¿Me llevarías a dar una vuelta en tu «ovni»?...

—Claro, pero ¿tu abuelita?...

Allí se me ocurrió inmediatamente la forma de salir sin que ella me echase de menos.

—Me serviré la cena, dejaré el plato vacío sobre la mesa, luego pondré mi almohada bajo la ropa de cama, para que si mi abuela se levanta crea que estoy durmiendo en casa, dejaré esta ropa por ahí y me pondré otra. Lo haré con mucho cuidado y en silencio.

—Una mentirilla necesaria –dijo él–, porque es imprescindible que vengas conmigo para que puedas escribir ese libro; miles de personas te lo agradecerán.

—¡¿Miles?!

—Miles, Pedro, por eso es importante que vengas conmigo. Estaremos de vuelta antes que ella despierte. No temas nada. Te acompaño adentro, entremos en silencio, shhhh.

Una vez en casa hice todo de acuerdo con lo calculado, pero cuando quise poner el plato en el microondas para calentar mi cena, Ami me lo impidió; con el índice en la boca me hizo comprender que mi abuela podría despertar con el ruido del artefacto. Enseguida sacó uno de sus aparatos, lo puso sobre la comida y ésta se calentó de manera instantánea y sin sonido alguno...

Cuando traté de comer la carne, la palabra cadáver resonaba en mis oídos y me dio asco, probé un trozo y me pareció que tenía un sabor horrible, como a zapato viejo; no pude comerla, sólo las paas y una ensalada que saqué del refrigerador. También me preparé un vaso de leche con chocolate.

—¿Quieres un vaso, Ami? –le pregunté en un susurro.

—No, gracias, mi estómago no es capaz de digerir la leche terrícola, pero dame una cucharadita de chocolate en polvo.

Llené una y se la di; se la zampó con deleite mientras exclamaba «qué rico». Unos minutos más tarde caminábamos hacia la playa.

—¿Cómo subiré a tu nave?

—La traeré hasta la orilla.

—¿No te dará frío meterte en el agua?

—No, este traje resiste mucho más frío y calor de lo que imaginas. Bien, voy a buscarla. Tú espérame aquí, y cuando aparezca no te asustes.

Me hizo gracia su recomendación innecesaria.

—Oh, no; ya no les temo a los extraterrestres... ¡Voy a subir a un ovni, qué bien!

La luna se había ocultado tras unas nubes más bien tenebrosas. Ya no se veía nada más que negrura por todas partes. Ami avanzó hacia las suaves olas, se internó en el agua y desapareció del alcance de mi vista en la oscuridad. Fueron pasando los minutos y tuve tiempo para pensar a solas por primera vez desde la aparición de Ami...

¿Ami?... ¡Un alien!

¿Era verdad o había sido un sueño?

Esperé largo rato. A cada instante me inquietaba más, hasta que el temor comenzó a apoderarse de mí. Yo estaba totalmente solo allí, en una oscura playa, terriblemente solitaria...

Iba a enfrentarme nada menos que a una nave alienígena... La imaginación comenzó a hacerme ver sombras extrañas y movedizas entre las rocas, en la arena, emergiendo de las aguas... Y así fui llegando a dudar de todo: ¿y si Ami fuera un ser malvado disfrazado de niño? ¿Hablando de solidaridad para engañar-

me y obtener mi confianza?

¡No! No podía ser... ¿O sí?

¿Raptado por una nave extraterrestre?

En esos momentos apareció ante mis ojos un espectáculo terrorífico: debajo del agua un resplandor amarillo verdoso comenzaba a ascender lentamente, luego asomó una cúpula que giraba, con luces de muchos colores. ¡Era verdad! ¡Yo estaba contemplando una nave de otro mundo!

Después apareció el cuerpo del vehículo espacial, ovalado, con ventanillas iluminadas. Emitía una luz entre plateada y verde.

Fue una visión espantosa, sentí verdadero terror. Una cosa es hablar con un chico, (¿chico?)... con cara de «bueno», (¿máscara, hipocresía?)... y otra es estar de pie solo en una playa, en la oscuridad de la noche, y ver aparecer una nave de otro mundo, un ovni que viene a buscarte, a llevarte lejos...

Olvidé al «chico» y todo lo que me había dicho. Para mí, aquello se transformó en una maquinaria infernal, venida quién sabe desde qué sombrío rincón del espacio, llena tal vez de seres monstruosos y crueles que venían a raptarme. Me pareció de un tamaño mucho mayor que el del objeto que había visto caer al mar horas antes. Comenzó a acercarse a mí flotando a unos tres metros sobre las aguas. No emitía ningún sonido, el silencio era horrible, y se acercaba, se acercaba irremediablemente.

Hubiera deseado volver el tiempo atrás, no haber presenciado la caída de ningún objeto espacial, no haber conocido jamás a ningún extraterrestre y estar durmiendo tranquilo cerca de mi abuela, a salvo en mi camita. Aquello era una pesadilla. El terror me había paralizado y ya no podía salir huyendo, pero tampoco podía dejar de mirar a ese engendro luminoso que venía a llevarme, tal vez a un zoológico espacial...

Cuando estuvo inmenso, gigantesco sobre mi cabeza, me sentí perdido, hasta pensé que aquella mole siniestra iba a aplastarme sin compasión.

Apareció una luz amarilla en el vientre del monstruo, luego un reflector me encandiló y supe que ya estaba muerto. Encomendé mi alma a Dios y decidí abandonarme a su altísima Voluntad, como decía mi abuela.

Sentí que me subían, que iba en una especie de ascensor, pero mis pies no estaban apoyados sobre nada. Esperé ver aparecer aquellos seres con cabeza de pulpo y ojos sanguinarios...

De repente mis plantas se posaron sobre una superficie mullida y me vi de pie sobre un recinto luminoso y agradable, alfombrado y con paredes tapizadas. El niño de las estrellas estaba frente a mí sonriendo, con sus grandes ojos amistosos. Su mirada logró calmarme, volviéndome a la realidad, a esa realidad increíble y benigna que él me había enseñado a conocer.

Me puso una mano sobre el hombro.

—Calma, calma; no pasa nada malo.

Cuando pude hablar sonreí confortado y le dije:

—Me dio mucho miedo.

—Me di cuenta, ¡estabas verde! –expresó riendo.

—Pensé que... bueno... cosas feas.

—Fue la imaginación cabalgando desbocada por entre las pesadillas que «Míster Paranoia» se iba proyectando a sí mismo...

—Es... es verdad...

—La imaginación sin control es un gran problema, Pedrito; te puede matar de terror si no eres capaz de dominarla, puede inventar un demonio donde sólo hay un buen amigo, pero se trata simplemente de feos pensamientos autoproyectados. Si logramos mantener nuestra mente un poquito más arriba de lo negativo, nos encontraremos con una realidad superior, verdadera, sencilla y bella. Recuérdalo.

—De acuerdo. Entonces... ¿estoy en un ovni?

—Un ovni es un objeto volador no identificado. Esto está plenamente identificado: es una nave espacial; pero podemos llamarlo «el ovni» si quieres, y a mí puedes decirme «el marciano». –Se me fue toda la tensión cuando reímos.

—Ven, ven a la sala de mando –me invitó.

Por una puerta pequeñísima y en arco pasamos a otro recinto tan bajo de techo como el que abandonábamos. Ante mí apareció una sala semicircular rodeada de grandes ventanas curvas. En el centro había tres sillones reclinables frente a un tablero

de control que tenía varias pantallas con signos luminosos. En una de ellas pude reconocer un croquis del mapamundi terrestre. ¡Aquel recinto tan pequeño era como para niños!, tanto los sillones y las pantallas como la altura del salón. Yo podía tocar el techo levantando el brazo. Allí no hubiera cabido de ningún modo una persona mayor.

—¡Esto es fabuloso! –exclamé entusiasmado. Me acerqué a las ventanas mientras Ami se acomodaba en el sillón central, frente a los controles. Tras los vidrios pude ver a lo lejos el resplandor de las luces del pequeño pueblo. Sentí una leve vibración en el piso y las luces desaparecieron; ahora sólo se veían estrellas...

—Oye, ¡¿qué hiciste con el pueblo?!

—Mira hacia abajo –respondió Ami.

Casi me desmayo: estábamos a miles de metros de altura sobre la bahía. Se veían todos los pueblos costeros de la zona; el mío se encontraba allá abajo, muy abajo. ¡Habíamos ascendido kilómetros en un instante y yo no tuve ninguna sensación de movimiento!

—¡Súper, superbueno!

Mi entusiasmo crecía, pero pronto la altura me produjo vértigo.

—Ami...

—Dime.

—¿Esto no se cae?

—Bueno, si a bordo hubiera una persona que ha cometido algún pecado, entonces estos delicados mecanismos podrían fallar...

—¡Bajemos entonces, bajemos! –dije muerto de miedo, pero por sus carcajadas supe que bromeaba.

—¡Eres un saco de plomo! –exclamé molesto.

—¡Ja, ja, ja! «Míster Paranoia» se lo creyó, naturalmente, ja, ja, ja.

—Muy graciosito el niño...¡JA, JA, JA!... –lo imité, burlándome de él, y cambié el tema–: ¿Oye, nos ven desde abajo?

Cuando terminó de reír me explicó:

—Si esta luz se enciende –señaló un óvalo rojo sobre el tablero de control– quiere decir que somos visibles. Si está apagada, como ahora, somos invisibles.

—¿Invisibles?

—Sí, igual que este señor de Venus sentado a mi lado

–indicó muy serio hacia un sillón vacío junto a él. Me alarmé, pero sus risas me hicieron comprender que se trataba de otra de sus bromas.

—Oye, «saco de plomo», ¿cómo haces para que no nos vean?

—Si una rueda de bicicleta está girando rápido, sus rayos no se ven. Nosotros hacemos que las moléculas de esta nave se muevan rápido.

—Ingenioso, pero me gustaría que nos vieran desde abajo.

—No puedo hacerlo. La visibilidad o invisibilidad de nuestras naves, cuando están en los mundos no evolucionados, se efectúa de acuerdo con el plan de ayuda. Eso lo decide el «supercyber» que está situado en el centro de esta galaxia.

—No entiendo bien. ¿El «super...» qué?

—«Cyber».

—¿Y qué es eso?

—Un sistema informático, un cerebro electrónico monumental. Esta nave está conectada a ese «cyber», y él decide cuándo podemos o no ser vistos.

—¿Y cómo sabe ese «cyber» cuándo...?

—Ese «cyber» lo sabe todo porque tiene conexiones con todo... ¿Quieres que vayamos a algún lugar en especial?

—¡A mi casa de la ciudad! Me gustaría verla desde el aire, pero no sé si será posible...

—¿Por qué?

—Porque está lejos, a cientos de kilómetros...

—¡Qué leeeejos! –exclamó Ami, con un rostro como de estar muy desencantado. Enseguida deslizó un dedo sobre el tablero de control y dijo «ya».

Me preparé para disfrutar del viaje mirando por la ventana. Al asomarme... ¡mi ciudad resplandecía allá abajo!... ¡Cientos de kilómetros en una fracción de segundo! Yo estaba fascinado.

—¡Guau, esto se pasó de rápido para viajar!

—Ya te dije que en general no «viajamos», sino que nos

«situamos». Es cosa de coordenadas espacio-temporales, pero también podemos «viajar».

Miré las grandes avenidas iluminadas. Se veía fantástica la ciudad en la noche desde el aire. Localicé mi barrio a la distancia, y le pedí que nos dirigiésemos hacia allá.

—Pero «viajando», lento, por favor. Quiero disfrutar del paseo.

La luz del tablero estaba apagada, nadie nos veía. Fuimos avanzando suave y silenciosamente por entre las estrellas del cielo y las luces de la ciudad. Apareció mi casa. Fue algo extraordinario poder verla desde las alturas.

—¿Quieres comprobar si todo está bien allá dentro?

—¿Cómo?

—Vamos a mirar por aquí.

Frente a él, en una pantalla apareció la calle enfocada desde la altura. Era el mismo sistema por el que veíamos dormir a mi abuela, pero con una gran diferencia: aquí la imagen se veía en relieve, con profundidad. Parecía que uno podía meter la mano por la pantalla y tocar las cosas. Intenté hacerlo pero un vidrio invisible me lo impidió. Ami se divertía conmigo.

—Todos hacen lo mismo.

—¿Todos? ¿Quiénes son esos todos?

—No creerás que eres el primer habitante de un mundo no evolucionado que sale a pasear en una nave extraterrestre.

—¿No?... Yo había pensado que sí –dije, desilusionado.

—Pues te equivocas, pero para que tu ego no sufra, te diré que no son muchos quienes han tenido la suerte que tú tienes.

—Entonces me alegro, Ami.

La imagen de la pantalla atravesó el techo de mi casa y luego la recorrió por cada rincón. Todo estaba en orden.

—¿Por qué en tu televisor portátil no se ve en relieve, como aquí?

—Ya te lo dije, aquél es un sistema anticuado.

—Si es tan anticuado, ¿me lo regalas?... Él no se esperaba esa solicitud mía.

—¡¿Qué?! No puedo, Pedro, no nos está permitido dejar muestras de una tecnología superior en estos mundos; ya sabes que no sería empleada para el bien.

Comprendí inmediatamente que un aparato como aquél iba a ser utilizado para espiar.

— Y adiós a la privacidad de los pobres ciudadanos del planeta Tierra –manifestó.

Le pedí que diésemos una vuelta por la ciudad. Pasamos sobre mi colegio. Vi el patio, el campo deportivo, mi sala de clases. Me imaginé pavoneándome más tarde frente a mis compañeros: «Yo vi esta ciudad desde una nave espacial»... Eso me iba a convertir en la estrella del colegio...

—En el loco del colegio es en lo que te vas a convertir si abres la boca, y pronto irías a parar al manicomio –dijo Ami un tanto serio. Entonces imaginé las burlas de todos los alumnos y profesores, y unos cuantos horrores más.

—Creo que tienes razón, mejor cerraré la boca.

—Eso es más prudente, Pedro, más vale que cuentes sólo en ese libro la verdad, sólo allí, y como si fuera una fantasía juvenil, un ensueño. ¿Prometido?

—Prometido, Ami.

Continuamos paseando sobre mi ciudad.

—Lástima que no sea de día — dije.

—¿Por qué?

—Me hubiera gustado viajar en tu nave también de día, ver ciudades, paisajes a la luz del sol...

Como de costumbre, Ami se estaba riendo de mí.

—¿Quieres que sea de día? –me preguntó.

—No creo que tus poderes te permitan mover el sol... ¿o sí?

—Tanto como mover el sol, no, pero a nosotros sí... Accionó los controles y comenzamos a movernos tremenda-

mente rápido, sobrevolamos unas montañas y luego aparecieron

varias ciudades que se veían como manchitas luminosas debido a la gran altitud que habíamos alcanzado; inmediatamente después divisé un enorme océano bañado de luna. Más adelante el cielo se fue aclarando en el horizonte. Llegamos a alguna tierra y, lo extraordinario: ¡comenzó a amanecer, el sol iba ascendiendo rápidamente! Para mí, aquello fue algo increíble. En unos instantes se hizo de día. Hay que ver lo que es contemplar el sol elevándose sobre el horizonte a una velocidad impresionante. Pensé que Ami lo iba moviendo, como si fuese un juego electrónico en la pantalla.

—El sol está donde siempre, pero nosotros nos vamos moviendo un poquito rápido.

—¡GUAU!... ¿Un poquito?... Le dio risa y dijo:

—Para mí, esta velocidad es de tortuga.

—Claro, extraterrestres, qué suerte... ¿Sobre qué lugar vamos?

—África.

—¡África! ¡Esto es más veloz que una nave espacial!

–bromeé.

—Como querías viajar de día en esta nave, vinimos a un lugar en donde fuese de día. Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña. ¿Qué país de África te gustaría visitar?

—Esteeee... la India.

Su risa me indicó que mis conocimientos geográficos no eran demasiado precisos.

—Vamos entonces a Asia, a la India... ¿A qué ciudad de la India quieres ir?

Iba a decir Singapur, porque me sonaba bonito y como si estuviese en India, pero luego se me ocurrió pensar que eso estaba en África y no quise volver a cometer un error.

—Me da lo mismo, elige tú...

—¿Te parece bien Bombay?

—Sí; fantástico, Ami...

Pasamos a gran velocidad y altitud sobre el continente africano, cruzándolo de lado a lado.

Más tarde, después de las vacaciones, mirando un mapa pude reconstruir aquel viaje. Llegamos desde África al océano Índico, lo cruzamos mientras el sol ascendía y ascendía vertiginosamente, y en pocos instantes volábamos por los cielos de la India.

La nave frenó de golpe y se quedó inmóvil.

—¿Cómo es que no nos estrellamos contra las ventanas con esa frenada? –pregunté muy sorprendido.

—Fácil, es cosa de anular la inercia.

—Ah; qué sencillo...

ACmapítulo 6 i

Una cuestión de medidas

Descendimos sobre la ciudad hasta llegar a unos cien metros de altura e iniciamos el paseo por los cielos de Bombay.

Me parecía estar viendo una película o soñando: miles y miles de personas usando túnicas y turbantes de varios colores, vacas por las calles, casas y edificios muy diferentes a los de mi país, mucha venta callejera; todo eso visto desde el aire...

¡Fabuloso! Sobre todo me llamó la atención la enorme cantidad de gente. Para mí, eso era otro mundo.

Nadie nos veía; la luz indicadora estaba apagada. De pronto volví a «la realidad»:

—¡Rayos..., mi abuela!

—¿Qué pasa con ella ahora?

—¡Ya es de día! Se habrá levantado, estará preocupada por mi ausencia... ¡Volvamos! –Para Ami, yo era un constante motivo de diversión.

—Pedrito, ella duerme profundamente, como de costumbre. Al otro lado del mundo es poco más de media noche; aquí son cerca de las diez de la mañana.

—¿De ayer o de hoy? –pregunté, enredado en el tiempo.

—¡De mañana! –respondió, muerto de risa.

—En serio, Ami, no estoy tranquilo.

—¡Qué raro!... –bromeó–. Pero no te inquietes tanto, Pedro, que tenemos mucho tiempo aún. ¿A qué hora se levanta ella?

—No sé, yo creía que siempre estaba despierta, bueno, eso es lo que ella dice, que no puede pegar ojo en toda la noche...

–reímos.

—Entonces le quedan todavía varias horas «sin poder dormir»; tenemos todo ese tiempo por delante, sin contar con que podemos estiiiiraaaar el tiempo...

—De todas maneras estoy preocupado. ¿Por qué no vamos a ver?

—¿Qué quieres ver?

—Puede haber despertado...

—Veámosla desde aquí mismo mejor, para que te convenzas... (Qué manía eso de amargarse la existencia por todo algunos terrícolas...) –murmuró entre dientes, con una sonrisa pícara en los labios. Operó los controles de una pantalla y apareció la costa de mi país vista desde muy alto; luego la pantalla mostró una caída en vertical hacia la tierra a una velocidad fantástica. Pronto distinguí la bahía, el pueblo, la casa de la playa, el techo y a mi abuela. Era increíble, parecía estar allí, durmiendo todavía con la boca entreabierta, en la misma posición anterior.

—No se puede decir que tenga mal dormir, ¿eh? –observó Ami con humor: luego agregó–: Haremos algo más para que te quedes tranquilo.

Tomó una especie de micrófono y me indicó que guardara silencio. Apretó un botón y dijo «psht». Mi abuela escuchó aquello, despertó, se levantó y fue hacia el comedor. Pudimos escuchar sus pasos y su respiración. Vio los restos de mi cena sobre la mesa, ordenó todo y dejó los platos en la cocina; luego se dirigió a mi habitación, abrió la puerta, encendió la luz y miró hacia mi cama; se veía perfecta, parecía que yo estaba allí. Sin

embargo, algo le llamó la atención, no supe qué fue, pero Ami sí. Tomó el micrófono y se puso a respirar cerca de él. Ella escuchó esa respiración y creyó que era la mía, apagó la luz, cerró la puerta y se dirigió hacia su dormitorio.

—¿Tranquilo ahora?

—Sí, ahora sí, pero es como para no creerlo; ella de noche allá y nosotros de día aquí, al otro lado del planeta...

—Ustedes viven demasiado condicionados por las distancias y por el tiempo, Pedro.

—No comprendo.

—¿Qué tal te parecería salir de viaje hoy y regresar ayer?

—Quieres volverme loco, ¡pero no lo conseguirás, saco de plomo! ¿No podríamos ir a visitar China?

—Claro, ¿qué ciudad te gustaría conocer?

Esta vez no iba a pasar vergüenza. Respondí con seguridad y orgullo:

—¡Tokio!

—Vamos entonces a Tokio... capital de Japón –dijo, intentando disimular las ganas de reír.

Atravesamos todo el territorio de la India viajando hacia el nordeste. Cuando llegamos a los Himalayas la nave se detuvo.

—Tenemos órdenes –dijo Ami. En una pantalla aparecieron signos extraños–. Vamos a dejar una evidencia. El «supercyber» indica que debemos ser vistos por alguien en algún lugar.

—¡Qué divertido! ¿Dónde y por quién?

—No lo sé. Vamos a ser guiados. Ya llegamos.

Habíamos utilizado el sistema de teletransportación instantánea. Estábamos sobre un bosque, detenidos en el aire a unos cincuenta metros de altura. La luz del tablero señalaba que éramos visibles. Había mucha nieve por allí.

—Esto es Alaska –dijo Ami, reconociendo el lugar gracias a un punto destellante en el mapa luminoso de una de las pantallas.

El sol comenzaba a ocultarse en el mar cercano. Nuestra nave se movía en el cielo dibujando un inmenso triángulo en su trayectoria, a medida que emitía luces de diversos colores.

—¿Para qué hacemos esto?

—Para impresionar. Debemos llamar la atención de ese amigo que viene allá.

Ami observaba a un hombre por la pantalla; yo lo busqué mirando a través de los vidrios de la ventana y lo encontré a lo lejos, entre los árboles. Vestía una chaqueta de cazador, de color rojo; llevaba una escopeta, parecía muy asustado. Nos apuntó con su arma. Me agaché con temor para evitar ser alcanzado por el posible disparo.

Ami se divertía con mis temores.

—No temas, este ovni es a prueba de balas y de mucho más.

Nos elevamos y quedamos muy alto, siempre emitiendo destellos multicolores.

—Es necesario que él no olvide jamás este encuentro. Pensé que para que no olvidase nunca el espectáculo basta-

ba con haber pasado por el aire, sin necesidad de asustarlo tanto. Se lo dije.

—Estás equivocado. Muchas personas han visto pasar nuestras naves, pero no lo recuerdan. Si en el momento de vernos estaban muy pre-ocupadas con sus feas historias mentales, nos miraron casi sin prestarnos atención, y luego lo olvidaron. Tenemos estadísticas impresionantes al respecto.

—¿Por qué es necesario que ese hombre nos vea?

—No lo sé exactamente; tal vez su testimonio sea importante para alguna otra persona interesante, especial, o tal vez él mismo lo sea. Voy a enfocarlo con el «sensómetro».

En otra de las pantallas apareció el hombre, pero se veía casi transparente. En el centro de su pecho brillaba una luz dorada muy bonita.

—¿Qué es esa luz?

—Indica su nivel evolutivo.

—¿Nivel evolutivo?

—Su grado de cercanía a la «bestia» o al «ángel» –expresó Ami. Yo entendí que eso medía el grado de bondad o maldad, y dije «ah».

—Tiene setecientas cincuenta medidas.

—¿Y eso qué significa?

—Que él es interesante.

—¿Interesante por qué?

—Porque su nivel evolutivo es bastante alto para ser un terrícola que se dedica a cazar...

—Yo detesto a los cazadores –dije.

—No deberías detestar a nadie, Pedro.

—Bueno..., no es tanto como detestar sino como rabia, como indignación. ¿Cómo pueden ser tan canallas?

—Eso es un problema de falta de solidaridad, la fiera está muy cerca en sus psiques. Pero este caso es diferente, con tantas medidas no es que no tenga solidaridad o evolución, sino que las tiene bloqueadas; seguro que en su familia y en su entorno las cacerías tienen buena reputación, aunque a él mismo no le gusten realmente; pero el muy bobo se deja llevar por la opinión ajena... Creo que este avistamiento le ayudará a que alguna vez se comporte de acuerdo con su verdadero nivel evolutivo.

Luego enfocó a un oso en la pantalla, que también se veía transparente, pero la luz de su pecho brillaba mucho menos que la del hombre.

—Doscientas medidas –precisó. Después enfocó a un pez. Esta vez la luz era mínima–. Cincuenta medidas.

—¿Y tú, cuántas medidas tienes, Ami?

—Setecientas sesenta –respondió.

—¡Sólo diez más que el cazador! –quedé sorprendido por la escasa diferencia entre un terrícola y él.

—Claro, tenemos un nivel parecido.

—Pero se supone que tú debes ser mucho más evolucionado que los terrícolas...

—En la Tierra hay algunas personas que llegan a las ochocientas medidas, Pedrito.

—¡Más que tú!

—Por supuesto. La ventaja mía consiste en que yo conozco ciertas cosas que ellos ignoran, pero aquí hay gente muy valiosa: maestros, artistas, enfermeras, bomberos...

—¡¿Bomberos?!

—¿No te parece noble arriesgar la vida por los demás?

—Tienes razón, pero mi tío, el físico nuclear, también debe de ser muy valioso...

—¿Ese que dice que «a Dios lo mató el intelecto»?... ¿Valioso?... Famoso tal vez. ¿A qué se dedica tu tío dentro de la física?

—Está desarrollando una nueva arma, un rayo de ultrasonidos muy destructivo. ¡Es fantástico!

—Bueno..., si él no es capaz de comprender que la inteligencia humana es el reflejo de una inteligencia superior, si su corta visión le hace ser arrogante, torpe y burlesco con respecto a Dios, ofendiendo así a tanta gente creyente, y si además dedica el talento que recibió a la fabricación de armas..., yo creo que no tiene un nivel muy alto. ¿No te parece?

—¡¿Qué?! ¡Pero si es un sabio! –protesté.

—Otra vez confundiendo las cosas. Tu tío tiene mucha información y buena memoria, y además es hábil y rápido para relacionar datos; pero eso no significa necesariamente que sea inteligente ni mucho menos un sabio. Un cerebro electrónico puede tener un banco impresionante de datos y hacer veloces operaciones, pero no por eso es inteligente. ¿Te parece muy sabio un hombre que cava una fosa en la que él mismo corre el peligro de caer?

—No, pero...

—Las armas se vuelven contra aquellos que las favorecen. No me pareció muy evidente esa afirmación de Ami, pero decidí creerle. Sin embargo, quedé confundido; mi tío era mi

héroe..., un hombre tan inteligente...

—Tiene un buen «sistema informático» en la cabeza, eso es todo. Aquí hay un problema de términos: en la Tierra llaman inteligentes o sabios a quienes tienen buena capacidad en uno solo de los cerebros, pero tenemos dos...

—¿¡Qué!? ¿¡Dos cerebros!?

—Bueno, digamos mejor dos centros de comprensión, por llamarlos de alguna manera. Uno es el «sistema informático», la cabeza, las ideas; podemos llamarlo el «centro intelectual». Éste procesa información relacionada con la lógica, con las cosas terrenales y prácticas de la vida. El otro es el «centro emocional». Éste se relaciona con los sentimientos, con las cosas profundas de la existencia, con las verdades eternas y universales, con la creatividad y la intuición, con la sabiduría y el amor. Del equilibrio entre los dos centros depende la luz que viste en la pantalla en el pecho del hombre. Buen equilibrio, más luz; desequilibrio, menos luz.

—¿No toda la gente tiene bien equilibrados los dos centros? –pregunté.

—No, Pedro, no en tu mundo, y ése es el principal problema; por eso a nosotros no nos parece inteligente mucha gente que tú piensas que sí lo es. Para nosotros, inteligente o sabio es aquel que tiene ambos centros en armonía, y armonía quiere decir que el intelecto debe estar al servicio del corazón.

—¿Por qué? –pregunté.

—Porque el intelecto es simplemente una herramienta, pero es en el corazón en donde se encuentran las grandes motivaciones humanas, sus realidades más profundas, aquello que más feliz o infeliz hace a la gente, lo más importante de todo. Por

eso el intelecto debe servir para ayudar a hacer feliz al ser humano, pero muchos de los aquí llamados «inteligentes» creen que es al revés, que el hombre debe servir a los fríos cálculos cerebrales que ellos hacen en base a datos o teorías superficiales, y no pueden ver lo importante, lo transcendente: la felicidad humana. Eso simplemente lo ignoran.

Como me resultaba más fácil comprender a Ami cuando ponía algún ejemplo, le pedí uno. Él dijo:

—Bueno, unos industriales de la pesca, locos, podrían decir: «Si sacamos diez ballenas, ganamos un millón... ¡Si sacamos todas las ballenas del mar, ganaríamos miles de millones!»...

Me puse a reír porque Ami estaba poniendo caras como de loco al decir aquello.

—Gente así sólo ve lo superficial: el dinero; pero no ve lo profundo: el daño que causa a los demás, incluso a ellos mismos, y no lo ve o no le importa porque tiene un desequilibrio entre el centro intelectual y el emocional.

—Ahora entiendo mejor. ¿Y qué pasa con quienes tienen más desarrollado el centro emocional que el intelectual? –pregunté.

—Ése es el extremo opuesto; tú dirías que son «tontos buenos». Debido a sus limitaciones intelectuales no pueden comprender bien el mundo en el que viven, y eso hace que a fin de cuentas no sean tan buenos.

—¿Por qué? –pregunté con mucha curiosidad.

—Porque resultaría fácil para uno de tus «inteligentes malos» lavarles el cerebro y ponerlos a hacerse daño a ellos mismos o a otros, mientras creen que hacen el bien. Los afectos de quienes no razonan con claridad no llegan a ser verdadero amor.

—¿Qué les falta?

—Los sentimientos deben ser alumbrados por el intelecto para convertirse en sabiduría, y el intelecto debe ser alumbrado por las emociones para convertirse en verdadera inteligencia.

Mucho después, pensando en estas cosas comprendí que Ami tenía razón. Recordé las malas noticias de la televisión y vi que en todos los casos en los que seres humanos hacen sufrir o matan a otros seres humanos, allí hay un desequilibrio, una falta de comprensión o de sensibilidad, porque una persona equilibrada no podría hacer infeliz a nadie. Hacerlo es cosa sólo de desequilibrados, de locos, como me explicó él.

—El desarrollo intelectual debe ir armonizado con el desarrollo emocional; sólo así podríamos estar hablando de una persona verdaderamente inteligente o sabia.

—Ya voy comprendiendo, gracias. ¿Y yo, Ami, cuántas medidas tengo?

—No te lo puedo decir.

—¿Por qué?

—Porque si tu nivel es alto te vas a poner vanidosamente orgulloso...

—No entiendo, yo pensaba que el orgullo era bueno...

—La satisfacción de superarse a sí mismo o de ser útil a los demás, eso produce orgullo sano; pero aquello que nos hace ser arrogantes y despreciativos, eso es vanidad, orgullo insano, soberbia...

—Comprendo...

—Y la soberbia apaga la luz interior...

Eso me hizo pensar. Intuí que Ami tenía razón.

—Debemos tratar de ser humildes, Pedro. Dios es tan humilde que, a pesar de haber creado todo para nosotros, no se deja ver, sólo nos permite ver su creación.

—Qué bonito... Crea océanos, planetas, galaxias... y ni aplausos pide...

—Es que Dios tiene más medidas que nadie –rió Ami.

—¿Por qué no me dices de una vez cuántas medidas tengo y te dejas de historias? Te prometo que si mi nivel es alto no me voy a poner vanidoso.

—Pero si tu nivel fuera bajo... te vas a sentir muuuy mal... No me gustó esa idea y sólo dije «ah».

—Mira, ya nos vamos.

Instantáneamente habíamos regresado a los Himalayas, situados al otro lado del planeta.

ACmapítulo 7 i

Luces en el cielo

Avanzábamos hacia un mar lejano, al que llegamos en segundos, lo cruzamos y aparecieron unas islas: Japón. Bajamos sobre la ciudad de Tokio.

Yo pensé que iba a encontrar casas con techos con las puntas hacia arriba, pero lo que más abundaba eran rascacielos, avenidas modernas, parques y automóviles.

—Estamos siendo avistados –dijo Ami, señalando la luz del tablero encendida.

En la calle la gente comenzaba a arremolinarse, nos señalaban con la mano. Nuevamente se encendieron las luces exteriores de variados colores. Al parecer, cuando la nave de Ami decidía mostrarse lo hacía más bien escandalosamente, como para asegurarse de que nadie se perdiese el avistamiento.

Estábamos bastante alto. Permanecimos apenas unos dos minutos allí.

—Otro avistamiento –dijo Ami, observando los signos que aparecían en la pantalla–. Vamos a ser trasladados de nuevo.

Súbitamente la luz del día se apagó. Sólo quedaron las estrellas centelleando tras los vidrios. Abajo no se veía gran cosa, una pequeña ciudad muy lejana, unas pocas luces y un camino por el que venía un automóvil.

Fui hacia la pantalla que estaba frente a Ami; allí aparecía todo el panorama perfectamente iluminado. Lo que a simple vista no se distinguía debido a la oscuridad, en el monitor era muy claro, como si fuese de día; luego Ami hizo un zoom a la imagen, que se agrandó muchísimo, sin perder claridad ni definición; así

noté que el automóvil era de color verde y que en él venía una pareja joven.

Estábamos a unos veinte metros de altura, éramos visibles según el tablero. Decidí en lo sucesivo aprovechar esa pantalla, ya que era más nítida que la misma realidad.

Cuando el vehículo llegó a poca distancia de nosotros se detuvo, estacionó junto al camino, sus ocupantes descendieron, y comenzaron a gesticular y a gritar mientras nos miraban con ojos desencajados.

—¿Qué dicen? –pregunté.

—Piden comunicación, contacto. Es una pareja de estudiosos de los ovnis, aunque este caso es un poco exagerado. Ellos son más bien algo así como «fanáticos de los extraterrestres».

—Comunícate entonces –le dije, preocupado por la inquietud de esas personas, que luego se arrodillaron y comenzaron a rezar mirando hacia la nave.

—No puedo, tengo que obedecer las órdenes estrictas del plan de ayuda. La comunicación no se produce cuando a cualquiera se le antoja, sino cuando desde «arriba» se decide.

—Ah..., claro.

—Además, no puedo aprovecharme de la ignorancia de esta pobre gente.

—¿Aprovecharte cómo?

—Nos consideran dioses...

—¿Y dónde está lo malo?

—Lo malo está en que eso es una mentira, porque nosotros no somos dioses, por si no te has dado cuenta.

—Ya, pero...

—Venerar a cualquiera de las criaturas del Universo como si fuera Dios es confundir el fruto con el árbol.

—¿Y eso es grave?

—No demasiado para quien no sabe mucho acerca de estas cosas, pero sería muy grave si nosotros pretendiésemos usurpar el lugar de Dios ante la desviada religiosidad de estas personas. Si nos considerasen como hermanos más avanzados, pero no dioses, eso sería otra cosa.

Me pareció que Ami debía sacar de su error a esa pareja y darles alguna explicación. Él percibió lo que yo pensaba y dijo:

—Pedrito, nosotros no podemos estar sacando de sus errores a cada uno de los habitantes de los mundos no evolucionados, sobre todo cuando, aparte de intelecto y corazón, tienen escrituras, religiones, libros espirituales y también psicólogos, que están allí para aclararles muchas cosas. Lo que hace esta pareja no es nada comparado con errores mucho peores que se cometen en estos mundos, y allí tampoco podemos intervenir, aunque sucedan cosas terribles. En este preciso instante a miles de personas las están matando o torturando en muchos planetas, aquí mismo también.

—¿En serio?...

—Muy en serio.

—¿Y ustedes no pueden hacer nada?

—No, Pedro, no podemos, por nueve buenas razones que ya conoces, y hay otras más, pero por ahora no te enredaré más la cabecita.

Encontré que ésa era una buena ocasión para comentarle algunas ideas que siempre, toda la vida, durante laaaaargos trece años, me habían rondado:

—A veces me parece que Dios no es tan bueno, Ami.

¿Cómo puede permitir que pasen esas cosas?

Él se puso de pie, miró por las ventanas y dijo:

—Dios no puede amarrarle las manos a nadie...

No entendí qué quiso decir con eso y le pedí que fuese más claro.

—Quiero decir que Dios no creó títeres ni marionetas, sino seres libres. Así, cada cual puede hacer aquello que tenga ganas de hacer, lo que escoja, pero después, que se atenga a las consecuencias, porque cada uno cosecha lo que sembró...

—Entiendo, pero todavía no comprendo por qué algunas personas eligen cosas tan feas como matar o hacer sufrir a otros.

—Todo es asunto de niveles evolutivos, Pedro; las personas escogen cosas feas o bonitas según su nivel evolutivo, ya entenderás mejor lo que quiero decirte. Y así como las personas tienen distintos niveles de evolución, también los planetas los tienen.

—¡Los planetas!

—Y los soles, y las galaxias; todo va evolucionando porque todo es parte de un Universo que se va expandiendo, que evoluciona, que tiene un objetivo que alcanzar.

—¡Interesante! Nunca había pensado en eso...

—En los planetas poco evolucionados, como éste, la gente por lo general tampoco tiene mucha evolución; debido a eso, hay muchas personas que escogen cosas feas. Pero en los mundos más avanzados los seres eligen cosas bonitas. En consecuencia, la realidad allí también es más agradable. Pero hay millares de mundos que están todavía menos avanzados que el tuyo, y la vida en ellos resultaría brutal para nosotros, incluso en este mismo planeta, millones de años atrás.

—¿En el tiempo de los dinosaurios?...

—Correcto. Debido a la falta de evolución, éste era un mundo hostil, lleno de peligros. Como la lucha por la supervivencia era muy violenta, todo era agresivo y venenoso, todo tenía garras y colmillos, muchas plantas eran carnívoras, los volcanes entraban en erupción constantemente y otras «bellezas»; pero esas criaturas estaban adaptadas a ese ambiente y a ellas no les parecía especialmente cruel la vida, y tampoco tenían ningún problema al despedazar a otras criaturas.

—¿Y Dios inventó ese sistema tan «amoroso»?...

—Ya te dije que sólo podemos valorar la luz cuando hemos conocido las sombras, y acabo de explicarte que esos seres no tenían tu sensibilidad, y por eso tú no vives en un mundo como aquél, ni ellos vivían en un mundo como éste.

—Hummm... –Ami no lograba convencerme acerca de la bondad de Dios.

—Pero hoy, debido a que se alcanzó un nivel de evolución más avanzado en este mundo, la vida resulta más benigna para ustedes, no es algo tan duro como lo era antes, las especies que lo habitan ya no son tan primitivas. Pero todavía no se puede decir que éste sea un mundo evolucionado; en algunos lugares hay niños que mueren de hambre, de abandono...

—¿Ves? Eso no parece ser obra de un Dios muy amoroso...

—Eso es obra de los hombres, no de Dios, igual que estas otras «bellezas» que voy a mostrarte.

Ami operó un aparato y en la pantalla aparecieron escenas de guerra; los soldados lanzaban cohetes contra unos edificios, destruyéndolos, y también a las personas que los habitaban.

—Esto sucede ahora mismo en otro país, pero no podemos hacer nada más de lo que estamos haciendo. En la evolución de cada planeta, pueblo o persona no debemos intervenir más allá de lo permitido.

En la pantalla aparecieron ahora imágenes de fusilamientos colectivos. No pude soportar lo que vi y le pedí que apagara eso.

—Me afecta ver tanta «bondad divina»...

—No seas sarcástico con estas cosas, Pedro; ya te dije que no es cosa de Dios, no es Dios quien empuña esas armas. Eso es maldad humana, inconsciencia, ignorancia y locura. No saben lo delicado que es interrumpir violentamente un proyecto evolutivo personal, algo tan sagrado...

—¿Un proyecto qué?

—Evolutivo personal.

—¿Y qué es eso?

—Quiero decir que ellos no saben lo grave que es matar, aunque nadie desaparezca para siempre, aunque las almas que se aman se vuelvan a encontrar. La vida es una escuela de muchas etapas, de muchos cursos y niveles educativos, en muchos «trajes» diferentes, es decir, cuerpos; pero más allá de esa envoltura material está lo que somos de verdad, y con eso nos reencontraremos luego de cada etapa, y allí comprenderemos que toda nuestra vida fue simplemente el paso por una «escuela», por un lugar en donde teníamos que aprender algunas lecciones y realizar algunas cosas, para luego seguir avanzando. Nadie aparece de la nada ni desaparece para siempre, Pedro. Nacemos con la herencia del pasado, vivimos, morimos y volvemos a nacer, y sólo nos llevamos de cada etapa lo que hemos aprendido, y así seguimos, siempre aprendiendo.

—Muy bonito, pero a veces no sé si creer que existe algo después de esta vida...

—Lo lamento. Para ti es cosa de creer o no creer; yo simplemente recuerdo que en otras vidas mías, anteriores a ésta, fui fiera y morí muchas veces destrozado por otras fieras; usé muchos cuerpos, morí y nací mil veces; y así fui evolucionando. Más adelante fui ser humano, de bajo nivel evolutivo primero, maté y me mataron; fui cruel, recibí crueldad, y poco a poco fui mejorando, aprendiendo a dominar lo inferior en mí. No siempre lo conseguí, pero seguí intentándolo, y aquí estoy.

—Muy interesante. Explícame más, por favor.

—Quiero decirte que antes de llegar a ser quien soy, mi alma ha pasado por muchas existencias, y ha ganado alguna experiencia y alguna sabiduría. Entre otras cosas ha aprendido a hacer esfuerzos para ser mejor. Como resultado de todo lo que he sido, aquí estoy y soy lo que soy; pero no aparecí de la nada tal

como soy ahora, ya listo, ready made, instant Ami... No, nada es así en el Universo; muchísimos esfuerzos previos me permitieron llegar hasta aquí, mucho dominar mis tendencias inferiores. Y tú también eres el resultado de lo que aprendiste y de los esfuerzos que hiciste antes.

Aquello era una nueva lección para mí, y me gustó porque me aclaró algo: muchas veces me había parecido inexplicable la

«suerte» que tuve de haber nacido humano y no lombriz, por ejemplo, o perro. Me había tocado ser un humano especial, perteneciente a un país civilizado, a una clase media relativamente culta. Encima era sano, más inteligente que la media y de apariencia normal. ¿Por qué tanto privilegio? ¿Suerte? ¿Casualidad? Ami me había dado la gran respuesta: «Soy lo que soy porque me lo he ganado gracias a esfuerzos previos; es lo que merezco».

—Lo bueno y lo malo... –me aclaró Ami.

—¿Qué?

—Que lo que no es tan lindo en tu vida también te lo has ganado.

Eso me hizo recordar algunas quejas mías hacia Dios, hacia la vida, el destino o el Universo; por ejemplo, por no haber podido ser el primer alumno de mi clase, o por no haber nacido rico, o por no tener padres, y cosas así. Pero ahora veía claramente que aquello era muy tonto, que cada uno se ha ganado todo lo que tiene, lo bueno y lo malo, como dijo Ami. Entonces volví a tener ante mí la nueva lección, y la perfeccioné: «Soy lo que soy porque me lo he ganado gracias a errores y esfuerzos previos; es lo que merezco».

—Errores como los que cometen los soldados que vimos, violando una ley universal: «no matarás». Eso es muy grave, y no podemos intervenir. Pero por otro lado, no creas que quienes sufren lo hacen por «crueldad de Dios» ni por «casualidad», no. La Inteligencia Universal se encarga de que cada uno reciba lo

que necesita para aprender algo nuevo, para sensibilizar su corazón. Tal vez quienes hoy son alcanzados por bombas o balas en una vida anterior o en esta misma fueron malvados con otros, igual como lo son ahora esos soldados con personas a las que ni siquiera conocen. Ellos, aunque crean que no, también deberán sufrir lo mismo que hicieron a los demás, y quienes dan las órdenes, también.

—Castigo de Dios –dije.

—No, Pedro, no es castigo divino, sino «ley de causa y efecto», «bumerán». La idea no es castigar sino ayudar a evolucionar, a sensibilizar. Alguien dijo que «el sufrimiento es el maestro de los tontos». Y tenía razón porque si alguien es tan tonto que se atreve a lanzar balas o bombas contra un semejante, es obvio que no es consciente acerca de lo que se siente al recibirlas, así que necesita una lección en carne propia... ¿Entiendes?

—No.

—Que no deja más remedio al Universo que hacerle vivir lo mismo que hizo, para que sepa lo que se siente y comprenda en carne propia por qué, exactamente por qué, no es lindo causar ese tipo de dolor a nadie, y así, poco a poco, irá aprendiendo a no hacer daño; entonces no recibirá tanto dolor, porque no lo necesitará, porque no lo generará, porque ya no será tan tonto.

—Eso quiere decir que todo el sufrimiento que recibimos es consecuencia de nuestras malas acciones anteriores...

—No todo, Pedro. Algunas veces debemos pasar por situaciones duras que tienen la finalidad de ayudar a sensibilizarnos, a aprender ciertas lecciones o a adquirir la fuerza y la experiencia necesarias para realizar alguna tarea o misión importante en el futuro. Es como, por ejemplo, un estudiante de medicina que hace muchos esfuerzos, pasa algunos sufrimientos y privaciones, noches de insomnio, tener que presenciar imágenes feas y dolorosas, acontecimientos graves, hasta endurecerse un poco para

soportar las cosas duras de su profesión, porque quiere progresar y avanzar para ayudar a curar personas lo mejor que pueda. Hay misiones cuya preparación puede requerir toda una vida, o incluso más, Pedrito.

Algo nos llamó la atención en una de las pantallas: la pareja seguía en su trance místico con nuestra nave, y ahora elevaban sus brazos hacia lo alto, como queriendo que los subiésemos a bordo.

—¿Y no podrías explicarles a ellos por un micrófono que pierden su tiempo?

—Ya te dije que no, Pedro. Una persona o un mundo sólo pueden recibir ayuda directa de nuestra parte cuando han alcanzado cierto nivel evolutivo. Si no es así, sería una violación del sistema general de evolución. Pero esa pareja todavía no ha llegado a ese nivel; la humanidad de la Tierra tampoco, y debido a ello sólo podemos ayudar indirectamente, a través de ti en este caso; por eso debes escribir el libro, ya que él les aclarará algunas cosas interesantes a esta pareja y a mucha otra gente.

La pareja continuaba implorando contacto, pero nosotros nos estábamos cansando de mirarlos.

—Se les está regalando un avistamiento muy prolongado...

–dijo Ami.

—Demasiado... Qué aburrido... ¿Debido a qué se hace eso?

—Lo ignoro. Bien, veamos algo más divertido.

Sintonizó la televisión japonesa mientras esperábamos a que el famoso «supercyber» nos sacara de allí. Con su buen humor habitual, Ami obser vaba un programa de noticias. Aparecía un periodista que entrevistaba micrófono en mano a la gente en la calle. Una señora hablaba gesticulando y apuntaba hacia el cielo. Yo no entendí nada, pero me di cuenta de que relataba su encuentro con un ovni...: el nuestro. Otras personas también comentaban su versión del fenómeno. Supe que Ami

entendía aquel lenguaje porque estaba muy entretenido mirando el programa.

—¿Qué dicen? –pregunté.

—Que vieron un ovni... Cada loco... –expresó sonriendo. Luego apareció un señor con anteojos y corbata que hacía dibujos en un pizarrón mientras daba explicaciones. Representaba al sistema solar, la Tierra y los demás planetas. Habló largamente. Supe que se trataba de un científico japonés especialista

en astronomía.

—¿Qué dice ahora? –volví a preguntar.

—Que considerando todas las evidencias, queda «científicamente demostrado» que no hay vida inteligente en toda la galaxia, excepto en la Tierra... También dijo que la gente que vio el supuesto ovni sufrió una alucinación colectiva, y les recomendó una visita al psiquiatra...

—¿En serio? –pregunté.

—En serio –respondió riendo. El científico continuó hablando.

—¿Qué está diciendo?

—Que tal vez exista una civilización «tan avanzada» como ésta, pero una cada dos mil galaxias, según sus brillantes cálculos...

—¿Y eso qué significa?

—Que cuando sepa que solamente en esta galaxia hay miles de civilizaciones, y que ésta es prehistórica al lado de muchas de aquéllas, se va a volver loco el pobre, peor de lo que ya está.

Reímos un buen rato. Para mí resultó muy cómico escuchar a un científico diciendo que los ovnis no existen, ¡y yo, mirando el programa desde un ovni!...

Permanecimos unos minutos más en aquel lugar hasta que la luz de la invisibilidad por fin se apagó.

—Estamos libres.

—Entonces ¿podemos continuar paseando? –pregunté.

—Claro. ¿Adónde te gustaría ir ahora?

—Mmmm... esteee... ¡A las pirámides de Egipto!

—Todavía no amanece allí, mira. –Ya habíamos llegado. Un reflector de la nave alumbró hacia tres enormes pirámides de piedra que parecían esperar algo desde hacía milenios.

—¿Egipto?

—Efectivamente.

—¡Qué rapidez!

—¿Te parece rápido? Espera. Ahora observa por las ventanas. Estábamos sobre un desierto muy extraño. Era de noche, el cielo se veía demasiado oscuro, negro casi, excepto por el brillo

azuloso de la luna.

—¿Qué es esto, Arizona, el desierto del Sahara?

—Esto es la luna.

—¡¿La luna?!

—La luna.

Miré hacia arriba, hacia aquello que yo había creído que era la luna.

—Entonces eso...

—Eso es la Tierra.

—¡¿La Tierra?!

—La Tierra. Allá duerme tu querida abuela.

Quedé fascinado. Era en realidad mi planeta, tenía un color azul claro. Me pareció increíble que algo tan pequeño pudiese contener tantas cosas grandes, montañas, mares y continentes. Sin saber por qué me llegaron imágenes archivadas en mi memoria, recordé un arroyo de mi niñez, una pared cubierta de musgo, unas abejas en un jardín, unos caballos pastando en el campo en una tarde veraniega... Todo eso estaba allá, en ese pequeño globo azul que flotaba entre las estrellas.

De pronto vi el sol, un astro lejano, casi pálido.

—¿Por qué se ve tan pequeño?

—Porque aquí no hay una atmósfera que actúe como lente de aumento, como lupa; por eso desde la Tierra se ve más grande que desde aquí.

No me gustó esa visión de la superficie de la luna; desde la Tierra se veía mucho más espectacular. Era un mundo tan desolado y tenebroso que me hacía sentir temor.

—¿No podríamos ir a un lugar más bonito?

—¿Habitado? –preguntó Ami.

—¡Claro! Pero sin monstruos.

—Para eso tendremos que ir muy lejos.

Movió el dedo sobre el tablero. La nave vibró muy suavemente y todo se vio negro; luego, en las ventanas apareció una neblina blanca y brillante que reverberaba.

—¿Qué pasa? –pregunté un poco asustado.

—Estamos situándonos.

—¿Situándonos dónde?

—En un planeta muy lejano. Tendremos que esperar unos minutos. Por ahora vamos a escuchar alguna música.

Tocó un punto del tablero. Unos suaves y extraños sonidos llenaron el recinto. Mi amigo cerró los ojos y se dispuso a escuchar con deleite.

Eran unos ruidos muy raros. De pronto una vibración muy baja y sostenida llegaba a remecer la sala de mandos, luego otra nota altísima se cortaba de improviso, y el silencio duraba algunos segundos. Después se oían notas rápidas que subían y bajaban; otra vez la más grave se iba agudizando poco a poco, mientras unas especies de rugidos y algunas campanillas llevaban un ritmo cambiante.

Ami parecía extasiado. Supuse que conocía muy bien aquella «melodía», porque con los labios o leves movimientos de su mano se adelantaba a lo que iba a escucharse.

Lamenté interrumpirlo, pero aquella «música» no me gustó nada.

—Ami –le llamé. No respondió; estaba muy concentrado escuchando esa especie de interferencia eléctrica en una radio vieja...

—Ami –insistí.

—¡Oh, perdón! ¿Sí?

—Discúlpame, pero eso no me gusta.

—Ah, claro, es natural; el disfrute de esta música requiere de una «iniciación» previa. Buscaré algo que te parezca más familiar.

Tocó otro punto del tablero. Surgió una melodía que me agradó inmediatamente, tenía un ritmo muy alegre. El instrumento principal sonaba parecido a la chimenea de un tren a vapor a toda velocidad.

—¡Qué bárbaro! ¿Qué instrumento es ese que parece un tren?

—¡Dios mío! –exclamó Ami fingiendo horror–, acabas de ofender a la garganta más privilegiada de mi planeta, confundiendo su hermosa voz... ¡con el ruido de un tren! –Sentí mucha vergüenza por mi torpeza.

—Discúlpame, por favor... No sabía... ¡Pero resopla muy bien! –dije, procurando arreglar mi metida de pata.

—¡Blasfemo! ¡Hereje! –fingía, tirándose de los cabellos–.

¡Cómo puedes decir que la gloria de mi mundo... resopla!

Terminamos por estallar en carcajadas. Aquella música lo impulsaba a uno a bailar.

—Para eso está hecha –dijo Ami–. ¡Bailemos!

Se incorporó de un salto y comenzó a danzar alegremente haciendo sonar las palmas.

—¡Baila, baila! –me animaba–. Suéltate. Tú quieres bailar, pero eso que no eres tú, tus vergüenzas y timideces, no te lo

permiten. Aprende a conquistar la libertad de ser tú mismo, libérate de frenos falsos.

Me convenció, dejé mi natural timidez de lado y me lancé a danzar con gran entusiasmo.

—¡Bravo! –me felicitaba.

Bailamos largo rato. Me sentí muy alegre yo también, fue parecido a cuando corríamos y saltábamos en la playa. Ami lograba hacerme expresar cosas mías muy auténticas, pero también muy bloqueadas por mi timidez.

Luego la música terminó.

—Algo para relajarnos ahora –dijo, dirigiéndose hacia el tablero. Oprimió otro punto y se escuchó música clásica. Me pareció familiar esa pieza.

—Oye, eso es terrestre...

—Claro, Bach; es magnífico, ¿no te gusta?

—Creo que... sí. ¿También a ti te gusta?

—Por supuesto, o no lo tendría en la nave.

—¡Qué bien!... –Yo estaba llegando a pensar que todo lo nuestro sería «primitivo» para los extraterrestres.

—Estás equivocado –tocó otro punto del tablero.

...imagine there’s no countries, it isn’t hard to do...1

—¡Pero si ése es John Lennon, los Beatles!...

Yo estaba muy sorprendido porque había empezado a creer que en la Tierra no había nada bueno para los extraterrestres, comparado con las maravillas que ellos tendrían.

—Pedrito, cuando la música es buena, lo es universalmente. La buena música de la Tierra es coleccionada en varias galaxias, igual que la música de cualquier mundo y de cualquier época.

1. Traducción: «Imagina que no hay países, no es difícil hacerlo».

Lo mismo ocurre con todas las artes. Nosotros guardamos filmaciones y grabaciones de todo lo bueno que se realiza en tu planeta. El buen arte es el lenguaje del amor, y el amor es una presencia universal.

...imagine all the people living life in peace...2

Ami, con los ojos cerrados, parecía disfrutar de cada nota.

Cuando John Lennon terminó de cantar, habíamos llegado por fin a otro mundo habitado.

2. Traducción: «Imagínate a toda la gente viviendo la vida en paz».

Segunda parte

Capítulo 8

¡Ophir!

Se disipó la neblina blanca.

Me acerqué a las ventanas y vi unas praderas bañadas de un

matiz naranja suave. ¡Estaba en otro mundo! Eso me entusiasmó tremendamente.

Comenzamos a descender poco a poco en medio de un lindo paisaje de apariencia otoñal.

—¡Qué increíble, estoy viendo otro planeta!

—Me alegra que disfrutes de este viaje.

—¡Además este mundo es muy bonito, Ami!

—Mira el sol –me recomendó, sonriendo.

Un enorme disco rojizo se destacaba en lo alto. Parecía ser unas cincuenta veces mayor que el nuestro.

—Es cuatrocientas veces más grande –precisó él.

—¡Cuatrocientas veces; qué bárbaro! Pero no se ve como si fuera tan enorme...

—Porque está muy lejos.

—¿Qué mundo es éste?

—Es el planeta Ophir, que se pronuncia «ofír».

—Ophir... Me gusta ese nombre. ¿Está habitado?

—Claro, y sus habitantes son de origen terrestre, llevan milenios aquí.

—¡¿Quééééé?!

Aquello fue un sorpresivo mazazo para mis ideas acerca de la historia y de la tecnología: ¿los cavernícolas podían viajar hacia las estrellas hace milenios?... Él movió algunos controles y dijo:

—Hay tantas cosas que se desconocen en tu mundo, Pedro... Hubo una vez en un continente de la Tierra, hace miles de años, una civilización semejante a la tuya, ya desaparecida. Entonces...

—¿La Atlántida? –le interrumpí.

—Pedro, algunas fábulas encierran partes de verdades históricas, aunque a veces mutiladas o deformadas –dijo, y retomó lo que estaba explicando antes–: Entonces algo muy feo sucedió allí, algo muy desafortunado...

—¿Qué sucedió, Ami?

—El nivel científico de quienes dominaban en ese tiempo se volvió muy superior a su nivel de solidaridad, tanto que se transformaron en «inteligentes malos», como tú dices. El hecho de haber conseguido grandes conocimientos tecnológicos y gran poder los hizo llenarse de soberbia, altivez y arrogancia, quedaron insensibles ante la sabiduría del corazón, ante las cosas esenciales y profundas, y con un poder destructivo tan grande en sus manos, ocurrió lo que tenía que suceder.

—Se destruyeron.

—Naturalmente, aunque sobrevivieron algunos que huyeron a otros continentes; pero llevaron consigo a casi todas partes la locura, el terror, la soberbia y la guerra, y desde entonces tu

mundo es como es. Tu civilización moderna y tú mismo sois el resultado de todo eso; eres descendiente de quienes sobrevivieron.

—Es increíble que haya existido una civilización anterior... Y la gente de Ophir, ¿cómo llegó a este planeta?

—Nosotros la trajimos. Un poco antes de producirse el desastre rescatamos a todos aquellos que tenían setecientas medidas o más, pero se salvaron muy pocos porque el promedio evolutivo de los seres humanos en aquel tiempo era de cien medidas menos que hoy. La Tierra y sus criaturas han evolucionado. Esta vez hay muchas más personas con ese nivel.

—Y si se produjera un desastre, ¿ustedes rescatarían a algunos nuevamente?

—La idea es que no lo haya, pero si no se puede evitar, habría que rescatar a quienes superen las setecientas medidas. Ellos serían necesarios para construir un mundo diferente. –Me alegré. Di por hecho que yo estaría entre los rescatados.

—¿En serio?... ¡Qué bueno! ¿Y adónde nos van a llevar?

—Dije que sólo a quienes superen las setecientas medidas.

—Ah, claro... ¿Y yo, Ami, tengo setecientas medidas?

—Te dije que no puedo responder eso.

—¿Cómo se puede saber quiénes tienen setecientas medidas o más?

—Todos aquellos que trabajan de manera desinteresada por el bien de los demás, motivados sólo por el espíritu de solidaridad, tienen esas o más medidas, pero cuando digo «los demás», no quiero decir sólo la propia familia, el club, el bando propio. Y cuando digo «bien», me refiero a aquello que no va en contra de la ley fundamental del Universo.

—Otra vez esa famosa ley. ¿Podrías explicármela ahora?

—Todavía no. Paciencia.

—¿Y por qué es tan importante?

—Porque si no se conoce esa ley, no puede saberse la diferencia entre el bien y el mal. Muchos matan creyendo hacer el bien, ignoran las leyes universales. Otros torturan, ponen bombas, crean armas, destruyen la naturaleza, hacen sufrir a los más débiles pensando que hacen un bien. Resulta que hacen un gran mal todos ellos, pero no lo saben porque desconocen la ley fundamental del Universo. Sin embargo, deberán pagar por sus ofensas a esa ley superior, porque deben aprender que ciertas cosas no se hacen.

—Tú dijiste antes que Dios no castiga...

—Dios no castiga ni premia, pero todo lo que hacemos vuelve a nosotros mismos. Si hacemos el bien, recibimos bien a cambio; si hacemos el mal, no podemos esperar nada lindo. Repito: causa y efecto, bumerán.

—¿Y eso no puede evitarse, Ami?

—Bueno, cuando alguien reconoce con claridad que alguna acción suya fue negativa, ya no necesita de un correctivo de parte de la ley fundamental del Universo.

—No me hubiera imaginado que existía una ley tan importante.

—Pues existe y es más importante de lo que piensas. Bastaría con que la gente de tu planeta la conociese y la pusiese en práctica para que tu mundo se transformase en un verdadero paraíso.

—¿Cuándo me la vas a decir?

—Por el momento contempla el mundo de Ophir; tiene mucho que enseñarte porque aquí todos viven de acuerdo con esa ley.

Me senté en un sillón junto a él para observar por la pantalla aquel bello planeta. Estaba impaciente por ver a sus habitantes.

Íbamos lentamente a unos trescientos metros de altura. Divisé muchos vehículos voladores semejantes al nuestro; cuando se acercaron comprobé que tenían formas y tamaños muy diversos.

No vi grandes montañas, tampoco zonas desérticas. Todo estaba tapizado de vegetación de múltiples tonalidades, con varios matices de verde, marrón y naranja en distintos grados. Había muchas colinas, lagunas, ríos y lagos de aguas de un celeste muy luminoso. Aquella naturaleza tenía algo de paradisíaco.

Comencé a distinguir unas casas semiesféricas que formaban círculos alrededor de una construcción principal. Había bastantes pirámides, unas con escalones, otras lisas, con bases triangulares o cuadradas, pero lo que más abundaba eran esas casas semiesféricas de diversos colores claros, con predominio del blanco.

Después aparecieron los habitantes de aquel mundo. Desde la altura los vi transitar caminos, retozar en ríos y lagunas. Tenían apariencia humana, al menos desde la distancia; muchos de ellos vestían holgadas túnicas de diversos colores.

No se veía ninguna ciudad.

—No las hay en Ophir ni en ningún otro mundo evolucionado. Las grandes ciudades son formas prehistóricas de convivencia –dijo Ami.

—¿Por qué?

—Porque tienen muchos defectos; uno de ellos es que demasiadas personas en un mismo punto producen un desequilibrio que las afecta tanto a ellas como al planeta.

—¿Al planeta?

—Los planetas son seres vivientes con mayor o menor evolución. Sólo la vida produce vida; por eso todo está vivo de alguna manera. Todo es interdependiente, todo está interrelacionado. Lo que le ocurre a la Tierra afecta a las personas que la habitan, y viceversa.

—¿Por qué demasiadas personas en un mismo punto producen un desequilibrio?

—Porque no son felices en el hacinamiento, eso lo percibe la Tierra. Las personas necesitan espacio, árboles, flores, agua, aire libre...

—¿La gente más evolucionada también? –pregunté confundido, porque Ami estaba insinuando que las sociedades avanzadas vivirían en ambientes al estilo «granja», en la naturaleza, y yo pensaba que en el futuro iba a ser todo lo contrario: ciudades artificiales en órbita, inmensos edificios-ciudadelas, metrópolis subterráneas con millones de personas, plástico y metal por todos lados, igual que en las películas futuristas.

—Sobre todo la gente más evolucionada necesita vivir en contacto con la naturaleza –respondió.

—Yo creía que era al revés, que vivir en la naturaleza era sólo para los salvajes...

—Si en la Tierra no pensaran todo al revés, no estarían en peligro de destruirse nuevamente. Se puede vivir civilizadamente en la naturaleza, Pedro.

—Y esta gente de Ophir, ¿no quiso volver a la Tierra?

—No.

—¿Debido a qué?

—Dejaron el nido; los adultos no vuelven a la cuna, les queda estrecha.

Al acercarnos a unas blancas construcciones de poca altura y de un estilo muy moderno comenzamos a descender.

—Esto es lo más parecido a una ciudad en un planeta avanzado. Es un centro de organización, asistencia social, reuniones y presentación de actos culturales. Las personas vienen ocasionalmente a encontrarse con otros, a tener alguna reunión social o una celebración, también a presenciar alguna manifestación artística, espiritual o científica, pero nadie vive aquí. –Detuvo la nave a unos cinco metros de altura y con entusiasmo dijo–:

¡Ahora vas a conocer a tus antepasados de hace miles de años!

—¿Vamos a salir de la nave?

—Ni lo sueñes.

—¿Por...?

—Porque tus gérmenes podrían matar a toda la gente de este mundo.

—¿Y por qué a ti no te afectan?

—Yo estoy «vacunado», pero antes de volver a mi planeta debo someterme a un tratamiento purificador.

Muchas personas transitaban por ahí. Cuando una de ellas pasó cerca de las ventanas de nuestra nave me di cuenta de algo espantoso: ¡eran gigantes!

—¡Ami, éstos no son terrícolas; son monstruos!

—¿Por qué? –bromeó–. ¿Porque miden apenas el doble que la gente de tu mundo?

—¡El doble!

—Poco más, poco menos, pero ellos no se sienten especialmente grandes.

—Pero tú dices que provienen de la Tierra, y allá la gente mide un poco más de la mitad...

—Eso se debe a que las condiciones de vida de este planeta son diferentes de las de la Tierra y favorecen una estatura mayor.

Nadie nos prestaba la menor atención. Eran personas esbeltas, de piel más bien bronceada, caderas estrechas y hombros levantados, rectos. Todos se veían muy tranquilos, relajados y amables. Sus ojos denotaban serenidad, los tenían grandes, luminosos y almendrados, parecidos a los de las personas que aparecen en las pinturas egipcias.

—Los antiguos egipcios, mayas, incas, griegos, aztecas y celtas, entre otros, tienen un tronco común con estas personas

–me explicó Ami–; esos pueblos surgieron de los restos de esa antigua civilización desaparecida. Estos amigos son descendientes directos de aquellos que ustedes llaman atlantes.

En general, la gente no andaba sola, más bien lo hacía en grupos. Se tocaban mucho unos a otros al conversar, algunos se llevaban del brazo o del hombro, otros iban tomados de las manos. Cuando se encontraban o despedían manifestaban grandes expresiones de cariño. Eran muy alegres y despreocupados.

—Te lo dije: son des-pre-ocupados, no se pre-ocupan, se ocupan. Ojalá tú aprendieras a hacer lo mismo.

—¿Por qué están tan contentos? –Pregunté eso porque en la Tierra la gente anda muy seria por las calles y nadie mira a nadie; en cambio, aquí todos parecían ser amigos y estar en una fiesta.

—Porque están en armonía con la vida, y la vida produce felicidad por el simple hecho de ser vida, siempre que nos

demos cuenta de ello. Esta gente se da cuenta; la de tu mundo no tanto porque, por lo general, vive con la mente en... ya sabes qué clase de pesadillas...

—¿Y no tienen problemas?

—Tienen desafíos, no problemas.

—Mi tío dice que la vida sólo tiene sentido cuando hay problemas que solucionar, y que una persona sin problemas se pegaría un tiro.

—Tu tío se refiere a problemas para su intelecto. Lo que pasa es que él tiene actividad en uno solo de los dos centros que te mencioné antes; tu tío es simplemente actividad intelectual andante. El intelecto es como una máquina de procesar datos que no puede dejar de funcionar, al menos mientras el centro emocional no está desarrollado. A veces el intelecto no encuentra ningún problema que resolver, ningún rompecabezas, ningún puzle, y si al mismo tiempo el centro emocional no puede efectuar una refrescante y saludable conexión con la vida real, con el momento presente, con el «aquí y ahora», esa persona puede llegar a enloquecer y hasta pensar en pegarse un tiro.

Pensé que estaba hablando de mí porque yo también estoy siempre pensando sin cesar.

—¿Cómo sería esa conexión con la vida real? ¿Qué más hay, aparte de pensar?

—Dejar la mente en paz y simplemente percibir el momento presente, disfrutar de lo que se ve, escuchar los sonidos, palpar, respirar conscientemente, oler, saborear, sentir, emocionarse, observar la vida con una mirada nueva, fresca, inocente, amorosa... ¿Eres feliz en este instante?

—No sé...

—Si dejaras un momento de pensar serías más feliz. Imagínate: estás en una nave espacial, en un mundo situado a años luz de distancia de la Tierra, contemplando un planeta

avanzado, realmente civilizado, habitado por los antiguos atlantes... Eres un chico privilegiado. ¡Cuántos quisieran estar en tu lugar! En vez de pensar tonterías mira a tu alrededor, aprovecha el momento.

Sentí que Ami tenía razón, pero me quedó una duda y se la expresé:

—¿Entonces el pensamiento no sirve?

—¡Típica conclusión terrícola! –rió–. Si no es blanco, debe ser obligatoriamente negro. Si no es perfecto, es demoníaco. Si no es Dios, es el Diablo... ¡Extremismo mental! –Se acomodó en el sillón y agregó–: Claro que sirve el pensamiento; sin él serías un vegetal, pero no es el pensamiento la máxima posibilidad humana.

—¿Cuál es entonces, disfrutar?

—Para disfrutar necesitas darte cuenta, percibir que estás disfrutando.

—¿Y darse cuenta o percibir no es pensar?

—No. Darse cuenta es estar consciente, y consciencia es más que pensamiento.

—Entonces la consciencia es lo máximo –concluí, un poco cansado ya de ese lío en el que yo mismo me había metido gracias a mis preguntas.

—Tampoco –dijo Ami con una sonrisa misteriosa–. Te pondré un ejemplo: ¿te diste cuenta de que escuchaste una música extraña hace poco, la primera que seleccioné?

—Sí, pero no me gustó.

—Te diste cuenta de que escuchabas una música extraña; eso fue consciencia, pero no la disfrutaste.

—Realmente, no.

—Entonces, para disfrutar no basta con la consciencia, no basta con percibir o darse cuenta de algo...

—¡Tienes razón! ¿Qué falta entonces?

—Lo principal. La segunda música sí que la disfrutaste,

¿verdad?

—Sí, porque me gustó.

—¿Ves? Gustar es una forma de amar. Sin amor no hay disfrute. La consciencia está en el segundo lugar, pero con ella sola no basta para disfrutar de algo. El pensamiento queda en un discreto tercer lugar como posibilidad humana. El primer lugar lo ocupa el amor. Nosotros procuramos amarlo todo, vivir en amor, así disfrutamos más. A ti no te gustó la luna, a mí sí. Yo disfruto más y soy más feliz que tú.

—Entonces el amor es lo máximo del Universo.

—Ahora sí, perfecto, Pedrito.

—¿Y eso, lo saben en la Tierra?

—¿Lo sabías tú; te lo enseñaron en el colegio?...

—No.

—¿Y no te parece extraño que en la escuela no se enseñe nada acerca de lo más importante del Universo y de la vida?...

—Ahora que lo mencionas... ¿Por qué no se enseña nada?

—Porque allá están apenas en el tercer peldaño, en el intelecto, en las ideas, la razón, el pensamiento, el raciocinio. Por eso a quienes piensan mucho los llaman sabios, aunque se dediquen a inventar instrumentos que sirven para aniquilar a sus hermanos, y a veces a quienes realizan genocidios los llaman héroes.

—Tenías razón cuando decías que en la Tierra pensamos las cosas al revés...

—Entonces observa un poco el mundo de Ophir; aquí las cosas son más «al derecho».

La falta de sueño, todas las emociones del día y las nuevas enseñanzas de Ami me tenían agotado. Tras los vidrios podía ver personas gigantescas, edificaciones estilizadas, niños inmensos, vehículos voladores y terrestres, pero mi interés se estaba diluyendo debido al cansancio.

—¿Sabes qué edad tiene ese señor?

Ami se refería a un hombre que conversaba con alguien cerca de la nave. Tenía el pelo blanco pero no se veía anciano porque tenía un aire juvenil.

—¿Unos sesenta años?

—Tiene cerca de quinientos años de edad...

Sentí un mareo, un cansancio, la cabeza me iba a estallar.

—¿Sabes, Ami? Estoy cansado, quiero reposar, dormir, volver a casa; ya no quiero saber nada más, tengo náuseas, no quiero ver ninguna otra cosa.

—Indigestión informativa –bromeó Ami–. Ven, Pedrito, tiéndete aquí.

Me llevó hacia uno de los sillones laterales y lo reclinó hasta transformarlo en un mullido diván. Me acomodé sobre él, era confortable. Me puso algo en la nuca y el sueño me venció instantáneamente. Me dejé ir, dormí profundamente varias horas...

Capítulo 9

La ley

fundamental

Desperté fresco y descansado, lleno de energía, como nuevo. Mi amigo se encontraba revisando unos controles y me guiñó un

ojo.

—¿Mejor ahora?

—Sí, fantástico. ¡Rayos; mi abuela! ¿Cuántas horas dormí?

—Quince segundos –respondió.

—¿¡Qué!? –me levanté a mirar por las ventanas. No nos habíamos movido; tampoco las personas que vi antes. El hombre de cabeza cana todavía estaba allí conversando, no lejos de nuestra nave. Nada había cambiado.

—¿Cómo lo hiciste?

—Necesitabas dormir para «cargar baterías». Nosotros tenemos «cargadores» que en quince segundos te reponen igual que ocho horas de sueño.

—¡Extraordinario! Entonces ¿ustedes jamás se acuestan a dormir?

—No tanto como jamás. Es necesario hacerlo de vez en cuando. A través del sueño recibimos algo más que «carga». Pero nosotros con muy poco tiempo tenemos suficiente; no vivimos con la mente en lo negativo, sino en lo positivo, y por eso no nos

«descargamos» tanto como ustedes...

—¡Vaya; los «evolucionados» le sacan el jugo a la vida!

¡Quinientos años... Casi no duermen!...

—De eso se trata, de vivir más, mejor y más felices.

—Así que ese señor tiene cinco siglos... ¿Y no se cansa de tanto vivir?

—¿Quieres preguntárselo a él? Ven.

Nos sentamos frente a una pantalla; mi amigo tomó el micrófono y deslizó los dedos sobre unos puntos del tablero. Apareció el rostro del hombre. Ami le habló en un idioma extrañísimo, con unos sonidos semejantes a variaciones de

«shhhs» casi inaudibles, que relacioné inmediatamente con la música que parecía el soplido de un tren a vapor; así supe que de esa forma sonaba el idioma de Ami. El hombre escuchó aquello y se acercó a la nave, luego nos sonrió... ¡mirándonos por la pantalla, como si nos viera!, y me dijo claramente:

—¡Hola, Pedro!

Comprendí que sus palabras eran sólo una traducción automática, puesto que los movimientos de sus labios no se correspondían con los sonidos que yo oía.

—Ho-hola –respondí nervioso.

—¿Sabes?, somos casi parientes; mis antepasados vinieron de una civilización de la Tierra.

— Ah... –no se me ocurrió decir nada más interesante.

—Esa civilización se destruyó por falta de solidaridad...

—Ah...

—¿Qué edad tienes?

—Tre... digo, doce años. ¿Y usted?

—Unos quinientos años terrestres.

—¿Y no se aburre?

—Aburre... aburrirse... –tenía cara de no comprender.

—Cuando la mente busca actividad y no la encuentra –le explicó Ami.

—Ah, sí; lo había olvidado. No; no me aburro ¿Por qué habría de hacerlo?

—De tanto vivir, por ejemplo...

En ese momento se acercó a él una mujer muy bella y joven. Saludó al hombre con gran ternura. Él la abrazó, la acarició y la besó varias veces. Hablaron, sonrieron. Parecían amarse mucho. Poco después, ella se retiró y él siguió conversando conmigo.

—¿Y?...

—La felicidad es el estado natural del ser humano. Cuando el pensamiento está en sintonía con la vida, con lo natural, con el momento presente, no existe aburrimiento, sino satisfacción

–dijo sonriendo.

Me pareció que estaba enamorado de esa bella mujer y le pregunté:

—¿Está usted enamorado?

Suspiró de manera profunda y dijo:

—Estoy totalmente enamorado.

—¿De la señorita que estaba con usted? Él sonrió comprensivo y dijo:

—De la vida, de la gente, del Universo, de este estar existiendo... del amor.

Otra dama venía hacia él; se veía aún más linda que la anterior. Se acariciaron, se besaron en el rostro, se miraron intensamente a los ojos, conversaron, rieron y luego se despidieron con un largo abrazo.

Yo pensé que este señor era algo así como un «Casanova espacial»...

—¿Ha ido usted alguna vez a visitar la Tierra?

—Oh, sí. He ido algunas veces, pero es triste, muy triste...

—¿Por qué?

—La última vez que fui, la gente se mataba, hambre, millones de muertos, ciudades destruidas, campos de prisioneros... Es triste.

Me sentí muy mal, como si fuera un cavernario en aquel mundo, como si yo tuviera la culpa de nuestras crueldades y locuras.

Nos despedimos para ir a visitar otros lugares del mundo de Ophir.

—¿Tiene dos esposas ese señor? –le pregunté a Ami mientras íbamos volando.

—Claro que no. Tiene una sola –respondió.

—Pero... besó a las dos...

—¿Y dónde está lo malo de unos besos en el rostro y unas sanas caricias y abrazos? Ellos se aman, pero ninguna de ambas era su esposa.

—¿Y si la verdadera esposa lo sorprende?... –Ami se rió de mí.

—En los mundos evolucionados no existen los celos, Pedro.

Creí comprender.

—Ah, libertad total... Entonces uno puede tener muchas parejas... –dije con malicia.

Me respondió con una mirada transparente:

—No, nadie desea tener más de una sola, la que le corresponde: el ser amado.

Para mí, aquel asunto no estaba del todo claro.

—Ami, ese hombre dijo que está enamorado de toda la gente, de todo.

—Tú hablas del «ser amado», como si hubiera uno solo... Ese hombre expresó su amor universal, es decir, su amor hacia todos y hacia todo; pero también tenemos nuestros amores personales: hacia nosotros mismos, hacia nuestra pareja, nuestros padres, hermanos, hijos, amigos, gatos, perros, plantas, loros, tortugas o hipopótamos...

—O hacia nuestra abuela...

—Tienes razón, pero alguien que sólo tiene amores personales no posee un buen nivel de evolución.

—¿En cambio alguien que no ama a nadie en especial pero ama a todo el mundo vendría a ser un campeón?...

—Te equivocas; eso es absurdo. Quien no ama a nadie en especial no puede amar a todo el mundo, no puede conocer el amor universal.

—¿Por qué?

—Porque sólo cuando has aprendido a conocer, a cuidar, a hacerte responsable y a amar tus árboles cercanos, sólo entonces puedes amar los bosques.

No comprendí, guardé silencio y preferí contemplar el panorama a través de la pantalla. Íbamos sobre campos de labranza en los que trabajaban máquinas. Cada cierto trecho aparecía un centro como el que habíamos visitado antes, y casas semiesféricas y pirámides salpicadas por aquí y por allá. No se veían grandes extensiones despobladas. Divisé caminos bordeados de flores, árboles y adornos de piedra; arroyos, puentecitos y cascadas. Todo aquel mundo parecía un inmenso jardín al estilo japonés. No vi ninguna carretera, la gente por lo general transitaba a pie por pequeños senderos; pero también vi minúsculos vehículos parecidos a los que se utilizan en los campos de golf para transportar a algunas personas.

—No veo automóviles, camiones, trenes...

—No se necesitan. El transporte de personas se hace por el aire.

—Ah, por eso se ven tantos ovnis... ¿Cómo hacen para no chocar?

—Estamos conectados al «supercyber», que puede intervenir los mandos de cada aeronave.

Ami accionó algunos controles.

—Vamos a intentar estrellarnos contra aquellas rocas. No te asustes.

La nave alcanzó una velocidad tremenda y se lanzó directo contra las rocas. Antes de chocar nos desviamos y continuamos en sentido horizontal a unos metros de altura. Ami no había tocado los controles para evitar el desastre.

—Es imposible chocar, el «cyber» no lo permite.

—¡Qué increíble! –exclamé aliviado.

Más adelante me interesó saber cuál sería el país más importante de aquel mundo.

—¿Cuántos países hay en Ophir?

—Ninguno; Ophir es un mundo evolucionado.

—¿No hay países?

—Claro que no, o tal vez uno solo: Ophir.

—¿Y quién es el presidente?

—No hay presidente.

—¿Quién manda entonces?

—Mandar, mandar, no, nadie manda.

—Pero ¿quién organiza todo?

—Eso es otra cosa. Aquí ya está todo organizado, pero cuando surge algún imprevisto, los más capacitados se reúnen con los especialistas en el tema y toman las decisiones adecuadas. Todo está planificado y las máquinas realizan casi todo el trabajo pesado.

—¿Qué hace la gente entonces?

—Vivir, trabajar, estudiar, crecer interiormente, disfrutar, ser vir... Destinamos parte de nuestro tiempo a ayudar a los mundos no evolucionados, dentro de los límites del plan de ayuda, claro. Ya te dije algo de lo que hacemos, pero a veces también realizamos otras cosas; por ejemplo, damos una mano en el nacimiento de las religiones que llevan hacia el amor.

—¿Cómo es eso?

—¿Cómo crees que cayó «maná» del cielo en el desierto durante el tiempo de Moisés?...

—¡¿Ustedes?!

—Nosotros.

—¡Vaya! Yo creía que Dios...

—Bueno, la solidaridad nos envió a nosotros, y la solidaridad es amor, y Dios es amor... Así que es casi lo mismo, ya verás; pero también hacemos otras cosas para ayudarles a ustedes. Nuestros científicos colaboran en proyectos biológicos, geológicos y de otros tipos, sin que ustedes lo sepan, y a veces intervienen «clandestinamente» aportando pistas para que los científicos de sus mundo puedan hacer algún descubrimiento importante. También participamos en el rescate de la gente más evolucionada cuando alguna civilización va a destruirse; por eso estamos constantemente observándoles. –Ami suspiró, se puso más serio y continuó–: Nosotros no podemos descuidar los descubrimientos científicos que se produzcan en los mundos no evolucionados. Te dije que ciertas energías en malas manos pueden alterar el equilibrio de la galaxia, y que eso incluye a nuestros propios mundos. Todo repercute en todo, y por eso trabajamos para que ustedes se superen. Un poco por ustedes, otro poco por nosotros mismos y por el resto del Universo, por el bien común.

—No veo alambradas por ninguna parte. ¿Cómo saben a quién pertenece cada terreno?

—Aquí, todo pertenece a todos...

Al escuchar eso me quedé pensando largo rato y me pareció que aquello sería como una colmena de abejas, como un hormiguero o como un cuartel militar.

—Entonces ¿aquí nadie puede progresar?

—Creo que no te comprendo bien, Pedrito.

—Progresar, salir del montón, surgir, ser más que los demás.

—¿Te refieres a tener mayor nivel de evolución, más medidas? Para eso hay ejercicios espirituales.

—No hablo de evolución ni de medidas, Ami.

—¿A qué te refieres entonces?

—A tener más que los demás.

—¿A tener más qué, Pedrito?

—Más dinero, más riqueza.

—Aquí no existe el dinero.

—¿No?... ¿Y cómo compran entonces?

—Aquí no se compra nada. Quien necesita algo, lo pide a la sociedad, y ella se lo da.

—¿Lo que sea?

—Dije lo que necesite.

—¿Cualquier cosa? –yo no podía creer lo que estaba escuchando.

—Si alguien necesita algo y lo hay, ¿por qué no?

—Un carrito de esos que se ven, ¿también?

—O una nave voladora.

Ami hablaba como si lo que me estaba diciendo fuese lo más natural del mundo.

—¿Todos pueden tener una nave?

—Todos pueden utilizar una nave.

—¿Esta nave es tuya?

—No, pero la estoy utilizando, tú también.

—Pregunté si es tuya.

—A ver..., «tuya» indica posesión, pertenencia... Ya te dije que todo pertenece a todos, a quien lo necesite y mientras lo ocupe, igual que un banco de una plaza en tu planeta.

—Si yo tomo una nave y la quiero dejar en mi patio cuando no la ocupo, ¿puedo?

—¿Por cuánto tiempo no la vas a ocupar?

—Digamos... tres días, una semana –respondí.

—Entonces es mejor que la dejes en el lugar destinado a estacionar estas naves, el «navipuerto», y así le sirve a otra persona mientras tú no la ocupas. Luego, cuando llegas, tomas ésa o la que se encuentre disponible.

—Pero ¿si yo quiero ésa y no otra?

—¿Y por qué justamente ésa? Son todas más o menos parecidas.

—Supón que le tengo cariño, como tú a tu «anticuado» televisor...

—Este televisor, como tú lo llamas, es un pequeño recuerdo, nadie lo necesita porque es anticuado; cuando ya no quiera conservarlo lo entregaré para que quienes trabajan en este tipo de instrumentos decidan si lo desarman, lo modifican o lo reciclan; también puedo conservarlo toda mi vida porque no es algo de utilidad pública. Pero querer conservar siempre esa misma nave sería un capricho muy extraño, porque tú no la construiste, y además hay suficientes para todos; pero si te empecinas en utilizar siempre la misma debes esperar que llegue, que esté disponible.

—Pero ¿si yo quiero utilizar siempre esa nave, para mí y nadie más?

—¿Por qué nadie más? –preguntó Ami.

—Supongamos que no me gusta que otra gente utilice las mismas cosas que yo uso...

—Eso sería posesividad enfermiza, egoísmo.

—No es egoísmo.

—¿Qué es entonces, generosidad, solidaridad, espíritu de cooperación? –Ami reía.

—¿Así que tengo que compartir mi cepillo de dientes con todo el mundo?

—¡Extremismo mental otra vez!... No tienes que compartir ni tu cepillo de dientes ni tus objetos personales; aquí hay de todo por montones, por eso nadie se esclaviza a las cosas materiales. ¡Pero no querer compartir una nave espacial!... Además, en el «navipuerto» es revisada por las máquinas encargadas de hacerlo, es reparada y aseada cuando lo necesita, no tienes que hacerlo tú por tu cuenta.

—Claro, pero...

—Es normal querer protegerse en un mundo hostil, sin solidaridad, donde cada cual debe salvarse como pueda, porque el dinero y los bienes materiales ayudan; pero en un mundo en donde la sociedad te asegura todo lo que vas a necesitar durante toda tu vida, ¿qué sentido tiene acumular cosas?... ¡No hace falta, Pedro!

—Suena bien, pero me imagino que todo es un poco al estilo «internado de colegio», todo obligatorio, vigilado...

—Te equivocas. Aquí las personas gozan de la más amplia y total libertad.

—¿Y no hay reglamentos, leyes?

—Te dije antes que sí las hay, pero todas ellas están basadas en la ley fundamental del Universo, en beneficio y protección de todas las personas.

—¿Me vas a decir ahora esa bendita ley?

—Más adelante, paciencia –sonreía.

—¿Y si violo algún reglamento?

—Sufres.

—¿Me castigan, me encarcelan?

—No. Aquí no existen el castigo ni las cárceles, pero si cometes alguna falta, sufres; tú mismo te castigas.

—¿Yo mismo? No entiendo, Ami.

—¿Le darías una bofetada a tu abuelita?

—¡No, por supuesto que no!... ¡Qué cosas dices!

—Imagina que le das una bofetada, ¿qué te pasaría?

—¡Me dolería mucho, me arrepentiría, sería muy feo, insoportable, pobre «abue», que nada malo hace!...

—¡Eso es castigarse uno mismo! No necesitas que otros lo hagan ni que te encarcelen. Hay cosas que nadie hace, y no porque lo prohíban las leyes. Tú no le harías daño a tu abuela, no la herirías, no le quitarías sus pequeños objetos personales; al contrario, intentas ayudarla y protegerla.

—Sí, porque la amo.

—Aquí, todos nos amamos; todos somos hermanos.

Hay ocasiones en las que comprender algo nos produce interiormente el efecto de un estallido de luz. Debido a las explicaciones de Ami, yo había podido ver de pronto todo lo que él quería decirme. Aquel mundo no era como el mío, no era un lugar de competencia, de temor y desconfianza, de rivalidades ni egoísmos, no; aquella humanidad era una gran familia en la que la gente se amaba, y por eso compartía lo que tenía, buscando siempre la felicidad de cada uno y de todos. Me pareció algo muy sencillo ahora.

—Y así mismo están organizados todos los mundos evolucionados del Universo –me explicó Ami, contento de que yo hubiese asimilado.

—Entonces la base de la organización es el amor...

—Sí, Pedrito; ésa es la ley fundamental del Universo.

—¡¿Qué?! ¡¿Cuál?!

—El amor –dijo Ami.

—¿El amor?

—El amor.

—Yo pensaba que sería algo más complicado...

—Es sencillo, simple y natural. Sin embargo, para algunos no es tan fácil de comprender, experimentar o expresar; para eso es la evolución. Evolución significa acercarse al amor.

Esa frase me produjo otro impacto de luz:

«Evolución significa acercarse al amor»... ¡Claro!

—Los seres más evolucionados experimentan, necesitan y expresan más amor. La grandeza o pequeñez de los seres depende sólo de la medida de su amor.

—¿Y por qué cuesta tanto amar?

—Porque tenemos dentro de nosotros una barrera que impide o frena nuestros mejores sentimientos.

—¿Cuál es esa barrera?

—El ego.

—¿El ego?

—El ego. Una falsa idea acerca de nosotros mismos, un yo falso. Mientras mayor es el ego, más nos aísla e insensibiliza, y nos hace sentir más grandes e importantes que los demás. El ego nos hace ser arrogantes y soberbios, crueles, nos hace creer que estamos autorizados para menospreciar, excluir, dañar, dominar y utilizar a los demás, para disponer de sus vidas incluso. Como el ego es una barrera al amor, nos impide sentir solidaridad, compasión, ternura, cariño o afecto. El ego nos vuelve inconscientes ante la vida. Fíjate: ego-ísta, se interesa por sí mismo y no por los demás.

—¡Tienes razón!

—Egó-latra, se adora a sí mismo y a nadie más. Ego-tista, se considera a sí mismo como lo único importante en el mundo.

Ego-céntrico, piensa que el Universo gira alrededor de su persona...

—¡Vaya «humildad»!...

—La evolución humana consiste en la disminución del ego, para que crezcan el amor y la sabiduría.

—¿Eso quiere decir que los terrícolas tenemos mucho ego?

—Depende del nivel de evolución de cada cual. A mayor evolución menos ego y mayor solidaridad, y viceversa. Continuemos paseando, Pedrito.

ACampítulo 10 i

Confraternidad interplanetaria

En una concavidad de los prados había un bonito y pequeño estadio o anfiteatro en el que muchos y muy extraños seres

representaban un espectáculo frente al público.

Al principio pensé que esos especímenes estaban disfrazados, pero pronto comprendí que no era así. Los había gigantescos, aún más grandes que los de Ophir; otros más bajos, casi enanos; algunos eran muy similares a nosotros, pero otros eran bastante diferentes. Pude ver miradas fascinantes y extrañas, grandes ojos, bocas y narices pequeñas, simples hoyuelos en algunos casos, rostros de piel color oliva, rosada, negra, muy blanca, amarilla, etc.

—Supongo que todos estos seres provienen de otros mundos...

—¡Vaya! ¿Cómo te diste cuenta?... –bromeó. Luego me explicó que cada grupo, formado por cinco humanoides, mostraba danzas de sus respectivos mundos.

Avanzaban tomados de las manos al son de una agradable melodía, formando una ronda general, con otra ronda pequeña en el centro, compuesta por un grupo de seres diferentes; todos ellos jugaban con un enorme balón dorado que subía y bajaba suavemente al compás de la música. Los espectadores aplaudían alegres y con mucho respeto.

Aparte de los ophirianos, entre el público había también seres de otros mundos. El anfiteatro estaba decorado con banderas a todo su alrededor. Naves muy diversas se encontraban estacionadas fuera del lugar, en un sitio destinado a ellas, y otras, como la nuestra, permanecían en el aire.

—¿Quién va ganando? –pregunté.

—¿Quién va ganando qué?

—Estamos en un estadio, me parece que esto es una competencia, ¿no?

—¿Competencia?

—¿No están escogiendo al grupo que danza mejor?

—No.

—¿De qué se trata entonces?

—De mostrar lo que sienten, de agradar con un bonito espectáculo, de estrechar lazos de amistad, enseñar, divertirse y disfrutar en compañía.

—Y al grupo que danza mejor que los demás ¿no le dan ningún premio?

—Nadie está comparando nada. Aprenden, enseñan y se divierten.

—En la Tierra son premiados los mejores...

—Y con eso, los últimos quedan humillados y a los ganadores les crece el ego... –dijo Ami sonriendo.

—Quien quiera ganar debe esforzarse...

—«Ganar», ser más que los demás, otra vez. Competencia, egoísmo, división...

—¿Es malo competir?

—Debemos competir contra nosotros mismos, superarnos. Las competencias entre hermanos no existen en los mundos fraternales, evolucionados, porque allí está la semilla de la división, de la guerra y de la destrucción.

Me pareció que Ami estaba exagerando; yo pensaba que las competencias eran sanas, deportivas... Él leyó mis pensamientos y dijo:

—No tan sanas. Se enfocan con criterios cavernícolas, y con mucho dinero como estímulo. Ya se han producido guerras que comenzaron por un partido de fútbol; incluso se matan a veces en los estadios de la Tierra. Esto que estás viendo es realmente sano, deportivo, pedagógico, recreativo y artístico.

—Se parece a un juego de niños que hay en mi planeta, las rondas infantiles.

—Las realizan todos los pueblos, Pedro. Representan la unión, la fraternidad y la solidaridad, lo cual se parece mucho a lo que significa el símbolo que llevo en el pecho, el corazón alado.

—¿Qué significa?

—Significa el amor elevado y libre, un amor alado, que supera todos los apegos y fronteras.

Continuamos obser vando el espectáculo mientras Ami explicaba:

—Cada movimiento que ejecutan tiene un significado, forma parte de un lenguaje.

—¡Qué bien! Mi abuela tendría que ver esto. A propósito,

¿qué hora es en la Tierra?

—A ella le quedan cuatro horas de «insomnio»...

—¿Podemos verla desde aquí también?

—Sí, mediante la conexión con esos «satélites» que te mencioné antes, espera.

Accionó los controles de una pantalla y apareció mi planeta visto desde mucha altura, después la imagen mostró un descenso y vimos a mi «abue» dormida.

—¡Qué extraordinario!...

—Además, con este aparato podemos sintonizar el pasado de cualquier mundo.

—¡¿El pasado?!... ¿Cómo es posible?

—Todo lo que ha hecho cualquier persona queda «grabado» para siempre y podemos verlo. –Tragué saliva.

—¿Todo?...

—¡TODO!...

—Esteeee...

—Mira, ese globo dorado que está flotando allí abajo recibe su luz del sol y llega a tus ojos. Otros rayos salen hacia el espacio y viajan por él eternamente. Si captamos esa luz en cualquier punto de su trayectoria, estaremos viendo el globo tal como fue en el pasado.

—¡Increíble!

—Más adelante puedo mostrarte a Napoleón, Jesús, Buda, Platón, Moisés... ¡en acción!

—¿En serio?

—En serio. Y a ti mismo hace algún tiempo... Recordé algunas maldades mías que prefería olvidar...

—Esteee..., no hace falta, Ami... Él se rió de mí.

—Las travesuras infantiles no son maldad, Pedrito, y la curiosidad tampoco. No te censures por cosas que son normales, quédate tranquilo y presta atención a este mundo. Quiero que conozcas un poco más de Ophir.

Comenzamos a elevarnos dejando atrás aquel anfiteatro. Una luminosa y veloz nave pasó muy cerca de nosotros haciendo

un cambio de luces; la nuestra también lo hizo, mientras Ami sonreía juguetonamente.

—¿Quién era, algún amigo tuyo?

—Era gente alegre y divertida proveniente de un mundo que visité hace mucho tiempo.

—¿Qué significó ese cambio de luces?

—Un saludo, amistad, me fueron simpáticos y nosotros a ellos.

—¿Cómo lo sabes?

—¿No lo sentiste?

—Creo que no.

—Eso se debe a que no te observas. ¿No sentiste cierta alegría cuando se aproximaba esa nave?

—No sé, creo que no, estaba pensando que podríamos chocar...

—«Míster Paranoia» estaba pre-ocupado, para variar un poco –reía Ami–. Mira, esa nave que va allá es de mi mundo; fíjate que es idéntica a ésta.

—Es verdad. ¡Me gustaría conocer tu planeta!

—En otro viaje te llevaré; no tenemos tiempo hoy.

—¿Prometido?

—Si escribes el libro, prometido.

—¿Y a las playas de Sirio también?

—También –reía el niño espacial–. Tienes buena memoria. Y también al planeta que estamos preparando para albergar a los que rescatemos en caso de producirse una gran catástrofe en la Tierra.

—¿Eso quiere decir que la destrucción es inevitable?

—No, pero depende de lo que hagan ustedes para vivir fraternalmente, sin violencia, sin injusticias y sin armas.

—Y deberíamos llegar a ser un solo país: la Tierra, igual que en Ophir, ¿verdad?

—Claro, y los países se convertirían en provincias o estados de esa gran patria. Amar al propio pueblo es muy bueno, pero los regionalismos exagerados revelan poca elevación de miras. Un excesivo apego a un lugar no deja espacio para amar el resto de los lugares, y el Universo es muy grande, alberga muchas formas de vida y de inteligencia, y todo nace del mismo Creador; por eso debemos pensar y amar «en grande», no como aquellos que creen que los vecinos de su calle son mejores que el resto de la gente del mundo.

—Tienes razón, deberíamos vivir sin fronteras. ¡Que sólo la atmósfera sea nuestra frontera! –exclamé con entusiasmo.

—Ni siquiera eso. El Universo es libre, no tiene dueños. Nosotros no necesitamos pedir permiso a nadie para venir a este mundo o al que deseemos visitar.

—¿Cualquiera puede llegar a este mundo sin pedir visa ni autorización?

—Y a cualquier otro lugar del Universo.

—¿Y la gente de aquí no se molesta?

—¿Por qué habría de molestarse? Todos somos amigos, y a los amigos no se los teme. –Ami se regocijaba con nuestro diálogo.

—No sé; me cuesta aceptar tanta maravilla...

—Trataré de explicarte, Pedro: los mundos evolucionados forman una confraternidad universal; todos somos hermanos, amigos, aunque tengamos apariencias muy diversas; todos somos libres de ir o venir mientras no perjudiquemos a nadie. Nada es secreto entre nosotros; al contrario, compartimos todo nuestro saber. No existen las guerras de las galaxias. Entre nosotros no hay competencia sino cooperación, no hay violencia sino paz y amistad; nadie quiere ser más que nadie, lo único que queremos es ser mejores cada día y disfrutar sanamente de la vida; y como nos gusta la gente, nos satisface mucho ayudar y cooperar con quienes nos necesiten. Todos tenemos la conciencia en paz,

amamos a nuestro Creador y le agradecemos por darnos la existencia y permitirnos disfrutar de ella.

Me pareció que entre la forma de pensar de Ami y la mía había galaxias de distancia. A mí no se me había enseñado a cooperar con los demás, sino a competir o a defenderme de ellos...

—Es que ustedes son santos; nosotros no –dije, bromeando.

—Nada de eso, Pedrito, simplemente nos dejamos llevar por el espíritu de solidaridad, por el bien colectivo, y así nuestra vida es muy sencilla, aunque tengamos grandes avances científicos. Pero si la humanidad de la Tierra logra sobreponerse a sus egoísmos y desconfianzas, nosotros nos haremos presentes para ayudarla, para que se integre a la confraternidad cósmica y reciba conocimientos científicos y espirituales maravillosos. Entonces la vida ya no será una dura competencia por sobrevivir y comenzará la dicha para todos ustedes.

—Es muy bonito lo que dices, Ami.

—Porque es verdad, y la verdad es más bonita mientras más verdadera es. Cuando llegues a tu mundo escribe ese libro para que sea una voz más, otro grano de arena, y así, poco a poco, granito a granito, tu mundo cambiará.

—Cuando lo lean, todos me creerán y dejarán sus armas para vivir en paz... –dije muy convencido. Ami volvió a reírse de mí, dándome una palmadita en la cabeza, pero esta vez no me molesté porque ya no lo consideraba un niño como yo, sino mejor que yo, y mayor que yo, aunque pareciese menor.

—No será tan fácil, Pedro; viven como si fuesen enemigos porque están dormidos, soñando feas pesadillas, creyendo mentiras, alucinaciones, sin saber que el hombre no es el enemigo del hombre, sino la mano que le puede ayudar a realizar sus sueños.

—Qué bonito es eso, Ami...

—Porque las realidades superiores del Universo son bonitas. ¿Te parece feo un campo tapizado de flores?

—No, es bonito –respondí.

—Pero si quienes dirigen los ejércitos fueran los creadores de las flores, les pondrían balas en lugar de pétalos, y leyes inhumanas y rígidas en lugar de tallos...

—Entonces... ¿no creerán lo que dirá mi libro?...

—Quienes pueden mirar el Universo y la vida con una mirada positiva y sana, ésos te creerán; pero hay otros que piensan que sólo las cosas horribles son verdaderas; consideran que la oscuridad es luz y la luz oscuridad. Ésos no se interesarán por tu libro; además, no pensarán muy bien de ti... Pero la gente sana y bienintencionada intuye que las verdades superiores son bellas y pacíficas. Ellos contribuirán en la difusión de nuestro mensaje, que llegará a través de ti. Es parte de un proceso. Nosotros cumplimos con brindar nuestra ayuda. Cada uno de ustedes deberá ahora hacer un esfuerzo por mejorar, porque cada vez que alguien se supera, su mundo mejora.

—Muy bien, Ami, comprendido. ¿Puedo saber ahora si tengo setecientas medidas?

—Te dije que todo aquel que hace algo por el bien de los demás tiene buen nivel. Y todo aquel que no hace nada, pudiendo hacerlo, es indiferente, le falta amor, no tiene buen nivel.

—Entonces apenas llegue a casa me pongo a escribir ese libro –dije, un poco asustado.

Ami se rió de mí.

ACampítulo 11 i

Bajo las aguas

Nos acercábamos a un inmenso lago de color celeste. Sobre él se deslizaban embarcaciones de vela y de motor; en las orillas la

gente se divertía jugando en el agua y en la playa. Sentí deseos de sumergirme en ese refrescante mundo cristalino.

—Pero no puedes hacerlo.

—Por mis microbios.

—Correcto.

Había un embarcadero al que la gente llegaba para tomar libremente cualquier vehículo acuático, yates lujosos, pequeños botes de remos, pedal, vela o motor. Había también unas bonitas esferas transparentes de diversos tamaños, bicicletas y motocicletas marinas de muchos tipos. Algunas embarcaciones arrastraban a esquiadores o a personas que volaban en unas grandes cometas o parapentes.

—Entonces ¿aquí uno puede utilizar cualquier cosa?...,

¿libremente?...

—Claro.

—Pienso que la mayoría buscará los yates de lujo.

—Estás equivocado; a muchos les gusta remar, a otros juguetear con una pequeña barca, tener la sensación de cercanía con el agua, hacer ejercicio físico...

—¿Por qué hay tantas diversiones? ¿Es domingo hoy?

—Aquí es «domingo» todos los días –reía Ami. Algunos tomaban equipos de buceo y se sumergían.

—¿Qué hacen bajo el agua, pesca submarina?

Ami se sorprendió por mi pregunta; luego pareció comprender.

—¿Perseguir a alguna criatura más débil para matarla? No, aquí nadie haría una cosa así. Aquí reina el amor, Pedrito.

—Claro, debí haberlo imaginado... ¿Y qué hacen entonces bajo el agua?

—Pasear, conocer, disfrutar de la vida. ¿Quieres ir al fondo del lago?

—Pero dijiste que no puedo salir de la nave...

Ami no dijo nada y puso el vehículo con rumbo al lago. Mientras me guiñaba un ojo, nos sumergimos en él.

Fue muy bonito ver aparecer ese mundo subacuático. Muchas personas y vehículos se desplazaban bajo la superficie de las aguas; la mayoría utilizaba esas esferas transparentes.

Un niño provisto de anteojos para bucear, aletas en los pies y un diminuto tanque de oxígeno pasaba cerca de nosotros; al vernos se aproximó a nuestra nave y pegó su nariz contra el vidrio de una de las ventanas, haciéndonos una divertida mueca. Ami reía. Pensé que si yo hubiera estado buceando en una playa de mi mundo no me habría acercado con tanta confianza a un

ovni submarino... pero, por lo visto, esta gente no era como nosotros, no vivía llena de miedo hacia los desconocidos.

En el fondo del lago apareció una enorme cúpula transparente con luces de diversos colores. En el interior de esa gran burbuja había una especie de restaurante. Dentro se veían mesas, una orquesta, artistas y una pista de baile. Algunas personas danzaban al compás de un ritmo alegre; otras batían las palmas mientras observaban desde sus mesas, con helados, alimentos o bebidas.

—¿Tampoco se paga allí?

—En ninguna parte, Pedrito.

—¡Esto es mejor que irse al Cielo!

—Estamos «en el cielo»..., ¿no?

Yo iba comprendiendo cada vez con mayor claridad lo magnífico que debía de ser vivir en un mundo como ése.

—Este privilegio hay que ganarlo –dijo Ami.

Continuamos avanzando lentamente por el fondo de aquel lago poblado por extraños peces y plantas. Aparecieron unas pirámides que se elevaban entre algas y corales.

— ¿Y eso qué es, la Atlántida hundida? –pregunté asombrado.

—Son centros de investigación de la vida subacuática.

—¿No hay tiburones por aquí?

—Ni tiburones, ni serpientes, ni arañas, ni fieras; nada agresivo o venenoso para el ser humano. Éste es un planeta evolucionado, por eso ya no tiene especies demasiado primitivas; ésas sólo existen en los mundos no evolucionados.

—Vaya, qué fino y elegante es todo por aquí...

—Pero no es casual; nuestros ingenieros genéticos y nuestros ecologistas se han encargado de ayudar a la naturaleza durante milenios.

—¿Ayudar a la naturaleza?...

—Sí, como cuando en un desierto se crea un lindo jardín, un parque o un vergel. Las criaturas inteligentes tienen el deber de acomodar su medio ambiente de acuerdo con las necesidades de la vida planetaria.

—Cosa que nosotros no hacemos...

—Si no lo hicieran, y nada más, no pasaría nada malo; pero ustedes están destruyendo aceleradamente su medio ambiente.

—Parece que estamos medio locos...

—¿«Medio»?... –preguntó Ami, y reímos.

—¿Qué comen estos peces TAN evolucionados? –pregunté, creo que con un poco de envidia.

—Lo mismo que las vacas y los caballos de tu planeta: vegetales. En mundos como éste nadie mata animalitos para vivir; además, ningún animal se come a otro.

—Por eso tú no comes carne...

—¿Qué quisiste decirme?

Yo no había querido decir nada ofensivo, pero Ami reía.

—No soy un animal justamente..., pero claro que no comemos cadáveres... Qué asco, qué crueldad matar esos pollitos, cerditos y vaquitas inocentes... ¿No te parece?

Al escucharlo me pareció una crueldad a mí también. Decidí no volver a comer carne.

—A propósito de comida... –dije, sintiendo el estómago vacío.

—¿Tienes hambre?

—Mucha. ¿No habrá alguna rica cosa extraterrestre por ahí?

—Claro, busca allá atrás. –Me señaló un armario tras los sillones de mando. Levanté una tapa que se deslizaba hacia arriba. Apareció una pequeña despensa llena de recipientes de un material que parecía madera laminada, marcados con signos extraños.

—Abre el más ancho.

No supe cómo abrirlo, parecía hermético. Ami reía ante mi confusión.

—Oprime el punto azul.

Al hacerlo se levantó suavemente la tapa. Aparecieron unos frutos secos parecidos a las nueces, de color ambarino claro, algo transparentes.

—¿Qué son estas cosas?

—Come una.

Así lo hice. Era blanda como una esponja; la probé con la punta de la lengua. Tenía un sabor más bien dulce.

—Come, hombre, come, que no es veneno. –Ami no se perdía ninguno de mis movimientos.

—Pásame una.

Le acerqué el envase y tomó una de las frutas, se la echó a la boca y la comió con deleite. Yo mordí un poquito y lo saboreé con cuidado. Tenía un gusto como a almendra, nuez o avellana.

Su sabor era muy delicado, me gustó. Fui adquiriendo confianza. El segundo bocado me pareció exquisito.

—¡Son muy sabrosas!

—No comas más de tres o cinco, tienen demasiadas proteínas.

—¿Qué cosas son éstas?

—Son una especie de miel –reía Ami– de algo así como abejas –ahora reía más.

—Me gustan. ¿Puedo llevarle algunas a mi abuela?

—Claro, pero deja aquí el envase. Sólo a tu abuela, a nadie más se las muestres. Cómanlas todas, no guarden ninguna, ¿prometido?

—Prometido... Mmmm... Son deliciosas.

—No tanto para mi gusto como unas frutas de la Tierra.

—¿Cuáles?

—Esas que llaman albaricoques o damascos.

—¿Te gustan?

—Claro, en mi planeta son muy apreciadas. Hemos intentado adaptarlas a nuestros suelos, pero sin obtener todavía ese sabor tan especial. Es frecuente la aparición de ovnis en las plantaciones de albaricoques... –Ami reía con sus carcajaditas de bebé.

—Ustedes... ¿los roban? –pregunté con gran sorpresa.

—¿Robar? ¿Qué es robar? –fingía no saberlo.

—Tomar lo que pertenece a otro.

—Ah, «apego a lo material», «pertenencia», «egoísmo», de nuevo. Entonces no podemos evitar las «malas costumbres» de nuestros mundos –reía otra vez– y «robamos» unos cinco o diez albaricoques...

Me hizo gracia, aunque algo no me gustaba. Robar es robar, ya sea una fruta o un millón de dólares. Se lo dije.

—¿Por qué no dejan en la Tierra que quien necesite algo lo tome sin pagar? –preguntó Ami muy divertido, porque sabía muy bien lo absurda que iba a sonarme su pregunta.

—¿Estás loco? Nadie se tomaría la molestia de trabajar, si no va a ganar nada...

—Entonces no tienen solidaridad, sino egoísmo, no pueden dar nada si no van a recibir algo a cambio...

Continuaba riéndose de nosotros los terrestres, pero tenía un estilo muy especial para decir cosas ásperas, con buen humor y sin condenar.

Imaginé que yo era dueño de una plantación dedicada al cultivo de albaricoques. Llegaba la gente y tomaba mis frutas sin pagar nada; luego aparecía un «vivo» que se aprovechaba de mí: venía con un camión a llevarse todas mis frutas. Yo intentaba protestar, pero él se alejaba con su vehículo lleno y, burlándose, me decía:

—¿Por qué te molesta que me lleve todas las frutas? ¿Qué, no hay amor en ti?... Eres egoísta, no te gusta compartir, ja, ja, ja.

Ami vio toda mi «película» mental y dijo:

—¡Puf, cuánta desconfianza! En una sociedad evolucionada nadie «se aprovecha» de nadie. ¿Qué va a hacer ese pobre hombre con el camión lleno de frutas?

—Venderlas, claro...

—Nada se vende; aquí no hay dinero...

Me reí de mi propia bobería. No había recordado que no existe el dinero en un mundo evolucionado; claro, ¿para qué iba a querer tantas frutas?

—Está bien, pero ¿por qué voy a trabajar por nada?

—Si hay espíritu de solidaridad en ti vas a estar dichoso de poder cooperar con los demás, y así tienes derecho a que cooperen contigo. Puedes ir donde el vecino y tomar de su siembra lo que necesites, del lechero tomas leche, del panadero el pan, y así sucesivamente. Pero no es necesario hacer todo eso de manera aislada y desordenada. Una sociedad moderna y altamente tecnológica es organizada; en ella todo se hace de forma diferente.

—¿Y cómo se hace entonces?

—En un mundo evolucionado la gente sabe disfrutar sin desperdiciar, todo es organizado a través de algo parecido a Internet; los pedidos son hechos ordenadamente, conforme a la necesidad, y todo queda registrado porque cada cual tiene su código. Luego los productos llegan automáticamente a las casas por vía molecular, y en lugar de haber trabajo pesado para la gente, las máquinas lo hacen todo.

—¡No me digas que todas esas maravillas suceden aquí!...

—Eso y muchas bellezas más.

—¡Entonces aquí no es necesario trabajar!

—Siempre hay algo que hacer: supervisar las máquinas, crear otras más perfectas, ayudar a quienes nos necesitan,

investigar el Universo y la vida, perfeccionar nuestro mundo y a nosotros mismos, y también disfrutar del tiempo libre.

—Pero no faltará el que sólo quiera aprovecharse y no hacer nada, el «vivo» –afirmé, recordando al hombre del camión.

—Ese a quien calificas de «vivo» tiene un bajo nivel de evolución, mucho egoísmo y poca solidaridad. En realidad, se cree vivo, astuto, inteligente, pero es muy tonto; con ese nivel no se puede ingresar en los mundos evolucionados. En ellos se considera un privilegio trabajar más, poder ayudar más. Aquí mucha gente se divierte, pero la mayoría está estudiando o trabajando en otros lugares, en fábricas, laboratorios, centros de investigación y universidades; por ejemplo, en algunas de esas pirámides que ves por aquí. Unos están en misiones de servicio en planetas no evolucionados, otros estudian en mundos más avanzados, para luego venir a enseñar aquí. La vida es para ser feliz, Pedro, para disfrutarla, pero la máxima felicidad se obtiene ayudando a los demás.

—Entonces esta gente que se divierte por aquí... ¿es perezosa?

Por la risa de Ami supe que otra vez me equivocaba.

—No, no lo es. Por muy útil que sea nuestro trabajo debemos descansar de vez en cuando, tenemos que salir al aire puro a jugar, a mover el cuerpo, a relajar la mente y pensar en otras cosas, igual que en el colegio en los recreos.

—¿Y cuántas horas diarias trabajan aquí?

—Cada uno se pone su propio horario en los estudios y en el trabajo, y se dedica a lo que más le gusta, a lo que elija, de acuerdo a como se sienta mejor.

Aquello me hizo abrir la boca, lleno de sorpresa.

—¡Eso es sensacional!

—Sí lo es, pero nadie aquí desea perder el tiempo, nos divertimos en lugares como éste sólo lo necesario, aunque encontramos más divertido todavía dedicarnos a los estudios o trabajos que hayamos elegido libremente, a los cuales podemos dedicar jornadas completas a veces, como yo en este momento.

—¿Tú... trabajando? ¿En qué estás trabajando? Me parece que sólo estamos paseando –Ami rió al escucharme.

—Yo soy algo así como profesor o mensajero, es lo mismo casi: transmitir conocimiento.

No me pareció que fuese lo mismo. En ese momento vi a dos buzos que forzaban la ventana de una pirámide submarina intentando entrar a robar. Ami captó mis pensamientos y rió.

—¡Están limpiando los vidrios! ¡Tienes la imaginación llena de delito!...

Comprendí una vez más que yo era una especie de cavernícola en aquel avanzado mundo.

—¿Cómo es aquí la policía?

—¿Policía? ¿Para qué?

—Para cuidar, para evitar que los malos...

—¿Qué malos?

—¿No hay ningún malo aquí?

—Bien, nadie es perfecto, pero con setecientas medidas, con la información y los estímulos precisos, y dentro de un sistema de organización social apropiado, todos dejan de ser nocivos para sus semejantes; ya nadie necesita ser «malo», no hace falta, por eso tampoco hace falta la policía.

—¡Es increíble!

—Lo increíble y antinatural es lo que sucede en la Tierra, donde se matan, se hacen sufrir unos a otros y no conviven fraternalmente. Egos demasiado fuertes, falta de misericordia y solidaridad, por no decir nada de falta de la lógica más elemental.

—Tienes razón, Ami. Ahora que lo pienso, me parece imposible que algún día en la Tierra lleguemos a vivir como ustedes. Somos malos, nos falta amor; a mí también me falta, hay gente que no me gusta.

Recordé a un compañero de colegio que está siempre serio. Cuando uno está entusiasmado o jugueteando, basta una mirada suya para que se te venga el ánimo a los pies. También recordé a otro que se cree santo; afirma que los ángeles se le aparecen y le dicen que él se irá al Cielo y nosotros al infierno; siempre está condenándonos porque hacemos algunas travesuras y bromas... No, definitivamente no me gusta.

—A mí tampoco me resultan extremadamente simpáticas todas las personas de mi mundo o de cualquier otro.

—¿En serio... Entonces ¿tienes defectos? –me entusiasmé–. Yo pensaba que tú eras perfecto...

—Pero aunque alguien no me parezca tan agradable, de todas maneras siento afecto por esa persona, y no sería capaz de hacerle daño –expresó, mirándome con una sonrisa en los labios.

—Yo tampoco les haría daño a ese par de sacos de plomo, pero no me obligues a vivir con ninguno de ellos.

—Debemos intentar amar a todas las personas, aunque no sea fácil; pero a ustedes no se les exige tanto por ahora.

—Entonces ¿no es necesario que los terrícolas seamos perfectos? –Ahora sí que rió con ganas mi amiguito espacial.

—¡¿Los terrícolas perfectos?!... ¿Sabes tú lo que es ser perfecto?

—¿Ser como Dios?

—Eso mismo. ¿Quién puede? Yo no...

—Yo tampoco...

—En los mundos no evolucionados son típicos los mitos y el extremismo mental en el terreno espiritual. La mayoría de la

gente tiene un bajo nivel de evolución y exige perfección a los demás... No hacen nada positivo por la humanidad y sólo se dedican a buscar pequeños defectos: «Cuelan mosquitos y se tragan camellos»... Todos sabemos que debemos ir mejorando, hasta llegar algún día a encontrarnos definitivamente con Dios. Eso es la perfección; se necesitan muchas vidas para llegar allí, pero hay algunos que entienden mal el asunto y creen que deben llegar a ser como Dios durante la corta vida terrestre, y eso les quita las ganas de superarse, como si te dijeran que tienes que nadar hasta otro continente.

—¡Puf! Me canso antes de comenzar...

—Claro, por eso sería bueno no ponerse metas tan imposibles; es más fácil hacer algo para mejorar poco a poco, hasta donde seamos capaces. Pero eso también implica necesariamente colaborar para mejorar nuestro mundo.

Cada vez comprendía mejor que, según Ami, para evolucionar es muy importante ayudar a los demás y al mundo, especialmente en tiempos de peligro colectivo, como ahora; y yo antes pensaba que todo se trataba de rezos y de no hacer cosas malas.

—¿Y si uno se retira a una montaña a buscar a Dios? Ami se acomodó mejor antes de responder.

—Eso es muy lindo cuando todo está bien, pero cuando los demás necesitan de tu ayuda...

—¿Mis rezos no los ayudan?

—Si alguien se está ahogando en un río y tú decides rezar en la orilla, en lugar de rescatarle, ¿estará Dios complacido contigo? –preguntó él.

—No sé... Tal vez mis oraciones también le complazcan...

—Y tal vez te puso a ti allí justamente para salvarle la vida...

—No había pensado en eso...

—¿Cuál es la ley fundamental del Universo?

—Amor.

—¿En qué actitud tuya hay más amor, rezando indiferente mientras tu hermano se ahoga, o intentando salvarle la vida?

—No sé... Si en mi oración estoy amando a Dios...

—No comprendes. Veámoslo de otro modo entonces. Si tú tienes dos hijos, y uno se está ahogando en un río, mientras el otro se dedica a adorar un retrato tuyo y no hace nada por salvar la vida de su hermano, ¿te parece correcta esa actitud?

—No, por supuesto que no, preferiría mil veces que salvara a mi otro hijo... Pero tal vez Dios no sea como yo.

—¿No? ¿Te lo imaginas vanidoso como un tirano, interesado simplemente en que lo adoren, indiferente por la suerte de sus otros hijos?... Si tú, que eres imperfecto, no actuarías así,

¿cómo podría Él, que es perfecto, ser peor que tú?

—No lo había visto de esa manera...

—Dios prefiere una persona no creyente, pero amorosa y servicial con sus hermanos, que una persona muy religiosa pero de corazón seco y duro, inútil para su mundo, interesada sólo en su ilusoria «salvación», «evolución» o «perfección».

—No lo sabía. ¿Por qué sabes tanto acerca de Dios?

—Es muy sencillo, Pedrito, Dios es amor...

—¿Y?...

—Quien experimenta amor experimenta a Dios. Cuando el intelecto está iluminado por el amor se capta el sentido profundo de las cosas, se recibe el conocimiento de Dios y se es sabio; pero cuando no hay amor, ese conocimiento se esfuma, no queda archivado en la memoria porque no proviene del intelecto. El conocimiento de Dios sólo al amor se revela, y sólo ante la presencia del amor se revive. Por eso, quienes casi no se acercan al amor cometen tantos errores, pobres...

—¿Por qué dices «pobres»?

—Por compasión, claro. Recuerda que el daño que hacemos regresa a nosotros y nos causa dolor, y ellos hacen mucho daño, así que... pobres.

Miré a Ami con mucho respeto. Sentí que era un verdadero santo, a pesar de que decía no serlo, y que nosotros somos despiadados, que el Universo nos da lo que merecemos, por eso no hay felicidad en nuestro mundo.

—Pero, por suerte, ustedes no se dan cuenta. DIEZ: también por eso no podemos mostrarnos abiertamente ni hacerles conocer las maravillas que se pierden, por COMPASIÓN.

Nuevo mazazo, y tremendo, a mi ego planetario, porque nada duele más que a uno le tengan... ¡compasión!... ¡Qué horror!...

—Lo siento mucho, Pedrito, pero ya es hora de que algunos vayan despertando a la realidad, y hagan algo por cambiar y por ayudar a mejorar su mundo, porque así como van, muy pronto...

—Ya sé: ¡bum!...

—Correcto, y ya ves que entre ustedes incluso la religión está siendo usada para fomentar el odio, para dividir, en lugar de unir, o sea, todo lo contrario de lo que debería ser. Fíjate: religión es una palabra que viene del latín, religare, «ligar de nuevo», «volver a unir», unirte de nuevo con Dios.

—¡Es verdad! Y en mi mundo todos vivimos divididos...

—Pero yo no estoy desunido; yo vivo unido a Dios, Pedro, porque mi corazón está siempre en amor, o lo intento con todas mis fuerzas al menos.

Lo dijo con un tono tan bonito y grato que me hizo sentir amor a mí también.

—Tienes razón, Ami, ésa es la mejor creencia.

—¿Cuál, Pedrito?

—Bueno, eso de creer que el amor es el Universo fundamental de la ley...

—La ley fundamental del Universo, pero eso no es una creencia, sino una ley, un principio universal comprobado científica y espiritualmente, porque ciencia y espiritualidad son lo mismo para nosotros, y también lo será para ustedes cuando la ciencia terrestre descubra la tremenda energía llamada amor.

—Yo pensé que eso era una...

—¿Una superstición? –preguntó Ami riendo.

—Algo así.

—¿Te parece que es una superstición lo que estás sintiendo en tu pecho en este momento?...

Puse atención a las agradables sensaciones que había en mí y comprendí que el amor no es algo imaginario, sino una energía muy real, perceptible, concreta y física.

—Y yo que creía que el amor era sólo una especie de buena intención y nada más...

—Estabas equivocado. El amor es una energía, y esa elevada energía es la principal necesidad de las personas, de las familias, de los clanes, de los pueblos, de las especies y de los mundos.

ACampítulo 12 i

Nuevos tiempos

Salimos del agua y nos dirigimos a gran velocidad hacia la superficie del planeta Ophir. En pocos minutos llegamos cerca

de unas edificaciones. Nos detuvimos en el aire y... casi me desmayo con lo que vi: varias personas... ¡vo-la-ban!

Estaban suspendidas en el aire a gran altura con los brazos abiertos, algunas verticalmente, otras en posición horizontal. Todas tenían los ojos cerrados y sus rostros denotaban gran placer, dulzura, felicidad y concentración. Se deslizaban como águilas describiendo inmensos círculos.

Ami accionó el «sensómetro» y enfocó a uno de ellos.

—Vamos a ver su nivel de evolución.

Apareció el hombre muy transparente. La luz de su pecho era un espectáculo extraordinario; traspasaba los límites de su cuerpo irradiando una esfera de luz que le rodeaba y que se extendía hasta bastante lejos.

—Experimentan con la fuerza más poderosa del Universo: la fuerza del amor –me explicó.

—¿Cómo pueden volar? –pregunté fascinado.

—El amor les eleva.

—¡Ah!

—Algo así hicimos nosotros en la playa, pero éstos son campeones en la materia.

—Ya lo veo, deben de tener una cantidad bárbara de medidas...

—Tienen alrededor de mil medidas, pero se concentran y logran superar las dos mil. Éstos son ejercicios espirituales; cuando terminan la práctica vuelven a su nivel habitual.

—¡Este mundo debe ser el más avanzado del Universo!

–exclamé. Ami se rió de mí.

—Te equivocas; esta civilización es bastante común y corriente, luego hay mundos habitados por seres que tienen cerca de mil quinientas medidas, otros en los que tienen dos mil, tres mil, cuatro mil, etcétera. Pero ni tú ni yo podemos llegar por el momento a otros mundos todavía más elevados; allí habitan seres que superan las diez mil medidas: los seres solares, que son amor casi puro.

—¡¿Seres solares?!

—Claro, los habitantes de los soles.

—¡Jamás lo hubiera imaginado!

—Es natural, nadie puede mirar más arriba del escalón sobre el que se encuentra.

—¿Y no se queman? Ami rió.

—No, no se queman; sus cuerpos no son de materia sólida, sino de energía radiante. Vamos a ver a ese grupo que está más allá.

A lo lejos había unas cincuenta personas sentadas en círculo en el prado. Parecían brillar a simple vista, igual que quienes volaban. Tenían las piernas cruzadas y las espaldas rectas, meditaban u oraban.

—¿Qué hacen?

—Envían algo así como mensajes telepáticos hacia mundos menos evolucionados de la galaxia, pero no se perciben sólo con la mente racional; es necesario además utilizar el centro emocional.

—¿Qué dicen esos mensajes?

—Procura poner atención a tu corazón, calma tus pensamientos y tal vez los percibas. Estamos muy cerca de la fuente de emisión. No, así no; relaja tu cuerpo, cierra los ojos y permanece atento.

Así lo hice. Al principio no sentí nada, excepto una emoción especial desde que nos acercamos al lugar, pero luego me invadieron unos «sentimientos-ideas»:

Todo aquello que en Amor no se sustente ha de ser destruido,

olvidado en el tiempo, repudiado...

Una especie de claridad interior me llegaba, y luego mi mente ponía palabras a esas sensaciones. Era algo muy extraño y muy emotivo.

Y todo aquello que en Amor se sustente, amistad o pareja,

familia o agrupación, gobierno o nación,

alma individual o humanidad, será firme y seguro;

ha de prosperar y fructificar y no conocerá destrucción...

Yo podía casi «ver» al Ser que decía aquello; para mí no se trataba de esas personas, para mí era Dios quien hablaba.

Ése es mi Pacto;

ésa es mi Promesa y mi Ley.

—¿Lo captaste, Pedrito? –me preguntó Ami. Abrí los ojos.

—Oh, sí... ¿De qué se trata todo esto?

—Esos mensajes provienen de las profundidades de lo sagrado, digamos que desde Dios. Estos amigos que ves aquí los reciben y retransmiten a los mundos menos evolucionados, como el tuyo; allí los captan otras personas sensibles. Esos mensajes pueden ser utilizados para ayudar a crear un mundo nuevo.

—Un mundo nuevo... Cuando recuerdo cómo son las cosas en la Tierra, eso no me parece sencillo ni rápido de lograr, Ami.

—Pero tampoco lo veas tan difícil, Pedro. Los tiempos están cambiando de manera muy acelerada, están dándose las condiciones para que se produzca un salto evolutivo en tu planeta.

—¿De qué hablas, Ami? –pregunté muy interesado.

—De algo que puede poner fin a milenios de barbarie y dolor, de algo que puede hacer que tu mundo ingrese en un nuevo tiempo en el que reine el amor... definitivamente...

—¿Es posible tanta maravilla, Ami?...

—Sí, porque tu planeta está evolucionando, comienza a generar energías más sutiles, vibraciones cada vez más elevadas, radiaciones luminosas que favorecen el crecimiento del amor en

todos los seres. Eso ya está produciendo grandes cambios en millones de personas. Un poco más, y ustedes estarán preparados para dar ese salto evolutivo y vivir como aquí en Ophir. Pero por ahora no es posible.

—¿Por qué, Ami?

—Porque están guiándose por viejos patrones mentales que no se adaptan a los nuevos tiempos. Esto hace sufrir a la gente, es como cuando se usan zapatos apretados. Pero los seres han nacido para ser felices, Pedro, no para sufrir; por eso buscan instintiva o conscientemente un mundo mejor. ¿No has notado que últimamente se habla mucho de amor?

—Sí, Ami, es verdad, se habla mucho, aunque no se practica demasiado...

—No, no por todos. Algunos escogen hundirse cada día más; pero por otro lado, más y más personas tratan de elevar su nivel y vivir con más solidaridad y alegría, y eso podría extenderse todavía más y...

Recordé la alegría y felicidad de la gente de Ophir, y la comparé con la seriedad, preocupación y tristeza de la pobre gente de mi planeta.

—Pero a pesar de eso, me parece que en la Tierra la gente no es más feliz que antes.

—Algunas sí; otras no tanto. Sucede que antes había más violencia, injusticia, guerras y pobreza, pero las personas eran menos sensibles, creían más en las guerras, en la ley del más fuerte; eran capaces de soportar vidas muy tristes, pero sin darse cuenta; podían vivir permanentemente en peligro de muerte creyendo que eso es lo normal. Hoy ya no, hoy la mayoría sólo quiere ser feliz y vivir en paz. Es una «nueva hornada humana», producto de radiaciones más finas, de la evolución planetaria.

—Creo que yo pertenezco a esa hornada...

—Y el cambio positivo continúa día a día, y así como antes los grandes dinosaurios no pudieron soportar las condiciones planetarias más elevadas que se produjeron debido a la evolución terrestre, y desaparecieron, así mismo terminarán por desaparecer muy pronto de los corazones esos monstruos interiores que se oponen al reinado de la felicidad en el mundo.

—¿En serio?... ¿Muy pronto?...

—Ten fe y esperanza, Pedrito. El Universo en estos tiempos es un poderoso aliado del amor.

Nos alejamos a una tremenda velocidad de aquel lugar de Ophir, impregnado de finas vibraciones.

—¿Cuánto tiempo hemos estado en esta nave, Ami?

—Unas seis horas.

—¡Qué raro! Siento como si hubiéramos estado mucho más tiempo aquí desde que me subí en la playa...

—Te dije que el tiempo se estiiiiiiira... Vamos a ir al «cine». Mira allá abajo.

Habíamos llegado a la zona nocturna del planeta Ophir, pero todo se veía muy iluminado por multitud de fuentes de luz artificial en los prados y edificaciones. Observé algo como un cine al aire libre, con muchos espectadores. La pantalla era una lámina de cristal sobre la que aparecían movedizas imágenes en colores, juegos de formas y matices al compás de una música suave. Frente a la pantalla había un asiento especial, destacado del resto; sobre él se encontraba una mujer con algo parecido a un casco en la cabeza. Permanecía con los ojos cerrados, muy concentrada.

—Lo que ella imagina aparece en la pantalla... Es un «cine» que no necesita cámaras ni proyectores.

—¡Pero esto es colosal! –exclamé.

—Técnica –dijo Ami–, simple técnica.

La mujer terminó de presentar su espectáculo y un hombre tomó su lugar mientras el público aplaudía.

Comenzó a escucharse otra música, y en la pantalla se vieron unas aves esbeltas que volaban al compás de la melodía sobre parajes de cristal o de gigantescas gemas preciosas. Aquello era muy bonito, como dibujos animados.

Estuvimos largo rato contemplando en silencio aquella maravilla extraterrestre. Después llegó un niño que presentó una historia de amor entre él y una chica de otro mundo; ocurría en diversos y extraños planetas. Las imágenes, menos precisas que las anteriores, a veces se esfumaban por completo. Pregunté a qué se debía eso.

—Es un niño. No tiene todavía la capacidad de concentración de un adulto, pero lo hace muy bien para su edad.

—¿La música también la imagina?

—No. Las imágenes y la música al mismo tiempo, no; no en este mundo, pero hay otros en los que sí pueden lograr tal proeza. Pero aquí en Ophir existen salas de conciertos en las que el artista simplemente imagina la música y el público la escucha...

—¡Qué maravilla!

—¿Quieres ir a un parque de diversiones?

—¡Claro!

Llegamos a un mundo de fantasía, con todo tipo de entretenimientos: gigantescas montañas rusas, lugares en los que la gente quedaba levitando y hacía piruetas en el aire mientras se moría de la risa...; otros espacios eran imitación de lugares fabulosos que contenían seres fantásticos.

—Mientras mayor es la evolución, más se es como un niño

–me explicó Ami–. En estos mundos tenemos muchos lugares como éste. Un alma avanzada es un alma de niño. Necesitamos juego, fantasía, creación... Sucede que tenemos la tendencia de tratar de imitar a Dios.

—¿Y Dios juega, Ami?

—Es lo que más hace, Pedrito. En otro viaje te mostraré cómo se van moviendo las galaxias en el cosmos; es una danza fantástica. No hay juego, fantasía o creación mayor que el Universo, cuyo Creador es el Amor.

—Estábamos hablando de Dios, Ami, no del amor.

—El Amor es Dios. En nuestros idiomas tenemos una sola palabra para referirnos al Creador, a la Divinidad, a Dios; esa palabra es Amor... y la escribimos con mayúscula. Ustedes también lo harán algún día.

—Cada vez me doy más cuenta de la importancia del amor.

—Y sabes muy poco todavía. Vamos, terminó la visita a Ophir, este mundo que vive como ustedes podrían hacerlo a partir de mañana mismo si tuvieran realmente el propósito de crecer como seres humanos y como humanidad; nosotros les enseñaríamos el resto.

—¿Adónde vamos ahora?

—A un mundo que ni tú ni yo podemos alcanzar todavía, sólo visitar fugazmente con algún propósito noble, como el que tenemos, ya verás. Situarnos en ese lugar nos llevará algunos minutos; aprovecharé ese tiempo para contarte algunas otras cosas.

Ami accionó los controles, la nave vibró con suavidad y tras los vidrios apareció la neblina que indicaba que íbamos hacia un mundo lejano.

ACampítulo 13 i

Una princesa azul

—Dijiste que hay personas a las que te es difícil amar, ¿verdad, Pedro?

—Sí.

—¿Es malo no amar?

—Claro –respondí.

—¿Por qué?

—Porque tú dijiste que el amor es el fundamento principal de la ley y todo eso.

—Olvídate de lo que yo te dije. Supongamos que te estoy engañando, o que estoy equivocado. Imagina un Universo sin amor.

Comencé a imaginar mundos en los que nadie amaba a nadie. Todos eran fríos y egocéntricos, porque al no haber amor, no hay freno al ego, como decía Ami. Todos luchaban contra todos y se destruían... Recordé las energías que él había mencionado, ésas capaces de producir un descalabro cósmico; imaginé a un

tipo muy poderoso, pero con un fanatismo feroz, o con su ego herido hasta el punto de no importarle su propia destrucción, oprimiendo «el botón», sólo por venganza... ¡Estallaban las galaxias en una reacción en cadena!...

—Si no hubiera amor, creo que ya no existiría el Universo

–dije.

—¿Podríamos decir entonces que el amor construye y que la falta de amor destruye?

—Creo que sí.

—¿Quién creó el Universo?

—Dios.

—Si el amor construye y Dios «construyó» el Universo,

¿habrá amor en Dios?

—¡Claro! –Me llegó la imagen de un ser gigantesco y resplandeciente que creaba galaxias, mundos, estrellas...

—Procura quitarle la barba otra vez –rió Ami.

Era verdad, nuevamente lo había imaginado con barba y rostro humano; pero ahora no en las nubes, sino en medio del Universo.

—Entonces ¿podemos decir que Dios tiene mucho amor?...

—Por supuesto –dije.

—Bien, ¿y para qué creó Dios el Universo?

Pensé largo rato y no supe la respuesta. Luego protesté:

—¿No crees que soy muy joven para responder esa pregunta? –Ami no me hizo caso.

—¿Por qué le vas a llevar esas «nueces» a tu abuelita?

—Para que las pruebe, se pondrá contenta.

—¿Por qué quieres que esté contenta? Pensé un poco, hasta que vi la respuesta:

—Porque... ¡Porque la amo!

Me sorprendí al comprender que otra de las características del amor es desear la felicidad de aquellos a quienes amamos.

—Entonces ¿para qué Dios crea gente, mundos, paisajes, sabores, colores y aromas?

—¡Para que seamos felices! –exclamé, contento por haber comprendido algo que ignoraba.

—Muy bien. Y ahora: ¿por qué Dios desea que seamos felices?

—¡Porque nos ama! –exclamé de nuevo.

—Perfecto. ¿Hay algo superior al amor?

—Tú dijiste que era lo más importante...

—Y también dije que olvidaras lo que había dicho –sonrió–. Hay quienes opinan que es superior el intelecto. ¿Qué vas a hacer para darle esas «nueces» a tu abuelita?

—Veré cómo le preparo una sorpresa con ellas.

—Y vas a utilizar tu intelecto para eso, ¿verdad?

—Claro, voy a pensar cómo hacer para que ella se alegre más.

—Entonces tu intelecto servirá a tu amor, ¿o al revés?

—No entiendo.

—¿Cuál es el origen de querer que tu abuelita sea dichosa, tu amor o tu intelecto?

—¡Ah! Mi amor, de ahí nace todo.

—«De ahí nace todo», tienes mucha razón, porque del amor divino surge la Creación, y del amor humano nacen las grandes motivaciones y logros del hombre.

—¿Sí?

—¡Sí, señor! Los sanos y constructivos al menos. Bien, veamos. Primero amas y después utilizas tu intelecto para hacer feliz a tu abuela, ¿verdad?

—Tienes razón, pongo mi intelecto al servicio de mi amor; primero está el amor.

—Entonces, ¿qué hay por encima del amor?

—¿Nada? –pregunté.

—Nada –respondió. Se volvió hacia mí con una mirada clara.

—Y si vimos que hay mucho amor en Dios, ¿qué es Él?

—No sé.

—Si hay algo mayor que el amor, Dios debe de ser eso,

¿verdad?

—Ah, creo que sí.

—¿Y qué es mayor que el amor?

—No sé...

—¿Qué dijimos que había por encima del amor?

—Dijimos que no había nada.

—Entonces, ¿qué es Dios? –preguntó.

—¡Ah! «Dios es Amor», tú lo has dicho varias veces, y la Biblia también lo dice... pero yo pensaba que Dios era una persona con mucho amor...

—No, no es una persona con mucho amor. Dios es el amor mismo, el amor es Dios, o sea, Amor = Dios.

—Creo que no entiendo, Ami.

—Te dije que el amor es una fuerza, una vibración, una energía cuyos efectos pueden ser medidos con los instrumentos apropiados, como el «sensómetro», por ejemplo.

—Sí, lo recuerdo.

—La luz también es una energía o vibración.

—Sí, y los rayos X, infrarrojos y ultravioleta, y también el pensamiento, todo es vibración de la misma «cosa» en diferentes frecuencias. Mientras más alta la frecuencia, más fina es la materia o energía. Una piedra y un pensamiento son la misma

«cosa» vibrando en distintas frecuencias...

—¿Qué es esa cosa? –pregunté.

—Amor.

—¿En serio?

—En serio... todo es amor, todo es Dios...

—Entonces ¿Dios creó el Universo con puro amor?

—Dios «creó» es una forma de decir; la verdad es que Dios

«se transforma» en Universo, en piedra, en ti y en mí, en estrella y en nube...

—Entonces... ¿yo soy Dios? Ami sonrió y dijo:

—Una gota de agua de mar no puede decir que ella sea el mar, aunque esté compuesta de las mismas sustancias. Tú estás hecho de la misma sustancia que Dios, eres amor, pero vibrando en una frecuencia no muy alta. La evolución consiste en la elevación de nuestra frecuencia vibratoria.

—¿Frecuencia vibratoria?...

—El odio es una vibración muy baja; el amor es la vibración más alta. Apúntate hacia ti mismo.

—No te entiendo, Ami.

—Cuando dices «yo», ¿hacia qué lugar te apuntas? ¿Hacia qué lugar de tu cuerpo? Apunta hacia ti mismo diciendo «yo».

Me toqué el centro del pecho con el dedo índice, diciendo

«yo».

—¿Por qué no te tocaste la punta de la nariz, o la frente, o la garganta?

Me dio risa pensar en tocarme cualquier otro lugar, diciendo «yo».

—No sé por qué me apunto hacia el pecho –dije, riendo.

—Porque es allí donde estás realmente «tú». Tú eres amor, y tienes tu morada en tu corazón. Tu cabeza es una especie de

«periscopio», como en un submarino. Te sirve para que tú –me tocó el pecho– puedas percibir el exterior, es un «periscopio» con un «computador» en su interior: tu cerebro. Con él entiendes cómo son las cosas de tu mundo y organizas tus funciones vitales. Tus extremidades te sirven para trasladarte de un lugar a otro y para manipular objetos, pero tú estás aquí. –Nuevamente

tocó un punto en el centro de mi pecho–. Tú eres amor. Por tanto, cualquier acción tuya en contra del amor es una acción en contra de ti mismo y en contra de Dios, que es amor. Por eso la ley fundamental del Universo es amor, y por eso el amor es la máxima posibilidad humana. Y, por último, por eso el verdadero Nombre de Dios es Amor. La espiritualidad consiste en experimentar y entregar amor, o sea, vibraciones y acciones elevadas. Ésa es mi forma de entender y practicar las cosas de Dios, Pedrito, nada más que eso.

—Ahora lo veo todo más claro, muchas gracias, Ami. Una tonalidad rosa inundó la nave.

—Hemos llegado, Pedro, mira por la ven...

La sala de mando quedó bañada por el color suave de ese cielo rosa, más bien lila claro. Mi mente dejó de funcionar de la forma habitual, pero me resulta muy difícil explicar cómo fue cambiando mi consciencia. Comencé a sentir que yo no era «yo mismo», que no era el «yo» que soy ahora. Dejé de considerarme un chico terrestre; me había convertido de pronto en mucho más que eso, como si hubiese olvidado mi verdadera identidad desde que nací, soñando que era un jovencito llamado Pedro, y de pronto recuperase parcialmente la memoria.

Presentí que aquello que estaba viviendo de alguna forma ya lo había vivido antes; no me eran desconocidos aquel mundo ni aquel momento.

Ami y la nave desaparecieron. Estaba yo solo, llegando desde muy lejos a un encuentro largamente esperado. Descendí flotando desde las nubes rosadas y luminosas. No había ningún sol allí, la claridad era muy suave y atenuada.

Apareció un paisaje idílico: una laguna rosa en la que se deslizaban unas aves parecidas a cisnes, blancos tal vez, pero el lila del cielo dejaba su matiz en todas las cosas. En torno a la

laguna había hierbas y juncos de diferentes tonalidades de verde, naranja y amarillo-rosa.

En los alrededores, a lo lejos, se veían suaves colinas tapizadas de follajes y de flores que parecían pequeñas gemas brillantes de diversos colores y tonalidades. Las nubes presentaban también variados matices de rosa y lila.

No supe si yo estaba en ese paisaje o si el paisaje estaba dentro de mí, o tal vez formábamos una unidad, pero lo que más me sorprende hoy al recordarlo, aunque no me llamó la atención desde esa otra mente mía, es que el follaje... ¡cantaba!

Las hierbas y las flores se mecían emitiendo notas musicales al son de su balanceo, mientras otras lo hacían en un sentido diferente, emitiendo notas distintas.

¡Aquellas criaturas eran conscientes!

Los juncos, las hierbas y las flores cantaban y se mecían a mi alrededor y en las colinas cercanas; entre todos interpretaban el concierto más extraordinario y colosal que yo haya jamás escuchado: el concierto de la vida en un mundo superior.

Pasé flotando sobre la orilla de las aguas; no necesitaba mover las piernas para avanzar. Una pareja de aves parecidas a cisnes, con varios polluelos nadando detrás, me miró desde sus antifaces azules con finura y respeto; me saludaron doblando con elegancia sus largos cuellos. Correspondí inclinándome apenas, pero les envié mucho cariño desde mi corazón. Los padres ordenaron a sus pequeños que también me saludasen; creo que lo hicieron a través de una orden mental o de un levísimo movimiento. Los pequeños cisnes obedecieron doblando también los cuellos, aunque no con tanta elegancia ni armonía; por un momento perdieron el equilibrio, pero luego recuperaron la estabilidad, sacudieron nerviosamente las colitas y continuaron avanzando con cierta arrogancia infantil que me produjo ternura. Les respondí con cariño, simulando una gran formalidad.

Proseguí mi marcha flotando. Tenía una cita desde la eternidad de los tiempos: iba finalmente a encontrarme con «ella».

Apareció a lo lejos una especie de pagoda o pérgola flotando junto a la orilla. Tenía un techo al estilo japonés, sujeto por delgadas cañas entre las que subían enredaderas de hojas rosadas y flores azules, que hacían de paredes de la pagoda. Sobre el piso de maderas pulidas había almohadones de anchas franjas de colores. Desde el techo y los pilares colgaban pequeños adornos, como incensarios de bronce u oro y jaulitas para unos coloridos insectos que parecían grillos.

Sentada sobre los almohadones serenamente estaba «ella». La sentí cercana, inmensamente cercana; sin embargo, era la primera vez que íbamos a encontrarnos, luego de muchísimas vidas.

No nos miramos a los ojos. Queríamos alargar los momentos previos, no había que apresurar nada, tantos eones habíamos esperado ya...

Hice una reverencia, a la que ella respondió sutilmente, con un leve movimiento de su cabeza. Entré, nos comunicamos, pero no con palabras, hubiera sido demasiado vulgar, poco armonioso con ese mundo y con aquel encuentro tan anhelado. Nuestro lenguaje consistía en un ritual artístico de levísimos y casi imperceptibles movimientos de brazos, manos o dedos, acompañado de algún sentimiento que proyectábamos vibratoriamente, sin mirarnos de manera directa todavía.

Más tarde, Ami me explicó que cuando el lenguaje hablado es insuficiente para expresar lo que sentimos, necesitamos otras formas de comunicación; entonces recurrimos al arte.

Llegó el momento de mirar aquel rostro ignorado: era una bella mujer de facciones más bien orientales y piel de un color azul claro, sedosos cabellos muy negros y un lunar en medio de la despejada frente.

Sentí mucho amor por ella y ella por mí.

Llegaba el momento culminante. Acerqué mis manos a las suyas y... todo desapareció. Estaba junto a Ami, en la nave.

La neblina luminosa y blanca indicaba que nos íbamos de aquel mundo.

— ...tana...

Oh,

ya

regresaste

–dijo Ami.

Supe que todo aquello había ocurrido en una fracción de segundo, entre el ven y el tana de la palabra ventana que Ami pronunció apenas apareció el color rosa tras los vidrios.

Sentí angustia, como quien despierta de un sueño hermoso y se enfrenta a una opaca realidad.

¿O era al revés? ¿No sería esto un mal sueño y lo otro la realidad?...

—¡Quiero volver! –grité.

Ami, cruelmente, me había separado de «ella», desgarrándome. No podía hacerme eso.

Aún no podía recobrar mi mente habitual; el otro «yo» estaba sobrepuesto a mi identidad normal. Por un lado era Pedro, un niño de doce años; pero por otro lado era un ser...

¿Por qué no podía recordarlo ahora?

—Ya habrá tiempo –me tranquilizó Ami con suavidad–. Vas a volver, pero no todavía.

Logré calmarme. Supe que era verdad, que volvería; recordé esa sensación de «no apresurar las cosas» y me quedé tranquilo.

Poco a poco fui retornando a mi normalidad, pero nunca más volvería a ser el mismo. Yo era Pedro, pero sólo momentáneamente; por otro lado era mucho más que eso. Acababa de descubrir una dimensión de mí mismo que está más allá de la apariencia externa y más allá del tiempo; más allá de mi identidad y de mi mente habitual.

—¿En qué mundo estuve?

—En un mundo situado fuera del tiempo y del espacio que tú conoces, en otra dimensión, concretamente.

—Yo estaba allí, pero no era el de siempre, era «otro»...

—Viste tu futuro, lo que serás cuando completes tu evolución hasta cierto límite, dos mil medidas, más o menos.

—¿Cuándo será eso?

—Falta tiempo y crecimiento, paciencia.

—¿Cómo es posible ver el futuro?

—Todo está sucediendo simultáneamente, más allá del tiempo que conocemos. La «novela» de tu vida se desarrolla en muchos espacios y tiempos; te saltaste unas cuantas hojas y leíste otra página, eso fue todo. Era necesario, es un pequeño estímulo para que renuncies definitivamente a la idea de que todo termina cuando dejas de respirar, y para que lo escribas y otros lo sepan.

—¿Quién era esa mujer? Siento que nos amamos, incluso ahora.

—Cada alma tiene un único complemento, una «mitad».

—¡Ella tenía la piel azul!

—Y tú también en esa otra identidad tuya, sólo que no te miraste en un espejo. –Ami volvió a reírse de mí.

—¿Ahora la tengo azul? –me miré las manos intranquilo.

—Claro que no; ella tampoco ahora.

—¿Dónde está ella en este momento?

—Por ahí... –dijo con aire misterioso.

—¡Llévame a ella, quiero verla!

—¿Y cómo la vas a reconocer?

—Tenía rostro de oriental... Aunque no recuerdo sus rasgos, tenía un lunar en la frente.

—Ella no es así en esta dimensión, igual que tú no eres como eras en esa visión –reía Ami–. En este tiempo, en este plano, ella es una niña común y corriente.

—¿Tú la conoces? ¿Sabes quién es?

—Tal vez... pero no te apresures, Pedro, recuerda que la

«paz-ciencia» es la ciencia de la paz, de la paz interior. No quieras abrir antes de tiempo un regalo sorpresa. La vida te irá guiando. Dios está detrás de cada acontecimiento.

—¿Cómo la reconoceré?

—No con la mente, no con el análisis, no con el prejuicio ni con fantasías; sólo con tu corazón en perfecta armonía con tu intelecto, es decir, con sabiduría.

—Pero ¿cómo?

—Obsérvate siempre, especialmente cuando conozcas a alguien que te atraiga, pero no confundas lo externo con lo interno; no confundas las ideas de tu mente, tus deseos, tus fantasías, la moda, la conveniencia ni tus prejuicios con lo que siente de verdad tu corazón. Nos queda poco tiempo por delante. Tu abuelita va a despertar, debemos volver.

—¿Cuándo regresarás?

—Escribe el libro, luego volveré.

—¿Pongo lo de la chica de rostro oriental?

—Ponlo, pon todo, pero no olvides decir que es un cuento.

ACampítulo 14 i

¡Hasta tu regreso, Ami!

pareció la atmósfera azul de mi planeta.

Estábamos sobre el mar acercándonos a la costa. El sol ya había asomado sobre el horizonte y extendía sus dorados rayos por entre unas nubes de un blanco radiante. El cielo azul, el mar brillante, unas montañas a lo lejos...

—Mi planeta es magnífico, a pesar de todo...

—Te lo dije, es fenomenal, y ustedes no se dan cuenta; no sólo no se dan cuenta, sino que además lo están destruyendo, y a ustedes mismos también. Si comprenden que el amor es lo más importante de la vida y comienzan a actuar y pensar solidariamente, lograrán salir adelante. Deberían considerar que todos los seres humanos del planeta, de todas las etnias y de toda condición, son parte de la misma familia, la familia humana, y luego deberían vivir igual que las familias fraternales, en donde

todos participan de los esfuerzos y de los beneficios equitativamente, donde cada uno es protegido, amado y amparado.

—Y eso no puede hacerse por la fuerza, ¿verdad?

—Claro que no, eso debe surgir de manera espontánea a medida que aumenta el nivel de solidaridad y de sabiduría en tu mundo, y también a medida que aumentan los problemas que la falta de amor genera, porque esas cosas hacen recapacitar a mucha gente.

—Esperemos...

—Debería ser sumamente sencillo comenzar a vivir como una familia sana, porque es lo natural y lo único que puede permitirles sobrevivir y pasar a un nivel superior de existencia. Pero el amor está aumentando en el mundo, Pedrito; por eso debes ser optimista.

—Tengo sueño otra vez.

—Ven, te daré una nueva «carga», pero esta noche debes dormir.

Me recosté en un sillón. Ami me puso nuevamente el cargador en la base de la cabeza y me dormí. Desperté lleno de energía, contento de estar vivo.

—¿Por qué no te quedas conmigo algunos días, Ami? Iríamos a la playa, a visitar otros mundos...

—Me gustaría –dijo–, pero tengo bastante que hacer, muchos ignoran la importancia del amor, y debido a eso tienen cada desastre en sus mundos..., no solamente en la Tierra.

—Eres muy servicial...

—Gracias al Amor. Ayuda tú también a difundir sabiduría, trabaja por la paz y la amistad, supérate y descarta para siempre de tu vida la violencia.

—Así lo haré... aunque hay algunos que se merecen un buen golpe en la nariz. –Ami rió.

—Tienes razón, pero ésos se dan el golpe en la nariz ellos mismos. Acuérdate del bumerán...

Apareció el pueblo costero y llegamos a él. Ami puso la nave unos metros por encima de la arena de la playa. Estábamos invisibles.

Me acompañó hacia la salida, tras la sala de mandos. Nos abrazamos. Yo tenía mucha tristeza, él también.

Se encendieron unas luces amarillas que me encandilaron.

—Recuerda que el amor es el camino hacia la felicidad –me dijo mientras sentí que iba descendiendo por el aire.

Llegué a la playa. Arriba ya no se veía nada porque la nave estaba en la modalidad invisible, pero supe que Ami estaba mirándome, tal vez como yo, con lágrimas en las mejillas.

No quise irme todavía. Con una rama dibujé un corazón alado en la arena de la orilla para que él supiera que yo había escuchado su mensaje. Inmediatamente después, algo trazó un círculo alrededor del corazón.

Escuché la voz de Ami cerca de mi oído:

—Ésa es la Tierra.

Me fui caminando a casa.

Todo me parecía bonito; aspiré profundamente el aroma del mar, acaricié la arena, los árboles, las flores. Si no fuese por Ami, tal vez no hubiese reparado nunca en lo bello que era el sendero; hasta las piedras parecían vibrar llenas de vida.

Antes de entrar en casa miré hacia el cielo, sobre la playa. No había nada. Sentí una pequeña molestia en el pecho, pero me repuse pensando que pronto vería a mi abuela, y entré en casa. Cuando lo hice, ella aún dormía...

Lo arreglé todo en mi habitación, hice como si me estuviera levantando y fui al baño a ducharme. Al salir, mi abuela estaba en pie.

—¿Cómo dormiste, hijito?

—Bien, abuela. ¿Y tú?

—Mal, Pedrito, como siempre. No pegué ojo en toda la noche... –No pude evitar abrazarla con cariño.

—«Abue», te tengo una sorpresa; te la daré durante el desayuno. –Ella lo preparó todo y lo sirvió.

Yo había puesto las «nueces» en un plato cubierto por una de las servilletas «elegantes» que tenemos para cuando vienen visitas. Quedaban unas cinco o seis frutas.

—Prueba esto, abuela –le dije, acercándole el plato.

—¿Qué son estas cosas, hijito? –preguntó extrañada al mirarlas.

—Son nueces extraterrestres. Pruébalas, son ricas.

—Qué cosas dices, niño, a ver, mmm... ¡Qué rico! ¿Qué son?

—Ya te lo dije, nueces extraterrestres. No te comas más de tres, tienen demasiadas proteínas.

Ella no me hizo caso y se las comió todas...

—Abuelita, ¿sabes cuál es la ley fundamental del Universo?

–Yo estaba feliz, le iba a dar una clase magistral...

—Claro que sí, hijo –contestó.

Me preparé para sacarla de su error.

—¿Cuál es?

—El amor, Pedrito –respondió con mucha naturalidad. Yo quedé loco; eso no me lo esperaba.

—¡¿Y cómo lo sabes?! –exclamé incrédulo.

—No sé..., es lo que siento en mi corazón, que el amor es lo principal, que es la fuente de la vida, el sentido de todo, algo así.

—Entonces muchas otras personas deben de haber llegado también a la misma conclusión –dije, un poco desilusionado porque comprendí que «la gran novedad» que me había enseñado Ami no lo era tanto.

—Claro, supongo que sí, Pedrito.

—Entonces ¿por qué hay maldad y guerra en el mundo,

«abue»?

—Porque quienes lo saben son menos por ahora que quienes no lo saben, hijito, pero eso no será siempre así.

Salí al pueblo. Al llegar a la plaza me quedé helado: ¡frente a mí venían los dos policías de la noche anterior! Pasaron por mi lado ignorándome. De pronto miraron hacia arriba, otras personas también lo hacían. Allá, en lo alto, un objeto plateado y brillante se mecía cambiando luces de colores: rojas, azules, amarillas, verdes. Los policías se comunicaban por sus radios portátiles con la comisaría.

Yo estaba contento y divertido. Sabía que Ami estaba mirándome por la pantalla, y lo saludé alegremente con la mano.

Un señor de edad madura y con bastón venía muy molesto por el alboroto.

—¡Un ovni, un ovni! –decían felices los niños.

El señor del bastón miró hacia lo alto y luego retiró la vista con desagrado.

—¡Gente ignorante, supersticiosa! Eso es un globo sonda, un helicóptero, un avión. Ovnis... ¡QUÉ IGNORANCIA! –sentenció, y se alejó altivo por la calle con su bastón, dándole la espalda al portentoso espectáculo que apareció en el cielo de aquella mañana. Sentí en el oído la voz de Ami, el niño de las estrellas:

«Adiós, Pedrito, hasta muy pronto».

—Adiós, Ami –respondí emocionado. El ovni desapareció.

Al otro día los periódicos no mencionaron el hecho. Es que esas «alucinaciones colectivas» han dejado de ser novedad, ya no son noticia. Cada día aumenta el número de gente ignorante y supersticiosa...

Cerca de un lejano pueblo de playa apareció de pronto un corazón alado grabado sobre una alta roca. Nadie sabe cómo fue hecho. Parece como si hubieran fundido la piedra para dibujar ese signo. Cualquiera que llegue a ese lugar lo puede ver, y a lo

mejor, con suerte, podría ver también una luz descendiendo del cielo en la noche y...

Pero no es tan fácil subir hasta allí, especialmente para los señores con bastón; un niño es mucho más ágil y, sobre todo, más liviano.


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